Hoy cumplo un padrísimo cuarto de siglo de ser padre. Cada segundo a su lado es un libro. Ella es toda una enciclopedia. Hemos vivido prólogos, títulos, subtítulos, capítulos, tomos, colecciones y colofones juntos. Desde que se anunció comencé a leerle en voz alta mientras pegaba mi oído al voluminoso vientre que atestiguaba su crecimiento. Era la época de los “psicoprofilácticos”. Me los chuté casi todos. Cuando llegó el momento, estuve con el pediatra en el quirófano. La recibí directo en mis brazos. La recuerdo como jerga exprimida, morada, pequeña. En mis brazos la llevé a la mesa donde él la revisó y limpió. Se negó a llorar. Desde entonces supe que iba a ser cabrona. Ya no nos separamos. Me levantaba por las noches a darle su mamila. La bañaba en la regadera, abrazándola. Y ella sonreía. Le leía textos en alemán de Heidegger, de Wittgenstein, de Adorno. A veces, chelas de por medio, le interpretaba discursos de Danton y Robespierre. Quería transmitirle la musicalidad de la voz. Confieso, sin embargo, que meses después de su nacimiento la inundé con libros del Conafe, del que fui coeditor, de Ediciones del Ermitaño y muchos otros que llegaban a mis manos. Los libros se convirtieron en su referente. Dormía abrazándolos. Los extendía en la cama y se acostaba sobre ellos. Su madre decidió un día funesto que eso era nefasto y le regaló su primera Barbie. Allí comenzó una extraña fusión de sus antecedentes pueblerinos con la intención de llevarla por las veredas de Sumerhill y Makarenko. Pero nos volvimos uña y mugre. Ibamos regularmente de aventura al Ajusco a escalar montañas custodiados por nuestro fiel Kafka, un enorme pastor alemán que la protegía a cada paso. Allí comenzaron a nacer los cuentos que la acompañaron toda su infancia, con duendes y dragones, hormigas y ratones. Cada día un cuento nuevo que ella tenía que guardar en la memoria, porque nunca serían escritos ni repetidos. Todos los fines de semana, todas las vacaciones me dedicaba en cuerpo y alma a ella. Hoy, ambos cumplimos 25 años. No sé cuántos más pueda acompañarla en esta vida impredecible. Cada día se agradece. Pero sé que hasta el último suspiro, el amor que ambos nos tenemos y los libros, la lectura y todo lo que hay alrededor serán el hilo conductor de nuestras existencias.