Una madre combativa que nació un 24 de diciembre

El 24 de diciembre solía ser, para nuestra familia, el día de celebración del cumpleaños de mi madre. Tuvo el mal tino de nacer ese día, pero el buen tino de contribuir a forjar una familia de ateos, de agnósticos que tuvieron el mal tino de adoptar las tradiciones y hacer de ellas una mezcolanza tremenda. Mi madre nació en 1917 en Chicago, tierra de gángsters, y mi padre en 1898 en Alemania, cuando emergía la revolución que cambiaría al mundo. Él marchó a la Primera Guerra Mundial apenas cumplidos los 16 años y, poco después, al leerle el Manifiesto Comunista a su tropa, fue encarcelado. Una y otra vez. Vivir la represión, ser preso político, fue parte de su cotidianidad. Mi madre, mientras tanto, huyó de una sociedad norteamericana represiva y llegó a México de la mano de un aristócrata, fotógrafo austriaco. Conoció el mundo de la izquierda irreverente, lo que la atrajo a tal grado que dejó el mundo de la aristocracia por ese entorno pensante y combativo de mi padre, que llegó como refugiado político en 1942, huyendo del nazismo, que lo había condenado a muerte. Pero hay que resaltar algo: no se trataba de un mundo dogmático. Cuestionar, poner en duda todo, preguntarse sobre presente, pasado y futuro era algo de todos los días. Mi padre y mi madre se la pasaban interrogando al universo. Nada daban por sentado. Así me educaron. Jamás aceptar la autoridad, jamás doblegarse ante ella. Rebelarse ante todos, particularmente cuando aquellos con los que simpatizas llegan al poder. No doblegarse. Nunca. De esa madera estuvieron tallados mi padre y mi madre. Ella cumpliría, este 24 de diciembre, 103 años. Murió poco después de cumplir su centenario. Hoy, cuando veo tantos fanáticos de quienes hoy detentan el poder, no puedo menos que recordar a nuestros antecesores. Les daría pena ajena. ¡Feliz cumpleaños, madre!