Es de todos conocida la hipócrita aversión gringa a la pornografía. Recientemente, Kobo, Amazon y otros purgaron sus contenidos y dieron de baja libros “obscenos”. No, no libros con fotos porno. Libros fundamentalmente de narrativa. Llama la atención la creciente capacidad que están generando para el análisis de grandes cantidades de datos (BigData). Por ejemplo, BookLamp desarrolló un software de análisis de texto que permite desentrañar lo que ellos llaman el “genoma” del libro por la frecuencia con que aparecen términos, frases, giros. Al analizar la producción editorial electrónica de dos grandes segmentos, el de los libros producidos por las editoriales tradicionales y los autopublicados, descubrieron que, mientras las primeras sólo incorporan el 1.11% de contenidos eróticos, el porcentaje aumenta a un 28.57% en el caso de los autores que publican sus propios libros. De ese 28.57%, el 3.19% corresponde a bestialismo y el 6.65% a incesto. En el caso de Smashwords, uno de los distribuidores más importantes de libros autopublicados, el 18% es de género erótico, es decir, 48,000 títulos de los 256,000 que tienen. Estamos viviendo un fenómeno similar al que la impresión digital (POD) dio lugar cuando las publicaciones de poesía renacieron en tirajes cortos. Ahora, el erotismo literario emerge de pluma de autores que toman la edición de sus libros en sus propias manos. Lo que no sé es si a esos porcentajes corresponde un número equivalente de lectores. Sin duda hoy hay más libertad para publicar. Pero también hay más recursos, cada vez más sofisticados, para analizar los contenidos, lo que si bien abre enormes perspectivas para la investigación, también lo hace para el espionaje y la censura.