CRÓNICA DESDE EL OTRO LADO DEL LENTE: Y SI CAYERAN LOS FRUTOS, ME VALE MADRES

Por Patricia Lezama

Recostada, leyendo a los surrealistas y queriendo ser parte de esa generación, busco ser la musa de los locos sin destino, con André Bretón en mis manos y sus poemas sin sentido.

Y yo, como sin sentido, siento mi existir cuando mi locura enamorada de Antonin Artaud no flota.
Suena el teléfono. La voz se presenta como Rosa Borrás y me invita a modelar para un fotógrafo famoso, recomendada por Oscar y por Kino por ser la modelo poblana que se podría atrever a encuerarse. Me da la dirección electrónica del fotógrafo para ver de qué se trata la chamba. “Más tarde te daré la respuesta”, le digo.
El juego: posar como dios me arrojó al mundo, pero atrapada en los brazos de un escritor. Por curiosidad abro el correo alejandrozenker y veo jóvenes; anticipadamente juzgo que no seré elegida por este artista.
Y sí, cayeron los frutos, pero no mi pasión por lo que hago.

Me comunico con Rosa advirtiéndole mi edad —cuarentona— y mi cesárea. Ella se desanima y me anima a comunicarme con Alejandro; es tarde, necesita una respuesta.

Me miro ya escondida del mundo, lupa peligrosa de la antiestima, ojo de cíclope, arruga de Chavela Vargas, fruto del árbol caído. La noche me cuestiona, me reta, me reclama a la mujer que aúlla “piensa en mí”.
Sin más, llego a la cita; 8:15 a.m. en Profética. Parezco la mujer invisible. Espero inquieta la llegada del fotógrafo que —prejuzgo— al mirarme, no verá a sus niñas lindas en mí.

Magia y encuentro, llegan dos seres a toda luz; se presentan Alejandro Zenker y Laura Rojo. Explica el proyecto y espera que pase el primer escritor. Sorpresa: es un conocido. Levemente ve el trabajo y se niega a participar: “Nuestra relación es de muchos años e intermitente”. Entiendo: no podrá enfrentar el reto. Me pide disculpas y se retira.

Me preguntan, curiosos, mi conexión con esta persona y narro superficialmente mi visión del enlace amistoso.
Me siento culpable con el fotógrafo y pido ver la lista de los siguientes escritores. La inquietud se apodera de mi ser desmañanado: conozco a casi todos de 20 años atrás, pero como buena guerrera enfrentaré mi sí.
Otro escritor se comunica: no llegará. Nos conocemos el maestro, su esposa y yo, pero todos con la zozobra de qué más nos deparará el día.

Llega Gaby Puente a la que ya conozco y no. La sesión se inicia como un acto de magia en el que el fotógrafo prende su varita mágica: la cámara.

Me desprendo de mi vestido y me escondo en un saco transparente de encaje negro, original, de los años cuarenta; después me atoro en un rebozo que perteneció a mi abuela. Ironías de la vida, ella siempre tan celosa de las costumbres poblanas me pedía cubrir mi desnudez.

El rebozo va, viene y se cansa al ritmo de Alejandro, Laura y mi cuerpo. Pareciera que ya nos conocemos de la otra vida, de la otra locuaz cita del erotismo. El hielo se descongela y la piel late al ritmo del clic de la cámara. Gaby, cruda, me convida de su anforita; nos encontramos mujer con mujer, sus manos suaves y su aliento alcohólico me dan confianza. Nuestras sustancias hablan sin palabras y ahora ya nos conocemos sin saber nada una de la otra.
Y como cita de doctor: el siguiente. Víctor Rojas llega, se sorprende y se ve nervioso al enterarse de que seré yo la mujer desnuda. Platicamos todos y comienza la sesión.

Me desnudo como una ciega y el tiempo ni se atrasa ni se adelanta, no tiene fin. Bailo posiciones detrás de su asiento y, cada vez más, Alejandro, Laura y yo nos hacemos uno, arrastrando al escritor a comer de la manzana fina, oliendo el rincón virgen donde se forma una célula. El ambiente es ligero, la lámpara explota sin más. Las canas de Víctor se entrelazan con las posiciones y su sonrisa me invita a la confianza tocando con el humor de su cuerpo mi piel de minera. Hacemos una sola gota de sudor, el maestro de la lente y la modelo. Víctor comenta: “Nunca imaginé estar contigo en esta situación”.

Alí Calderón llega sin avisar con su novia. Me parece antiprofesional llegar con mi pareja a citas de trabajo, incómodos todos. Alejandro acepta su presencia y temo que el poeta se cohíba por estar ella presente.
Otra vez me despojo de mis prendas y el rebozo vuela en el espacio de mi ser, en el espacio del ojo de la cámara, el espacio que quedará plasmado en un papel.

