El editor y la traducción literaria

Alejandro Zenker
Encuentro Internacional de Traductores
IFAL, 18 de octubre de 2007

Cuando Danielle Zaslavsky —que fue mi condiscípula en El Colegio de México— me invitó a participar en esta mesa hace poco más de una semana, acepté gustoso pensando que el tema era, como quien dice, pan comido. Estudié traducción, formé traductores y soy editor. Sin embargo, al abordar las preguntas que ella me envió y al tratar de ordenar mis ideas, me percaté de lo complejo que resultaría exponerlas en los escasos minutos disponibles en el marco de una mesa redonda. Así que decidí escribir unas líneas polémicas.

Acabo de regresar de las Islas Canarias, España, adonde fui invitado a participar en la feria del libro y en un encuentro de editores independientes para hablar sobre la profesionalización del editor y los problemas de la distribución del libro independiente, entre otras cosas. Este año ha sido muy activo. Meses atrás había participado con una ponencia en otro encuentro de editores independientes en Punta Umbría, España, y semanas después viajé a Corea, donde se realizó un encuentro internacional de editores y traductores de literatura coreana, en el que participamos ponentes de seis países: Corea, Alemania, Estados Unidos, Rusia, China y México.

Esta actividad habla de la efervescencia que hay en todo el mundo en torno a la edición. Los encuentros se multiplican, y un común denominador es la interdisciplinariedad y la internacionalización. La industria está en una suerte de “crisis” por los grandes cambios que se han dado a lo largo de los últimos decenios y que se están viendo acelerados por los procesos de globalización y concentración de capitales.
Estos cambios, que afectan toda la cadena de producción y a todos los protagonistas de la industria editorial, es decir, a las pequeñas, medianas y grandes editoriales, de igual manera han venido transformando la manera en que, quienes componen todo el engranaje editorial, se vinculan con su quehacer a la máquina de producción. Hay, sin lugar a dudas, diferencias entre la manera de abordar las cosas dependiendo del tipo de proyecto editorial de que se trate. Podríamos quizá distinguir seis prototipos básicos, con infinidad de puntos intermedios:
1. El editor artista que produce libros objeto.
2. El editor independiente que produce libros sin otra infraestructura que su vocación y entusiasmo.
3. El editor independiente que logra crear una pequeña infraestructura de producción y administración.
4. El editor independiente profesionalizado con una estructura productiva y administrativa más o menos bien armada.
5. La editorial mediana que ya cuenta con una división del trabajo y una estructura profesional productiva y administrativa.
6. La gran industria editorial trasnacionalizada, globalizada y voraz.
Cada uno de estos proyectos aborda de manera distinta cada eslabón del proceso editorial, incluida la traducción.
Aquí hago un paréntesis. Danielle Zaslavsky nos pidió que habláramos del quehacer editorial real del editor. Es decir, de cómo enfrenta, modifica la traducción literaria, cómo ejerce la crítica, con qué criterios, cómo evalúa la calidad, etc. No cómo DEBERÍA hacerlo, sino cómo lo HACE. El DEBERÍA es una categoría teórica. El HACE es una afirmación práctica. Partiendo de estas categorías, deberíamos hablar de cómo enfrenta cada uno la traducción literaria. Y eso nos llevaría horas. Cabría preguntarnos… ¿cuál categoría de editor abordamos?

Yo llevo más de 22 años de producir libros, no sólo los propios, sino los de infinidad de entidades editoriales, desde académicas y paraestatales, hasta privadas. Mi experiencia en materia de producción editorial va desde la concepción misma de un proyecto editorial y su redacción, hasta la producción de libros partiendo de un original en lengua extranjera o en español, su revisión, cotejo y marcaje, tipografía y formación, hasta la impresión, encuadernación, distribución y venta.
Déjenme explicarles, o más bien enunciarles, cuáles son los pasos por los que pasa una traducción en una editorial cuando bien le va:
1. Dictamen de la obra partiendo del original o de la traducción.
2. Traducción (cuando no la hay).
3. Revisión técnica en libros científicos o técnicos, no literarios.
4. Revisión y cotejo de la traducción desde el punto de vista de la corrección de estilo, ortográfica y gramatical.
5. Ajuste del texto a las normas de la editorial.

