Presentación del libro Sonetos profanos de Antonio Cuesta Marín prologado por Ignacio Betancourt

El año pasado, Roberto Castelán, en ese entonces rector del Centro Universitario de Lagos, me invitó a participar en una mesa redonda que tituló “¿Es esto arte?”, en la que participaron también el mismo Roberto, Fernando Solana e Ignacio Betancourt. Antes, durante la mañana, había realizado yo dos sesiones de fotografía que dieron origen al proyecto “La escritura y el deseo en Jalisco”, en cuyo marco retraté a 19 escritores de este estado acompañados de la desnudez de las modelos. El caso es que, antes de iniciar la mesa, me quedé platicando con Ignacio sobre la editorial que dirijo, Ediciones del Ermitaño, y mi inclinación a publicar poesía pese a las enormes dificultades para sustentar económicamente ese tipo de publicaciones. Fue entonces cuando me comentó que tenía en sus manos un verdadero tesoro, y me contó la fascinante historia de cómo llegaron los 300 sonetos profanos de Antonio Cuesta a su poder. Me habló sobre la temática, y la idea de publicarlos me encantó. En ese entonces, Ignacio no sabía si Antonio aún vivía o no. Hoy sabemos que falleció recientemente. Pero había recibido los sonetos con la encomienda de publicarlos.

Me envió inicialmente un ensayo que había escrito y que pensaba usar como prólogo si concretábamos la publicación. Lo leí y confirmé mi decisión de editar el libro. Así comenzamos a barajar posibilidades. ¿Debíamos publicar los 300 sonetos o hacer una selección? Optamos por la selección. Así fue como Ignacio escogió 150 sonetos y me los mandó. Al recibirlos, los leí como se debe leer la poesía: pausada, lentamente. Analicé la rima y la métrica (endecasílabos), me detuve en las figuras retóricas de que hace uso el autor. Me deleité con su virtuosismo escatológico, sexualmente profano, y vinieron a mí los recuerdos del mordaz Novo y del arrabalero Leduc. Cómo me hubiera gustado tener estos sonetos años atrás, cuando enviaba yo un correo electrónico a mis amigos, en el que les compartía mis lecturas poéticas nocturnas. Poco a poco, ese correo se fue multiplicando, y cada vez más personas me solicitaban que les mandara una copia. De esta suerte, el ejercicio se convirtió en un boletín quincenal, que llamé Literalia, y luego semanal, que circuló entre miles de personas en más de diez países a lo largo de varios años. Un infortunado episodio informático me hizo desistir de continuar con el envío. Pero una de las temáticas más socorridas y exitosas era la que tenían que ver con el amor, la sensualidad, el erotismo y el sexo. Recuerdo que mis lectores solicitaban particularmente un boletín ad hoc conforme se acercaba el 14 de febrero. Descubrí pronto que el soneto figuraba entre los géneros poéticos más accesibles para los muchos que tenían primeros acercamientos a la poesía a través del boletín. ¡Cuán apreciados habrían sido estos sonetos en ese entonces!

Cuando me percaté de la popularidad de que gozaba entre tantos miles de lectores, me pregunté por qué cada vez se publican menos libros de poesía. La respuesta la tenía, de alguna manera, a la mano: los libros de poesía se venden poco y son, por tanto, una mala apuesta editorial desde un punto de vista mercantil. En nuestro caso, al ser una editorial independiente y contar con la tecnología para producir libros en tirajes cortos, la apuesta era más razonable. Por otro lado, desde un principio concebí nuestro proyecto editorial como un catálogo integral que debía navegar en conjunto, de suerte que las ventas de un libro apuntalaran la falta de ventas de otro. Nuestra tirada era y sigue siendo producir lo que llamamos longsellers, contraria a la política de las grandes editoriales que ya sólo apuestan a los bestsellers de rápida colocación y venta masiva. El gran problema es que los lectores de poesía están dispersos, y los esfuerzos encaminados al fomento de la lectura se orientan, si acaso, a la prosa. La dispersión de los lectores, de esa base de compradores, hace imposible llegar a ellos rápidamente. Hay que acercar el libro a los lectores y los lectores al libro, en un proceso que puede tardar muchos años. En nuestro caso, es posible hacerlo porque nuestro catálogo se produce de acuerdo con el desplazamiento, la venta de los ejemplares. La falta de librerías en nuestro país constituye un obstáculo mayúsculo. Si a eso añadimos que de las librerías existentes pocas pagan, y las que lo hacen dificultan la cobranza al extremo, entenderemos la desazón de un editor y su evasión de un género de difícil desplazamiento.

