La traducción en la época de la transición digital del libro

AZ 31 de agosto 2013 (2)

Alejandro Zenker, El Colegio de México

Permítanme hacer unas breves reflexiones en torno a la traducción en esta época de transición del libro con soporte en papel al electrónico. Imagino que en el ámbito de la traducción se habla con similar intensidad acerca de la irrupción de las tecnologías de la información en nuestros ámbitos de trabajo. Desde hace ya un par de años, al menos el sector editorial se encuentra en una discusión diaria acerca del devenir de nuestro quehacer. Si hasta hace poco algunos todavía se atrevían a dudar de la necesidad de emprender camino con miras a la migración de un soporte al otro, hoy la mayor parte de los editores o se están preparando para hacerle frente a los nuevos paradigmas, o ya están en plena labor de transición. Al soporte en papel le quedan años de vida, pero no tantos como para confiar el cambio a futuras generaciones.

 

Al pensar qué representa esto para los traductores, recuerdo la otra transición que nos tocó vivir hace menos de 30 años. Menos drástica, pero para algunos sin duda difícil. Me refiero a la necesidad de incorporar el uso de la computadora a nuestro quehacer. Las editoriales y los clientes en general comenzaron a exigir archivos electrónicos y ya no la traducción mecanografiada. Eso dio lugar también a la desaparición del capturista en el ámbito editorial. Algunos traductores no pudieron dar el paso para aprender a usar la computadora. Lo mismo pasó con escritores y académicos. Pero no se trataba sólo del remplazo de la máquina de escribir, sino también de la adquisición paulatina de otras habilidades, como el uso de plantillas y el formateo del texto en función de las necesidades del cliente, del empleo del correo electrónico y de la capacidad cada vez mayor del uso de las herramientas en la red para una mayor productividad. Pero esa transición se dio y hoy no hay quizá ya traductor que no haga uso de esas herramientas. Algo que no se concretó fue la automatización generalizada de la traducción y, por lo tanto, el desplazamiento de los traductores, aunque ha habido avances nada desdeñables que seguirán su rumbo.

 

La automatización actual responde a la lógica de la necesidad de la inmediatez y de la internacionalización de las vinculaciones. Esa internacionalización es la que, en mi opinión, viene a cambiar hasta cierto punto el panorama del quehacer editorial y de la traducción.

 

Internet rompió con las fronteras y ha ido acortando o desvaneciendo las distancias. Les daré un ejemplo. Las oficinas y talleres de nuestra editorial, Ediciones del Ermitaño, ocupan poco más de 1200 metros cuadrados de superficie. Mi actual oficina se encuentra a unos 30 metros de mis demás colaboradores. El 90% de la comunicación con ellos se da a través de la red, es decir, correo electrónico, Messenger, intranet, teléfono. Para todos resulta más eficiente buscarme por esos medios que recorrer esos 30 metros. Pero así como me comunico internamente por la red, también lo hago con nuestros proveedores en China, cuyo papel está creciendo en nuestra cadena de producción. La comunicación fluye con China, que está a miles de kilómetros, con igual facilidad que la que sostengo con mis colaboradores que están a sólo 30 metros.

 

De igual manera pasa con colegas en España. Las distancias se han vuelto cada vez más insignificantes. Por otro lado, al surgir el libro electrónico, y con él el mercado internacional, el interés de todos los países por dar a conocer su producción literaria ha ido en aumento, al igual que sus necesidades de traducción técnica, comercial y legal. Es allí donde veo y vivo la ampliación de oportunidades para los traductores. En 2007 iniciamos una colección de literatura coreana, que ya cuenta con 14 títulos publicados. El proyecto surgió a raíz de una conferencia que di en Corea en el marco de un encuentro internacional con colegas de Rusia, China y Alemania, entre otros. Corea había permanecido enclaustrada desde el punto de vista cultural, pese a su exponencial crecimiento económico. Oprimida en medio de dos grandes potencias culturales, China y Japón, su cultura no había podido darse a conocer fuera de sus fronteras pese a la enorme calidad que le es inherente. Eso mismo que sucedió con Corea ha venido dándose en muchos otros confines. La literatura, la cultura, ya no dependen de costosos medios de transporte para llegar a otros países. Los medios de difusión están en la red. Y es en la red, con sus enormes potenciales, donde radica el futuro promisorio de autores, traductores y editores.