Alí, más atrevido, me toma, se toma y posa conmigo, con mi talle; sus manos se prenden a mí, al igual que su respiración agitada; voy, vengo sin irme, y una vez más vuelo, vuelo, estoy lanzada al tercer vuelo.
Manos y más manos me tocan, me saludan para una imagen.

Alejandro hace acrobacias, malabarismos, sube, baja, se recuesta, se empina para atrapar la médula de la espina, la mejor foto, suda, se agita, se enfurece, sonríe, suspira, suspira, y vuelve a empezar; carga, carga, recarga su fusil, la cámara, metralleta de imágenes.

Descansamos. Alejandro y Laura toman agua, refresco, yo tomo whisky y nos relajamos.
Laura, cansada de ser la espía de las sesiones con su digital, cámara, ojo, conciencia de su marido, confidente, presa de todos, ilumina con su sonrisa sesión tras sesión.

El siguiente no llega, y mi pensamiento pide que no llegue, pues me apena que me vea semidesnuda, Mariano Morales no sólo es mi amigo, es como un hermano que me ha apoyado en momentos buenos y malos de 25 años de amistad. El respeto que ha prevalecido me hace sentir algo así, raro, como incestuosa.
Enfrento el cansancio y, ante el ánimo siempre alegre de Laura, que me pide que espere la llegada de Mariano, acepto, deseando ya un whisky más. Las horas de trabajo han sido intensas, explorando movimientos,
ala de mariposa elástica de colores.

Mariano llega, estoy preparándome mentalmente, pero él no sabe quién es la modelo. También parece sorprendido. Se comenta lo sucedido con el primer escritor y, en su opinión, debió ser una modelo desconocida, pero no se niega, al contrario, nos lee una parte de su escrito.

Acechados por Oscar López y José Luis Escalera, se agregan más tiros de miradas al espíritu de los retratos.
Abandono una vez más mi vestido en el asiento de una silla vacía de mí.

Entramos a escena, lámpara de gestos y sombras, el silencio se mece y sólo despierta al clic del prisma de cristal.
Mariano, más inexpresivo, se sienta, Alejandro acomoda en instantes su mano a mi cuerpo y surge el movimiento espontáneo, mano a mano del amigo.

La sal del sudor, el sudor del sudor remojado, se deja oler en Alejandro y en mí, la modelo, es una lágrima de sal que quedará impresa en una foto. Terminamos totalmente borrachos de movimientos, de luz, retorcidos espejos estupefactos, esqueletos, cráneo, ojos, galvanizan los dedos al sonido de una máquina tejedora de imágenes que vuelven a comenzar,

y la cámara negra queda como un sudario extendido de la cachondez,
y las muecas de mi rostro se columpian en una estampa.
Por fin un whisky para mi hambriento corazón trapecista.
Soy el cuerpo del delito.

Fotógrafo, escritor, modelo: sólo su mente narra su misterio de estar ahí.
Frente a frente, escondiendo mi sentencia: relapsa, podrán ver mi tronco sin rodeos, la nuda verdad, pero mi desnudo pensamiento siempre será un mapa secreto de tierras aún no descubiertas.

Y, como un templo, me guardo mis miedos y mis oraciones inconclusas, de estar sin senos, sin nalgas, sin pelo, fui arrojada a la fosa común de André Bretón y Antonin Artaud, para ser por fin la loca, musa bruja, selva de tormentas que agita mi pulso y que agoniza al final de la sesión.

Aquí estamos todos y nadie.

Patricia Lezama Rosas

PATRICIA LEZAMA ROSAS
Nació en la ciudad de Puebla, Puebla. Estudió la licenciatura en dirección escénica en la ANUIES. Directora y actriz, dramaturga y poeta. Ha representado a México en teatro en otros países, como Estados Unidos, Cuba, Canadá, Honduras y Nicaragua. Sus obras han recorrido todo el país. Formó parte de los talleres universitarios de la UAP de danza clásica. Profesora del Taller de Pantomima y del Teatro Universitario en donde se inició. Directora del Taller Infantil de la UAP. Profesora del taller de teatro de Espacio 1900. Formó parte de los talleres literarios de la UAP. Ha publicado los libros de poesía El pronto insecto de la vida (Praxis /Dos Filos/ Universidad Autónoma de Zacatecas), Los cinco días de la niña y la amapola (Universidad Autónoma de Puebla) y más de cien poemas en revistas y diarios de Puebla. Directora del grupo de teatro independiente Blanco y Negro, y del grupo de teatro y performances Amapolas Negras. Modelo, dramaturga, poeta, cuentista. Actualmente trabaja como periodista en él área de cultura del periódico de Puebla Síntesis. Su correo: kalidlezama@yahoo.com.mx

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