¡Que muera el libro, que viva la lectura! fue el grito unánime con el que finalizó la lucha de máscara contra cabellera que protagonizamos el pasado viernes 6 de septiembre Juan Domingo Argüelles y yo en la UNAM. A fin de cuentas, amigos que estamos en lo fundamental de acuerdo, unimos intelectos para sumar reflexiones. El libro soporte papel ha llegado al final de su vigencia histórica. El libro electrónico abre un nuevo capítulo lleno de oportunidades que hay que aprovechar. No es un simple cambio de soporte lo que estamos viviendo, sino una transformación radical en la manera, en las posibilidades, en los alcances. Tratamos de al menos rozar temas que son de enorme complejidad en un entorno extraño: subidos a un ring de lucha libre, con capotas medio amaneradas de colores subidos, nuestro árbitro dando instrucciones y la bella anunciando cada nuevo round. Pero bueno, ¡es la UNAM! Me dio un enorme gusto compartir reflexiones con mi querido amigo Juan Domingo a quien le estoy editando un nuevo libro que pondrá sobre la lona a la RAE y a su anacrónico diccionario. Este episodio, lo confieso, me divirtió. Al bajar del ring Juan y yo nos despedimos con un gran abrazo mientras varios de los asistentes nos abordaban con preguntas. Finalmente me fui a cenar con César, que había ido con la esperanza de que escurriera sangre. Platicamos un rato entre tacos y sopa de tortilla en el restaurante del museo. Los llamados de mi prietita me hicieron dirigir pasos presurosos rumbo a San Pedro de los Pinos en medio de una copiosa lluvia y un tráfico espantoso. Sin lugar a dudas, encontrar su cuerpo suave, terso, desnudo, debajo de las sábanas, palió todos los sufrimientos arriba del ring de la reflexión constante. La lucha en el cuadrilátero del colchón fue aún más placentero. No dormí gran cosa pero, ¡aaah!, cómo disfruté esta noche…