 

Cuando me dedicaba prioritariamente a la traducción, época en que estudiaba en El Colegio de México y fundamos la Asociación de Traductores Profesionales (ATP), conseguir trabajo digno era un gran problema. Teníamos que tocar de puerta en puerta, o esperar que la recomendación diera frutos y tocaran a la nuestra. Hoy eso ha cambiado. Tocar a otras puertas o dar a conocer las nuestras para que lleguen a ellas depende de nuestras habilidades para navegar en la red. No sólo supone esto el manejo de Facebook y Twitter como herramientas de vinculación profesional, sino también descubrir aquellas otras que están abiertas y a nuestra disposición, como Amazon que, en su página para editores, ofrece los vínculos para encontrar traductores idóneos para los proyectos. Con esa idea, por cierto, impulsé años atrás una red gratuita para la vinculación profesional de traductores. Se trata de www.traduceme.org, con ya casi 200 integrantes, a las que los invito a incorporarse. Ese tipo de redes pueden marcar una diferencia si uno las sabe usar. Pero para eso hace falta, a veces, capacitación.

 

No obstante, también hay retos. Así como treinta años antes los traductores tuvieron que aprender a usar una computadora, hoy tendrán que aprender a programar en html, a convertir archivos a ePub para subirlos a Amazon, iBooks, Barnes&Noble, etc., y adquirir otras pericias. Porque entre más amplias sean sus habilidades, mayor será su mercado y sus oportunidades. Cuando estoy frente a mis alumnos en materia de edición electrónica, trato de explicarles cómo, en un futuro muy próximo, ellos mismos podrían impulsar proyectos editoriales sin depender de una empresa propiamente. La autoedición es algo que está avanzando a pasos acelerados. Los editores independientes tendrán cada vez más oportunidades y las grandes editoriales deberán competir con nuevas herramientas en un mercado más amplio y más complejo. Los traductores tienen allí, en mi opinión, una oportunidad de oro. Si adquieren las habilidades necesarias, que no están tan alejadas de su universo de competencias como algunos podrían creer, no dudo de que se desempeñarán en una suerte de dualidad profesional: la del traductor-editor. Modestamente, podría ser ejemplo de esto. Soy egresado de El Colegio de México y mi primera profesión fue la traducción.

 

Las bases que el traductor adquiere son tan sólidas, en algunos casos, que adquirir conocimientos complementarios que los hagan saltar a otros terrenos no es impensable. El editor buscará cada vez más una solución multidisciplinaria. Los tiempos son cada vez más cortos y recurrir a proveedores diferentes para cada proceso es, en ocasiones, inviable. Traducir obras interactivas requiere la comprensión de los recursos técnicos de la interactividad electrónica. Y poco a poco iremos viendo el aumento de la migración de la edición del texto lineal al interactivo.

 

Pero hay otros aspectos que impactan ya la labor del traductor en el ámbito editorial. Hasta ahora estábamos acostumbrados a manejar un corpus relativamente reducido y contábamos con obras referenciales, es decir, diccionarios y enciclopedias, que determinaban supuestos usos y significados. Internet cambió por completo ese escenario. Hoy, los diccionarios sólo comprenden una mínima parte del corpus realmente existente, y la comunicación global hace que el uso creativo de la lengua avance como nunca antes. En ese sentido, un traductor hoy en día enfrenta retos inéditos en materia terminológica.

 

Mientras, la traducción computacional avanza a paso nada desdeñable con enormes ventajas: la incorporación del corpus prácticamente total y en tiempo real de las lenguas vivas. Una interrogante es qué sucederá en los años venideros conforme avance la migración del libro hacia el soporte electrónico y cómo enfrentarán los editores la relativa carencia de traductores frente a la necesidad que tendrán de traducir. En ese sentido, la traducción automática, de ser una opción, se convertirá en una verdadera necesidad. Creo que a este aspecto de la vinculación edición-traducción se le debe dar cada vez mayor importancia. Al traductor podría, de otra manera, acontecerle lo que ya le está sucediendo a muchos editores; es decir, que para cuando acepten la viabilidad de un cambio real de paradigmas para muchos sea relativamente tarde.

 

En suma: ¡qué época tan maravillosa nos tocó vivir! En tan sólo unas décadas algunos hemos sido testigos de grandes cambios que nos han obligado a reaprender. Y hoy de eso se trata. De revisar una y otra vez nuestros conocimientos. Al egresar de una carrera, como la de traducción, sin lugar a dudas no contamos sino con la barca. Nos falta aprender a remar, a ubicarnos en el cosmos, a encontrar la ruta. En el pasado remamos casi a ciegas. Hoy tenemos un sinfín de herramientas para sobrevivir per saecula saeculorum en esta Torre de Babel.

 

27 de septiembre 2012

*azh/25/9/2012