Quizás las nuevas tecnologías ayuden a superar esa situación, específicamente el libro electrónico. Su evolución, el surgimiento de nuevos dispositivos de lectura y la proliferación de librerías virtuales están haciendo posible que cada vez haya más libros electrónicos en el mercado. Sin embargo, un obstáculo lo constituye la resistencia de los lectores a entender ese nuevo medio como alternativa al libro con soporte en papel, y más tratándose de un género como el de la poesía, que pareciera aferrarse al papel hasta con las uñas. Y las nuevas generaciones, es decir, aquellas que ven con más naturalidad la migración de contenidos a otros contenedores, no son lectores naturales del género poético. Así las cosas, enfrentamos un doble reto: seguir publicando poesía pese a las grandes dificultades para hacerle llegar los libros a los lectores, y fomentar el gusto por la lectura entre las nuevas generaciones. Creo que un libro como los Sonetos profanos de Antonio Cuesta Marín puede ayudar a despertar un renovado interés, precisamente por sus contenidos frescos e irreverentes que harán ver a los lectores que se aventuren a tomar un ejemplar entre sus manos que hay expresiones poéticas que se salen del concepto trillado de la cursilería, o de lo denso e incomprensible en el lado opuesto, concepto en el que muchos jóvenes tienen a la poesía.

Hoy tenemos en nuestras manos un libro de una frescura única gracias a la casualidad por un lado, y a la dedicación y perseverancia de Ignacio Betancourt, por el otro. Un libro en cuya lectura deberían aventurarse los que están libres de complejos y prejuicios. Un libro que desacraliza la poesía en general y el soneto en particular. Un libro que invita, reta, provoca, evoca y lleva a la generación de imágenes irreverentes, tan sanas en nuestras sociedades mediatizadas. Leía ayer, por ejemplo, un terceto en el que Cuesta Marín dice:

Por eso aunque me borres de tu lista
Yo juego por la libre y no me angulo
Debido a que mi verga es anarquista.

Por supuesto, así, descontextualizado, puede servirnos a todos para recetárselo, por ejemplo, a quienes nos eliminan de su Facebook o de Twitter. Porque la poesía es atemporal: una vez que el poeta la suelta, cobra vida propia en el imaginario de cada lector, que la recrea en función de su momento y cosmovisión de manera única e irrepetible, por lo que cada poema puede leerse una y otra vez, renovando o cobrando nuevo significado. El lector no sólo decodifica; también recodifica.

Ésa es la invitación que hoy hacemos. A descubrir este fantástico ejercicio de revitalización de la poesía en la obra de Antonio Cuesta Marín. Les aseguro que a nadie dejará indiferente.

*azh/7-6-2010

1 Comentario Presentación del libro Sonetos profanos de Antonio Cuesta Marín prologado por Ignacio Betancourt

  1. javier alvarez magañ

    Que gusto quse hayan rescatado los sonetos. Tuve el privilegio de escucharlos por primera vez, al calor de mezcal de nopal, de propia voz de Toño Cuesta. Conviví mucho tiempo con él en Tlaxcala. Las anécdotas son muchas y muy interesantes. Tengo alguún escritos de él, une especie de novela o cuento que pensaba publicar, voy a buscarlo entre mis archivos.

    Felicidades por haber rescatado y publicado los sonetos del irreverente Toño.De haber vivido estuviera feliz y ya nos hubiéramos pusto varias borracheras, en fín, ya no lo pudo ver.

    Felicidades y estoy a sus órdenes.

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