El I Ching y el laberinto de los libros

Si bien nos hemos encontrado básicamente encerrados desde hace ya casi año y medio a raíz de la pandemia, los cambios han sido constantes. De allí que, semanas atrás, le regalara yo a Noemí la nueva edición del I Ching, el libro de las mutaciones, que por cierto encuadernó en piel entera. Le conté que, hace muchos años, una amiga me regaló la edición original en español, encuadernada en pasta dura, publicada por Editorial Sudamericana, traducida por Richard Wilhelm, con notas de Vogelman, prólogos de C.G. Jung, Richard Wilhelm y Hellmuth Wilhelm y un poema introductorio de Jorge Luis Borges. Mi amiga y yo solíamos consultar el I Ching como un recurso para la reflexión y el análisis. Sin embargo, en un cambio de espacios extravié el libro que, suponía yo, estaría en alguna caja escondida en el ático para mi pesar. Pues resulta que, hoy, Noemí, que está reordenando la casa, encontró esa vieja edición con algunas de mis anotaciones. Me hizo feliz, porque le tengo particular apego a ese libro, cuya lectura quiero retomar con ella en estos días de incertidumbre en que todo parece indicar que los días de encierro volverán a ser razonadamente obligatorios por un buen rato a raíz del recrudecimiento de la pandemia. También ha estado encontrando otros libros de los que le había contado y que no hallaba por ningún lado, como las guías de conciertos y de óperas, unas verdaderas joyas para los melómanos. Un problema es que muchas de estas ediciones son tan viejas, que han acumulado no solo polvo, sino también hongos. Como los libros que trajimos de Erongarícuaro cuando falleció mi madre, que de tan enmohecidos que estaban no pudimos ni donarlos y siguen encerrados en un cuarto habilitado como bodega. Lo cierto es que muchos de los libros que poseo tienen una historia paralela (metahistoria) sobre cómo llegaron a mis manos, o las circunstancias en que se dio su lectura. En ocasiones, esas historias son tan o más apasionantes que las que se encuentran plasmadas en sus hojas manchadas de tinta. Quizás algún día serán narradas. Valdría la pena…