En busca del platillo perdido (de antojos y otras cosas)

Supongo que a muchos nos ha invadido de pronto la nostalgia por los platillos que probábamos en nuestra infancia y que ya no encontramos o cuyas recetas jamás conocimos. Eso me ha sucedido a mí a últimas fechas en que se me antojó una conserva de betabel preparado para untarle al pan negro que compraba con mi papá en La Naval, esa tienda que está sobre avenida Insurgentes a unas cuadras del parque México. Como en estas semanas Noemí ha estado pidiendo un pan realmente sabroso de Le Pain Quotidien, recordé de nuevo ese sabor. Como teníamos en el refrigerador una pieza de betabel de buen tamaño, decidí experimentar. Exploré por supuesto en internet y di con muchas recetas. La clave, como siempre, estaba en cómo buscar. En alemán, a lo que se le unta al pan se le llama “Brotaufstrich”, y al betabel le llaman “Rote Beete”. Así que lo que estaba buscando era la receta para hacer “rote Beete Brotaufstrich”. Teníamos casi todo para prepararlo: el betabel, el vinagre de vino tinto, el limón, el aceite de oliva, sal, pimienta y yogurt. Nos faltaba Meerrettich, una raíz muy popular en Alemania que tiene un sabor picante similar al del rábano, sin llegar al del chile. Así que la sustituimos con jengibre y un poquito de chile serrano fresco. Si bien el preparado que recordaba de las épocas de mi niñez era de betabel rallado, optamos por molerlo. El resultado fue espectacular. Acabamos comiendo media hogaza de pan negro, buenos trozos de queso Brie y Gouda, mantequilla y aceite de oliva. Me arrepentí de no haber comprado una conserva de Meerrettich en una de las muestras pasadas en los supermercados con motivo del Oktoberfest. Pero ya encontraré dónde adquirirlo. Por cierto, esta semana haremos (o intentaremos al menos) cocinar los famosos “conejos” de Mercedes. Les cuento: preparaba una deliciosa salsa verde con hoja santa a la que le añadía unas bolitas de maíz con manteca a las que se les hacía una hendidura para que quedaran como cazuelas y recogieran, por tanto, más salsa. Pero como yo no me los quería comer, se le ocurrió hacerle orejitas de conejo. Desde ese día los comencé a devorar. Por eso recuerdo ese platillo como “conejitos” que acompañábamos con un arroz rojo de un sabor incomparable. También prepararemos, de su cosecha, unos frijoles con carne, un platillo hecho de frijoles, carne molida y chiles diversos (sí, como el “chili con carne”, pero versión veracruzana). En una de esas hasta nos aventamos unas infladitas: bolitas de masa de maíz rellenas de frijoles que luego prensabas y que, al ponerlas a freír en aceite, se inflaban. De allí su nombre. Acompañadas de salsa molcajeteada y queso, pues qué les digo. Así nuestros antojos en este domingo de febrero, preludio de una semana de locos porque tenemos mucha chamba. ¡Buenas noches!