LUEGO

6. Al realizar la formación tipográfica, el libro pasa por varias etapas, por ejemplo, revisión de lo que llamamos “galeras”, y luego primeras y segundas planas, hasta llegar a la contraprueba.
7. En esas revisiones, el texto vuelve a sufrir cambios (en ocasiones de estilo o gramaticales) con objeto de ajustarlo a criterios normativos o estético-tipográficos. Para esto hay que tomar en cuenta un aspecto que muchos desconocen. El libro no pasa sólo por las manos de UN corrector, sino de varios. La norma establece que cada una de las idealmente cinco fases de revisión la realice una persona distinta. Quien hace la revisión inicial, el corrector de estilo propiamente, marca la pauta. Pero luego, los correctores de galeras, planas y contraprueba meten su cuchara. Lo ideal es que al final o durante el proceso, el traductor intervenga. Pero no siempre sucede o puede hacerse.
En la primera etapa, en ocasiones el editor escoge al traductor, en otras, la traducción misma es sometida a su consideración. ¿Cómo escoge un editor al traductor? En el mejor de los casos, por sus capacidades, considerando la lengua de partida, el género y la complejidad, así como la disponibilidad y, ojo, la tarifa del traductor, precio que incide sustancialmente en el costo de producción del libro.
Para esto hay que incorporar varios factores de juicio:
El costo fijo de producción del libro se distribuye entre la cantidad de ejemplares producidos. Es decir, a menor cantidad de ejemplares, mayor incidencia del costo en el precio final al público.

En mi editorial, gran parte de los libros los produzco con un tiraje inicial de sólo 100 ejemplares, modelo que muchas editoriales pequeñas, medianas y hasta grandes están reproduciendo. Si un libro tiene 100 cuartillas, y al traductor se le paga, malbaratándolo, 100 pesos por cuartilla, el costo de traducción sería de 10,000 pesos. Si a este costo añadimos el de revisión y marcaje, tipografía, formación, lecturas, impresión y encuadernación, le sumaríamos digamos unos $12,000 pesos. Es decir, tendríamos un costo de 22,000 pesos que dividiríamos entre 100 ejemplares. Nos arroja un precio de producción por ejemplar de $220 pesos. Pero resulta que el distribuidor o librero le exige al editor entre el 50 y el 65% de comisión. Tenemos que aplicar un factor multiplicador para salir con alguna ganancia. Un factor multiplicador bajo es igual al 3.5. Si lo aplicamos a $220 x 3.5 nos da un resultado de $770 pesos de precio al público que, descontando el 65% que exigen algunos distribuidores, le deja al editor un ingreso hipotético de $269.50, es decir, apenas $49.50 de ganancia. Pero… olvidamos al autor, a quien habría que pagar entre el 5 y el 10% de regalías. Es decir, sobre un precio al público de $770 pesos, el autor se lleva entre $38.50 y $77 pesos. ¿Y el editor? Prácticamente nada.

Esto pone de manifiesto la imposibilidad de que un editor independiente pretenda publicar obras traducidas aunque le pague relativamente poco al traductor. Porque… ¿quién pagaría $770 pesos por un libro de, si acaso, 100 páginas? Así las cosas, la traducción queda casi exclusivamente en manos de las grandes editoriales que mayoritariamente publican best sellers o de editoriales medianas o pequeñas con subsidios.

Una crítica que hemos hecho las editoriales independientes a lo largo de los últimos años tiene que ver, precisamente, con esa bestsellerización del mercado. Sólo obras que tienen la posibilidad de vender grandes cantidades de ejemplares justifican su inmersión en la cadena de producción. Pero eso atenta contra la bibliodiversidad, es decir, contra el derecho que tenemos de acceder a la literatura universal.
Lo anterior da pie a cuestionarnos cuál es la función del traductor literario en el medio editorial. Desde hace muchísimos años hemos pugnado porque al traductor se le dé trato de autor o coautor y porque se le pague decorosamente. Sin embargo, cada vez es más evidente una marcada tendencia a que el traductor literario, y ojo, recalco LITERARIO, realmente se vea como autor y que se conciba como tal.
Y eso significará probablemente trabajar sin cobrar, aspirar a un pago menor de regalías y sentir la satisfacción de ver su obra o co-obra publicada.

Concluyo:
Como editor, desearía contratar al mejor traductor en función de sus capacidades vinculadas al tipo de obra; modificaría la traducción sólo en mancuerna con el traductor por razones de norma editorial o de justificadas objeciones a las soluciones que haya encontrado, partiendo de que la traducción tiene múltiples posibilidades; criticaría la traducción basado en el conocimiento del original y de la calidad de lo que me ofrece; basaría mis criterios y la evaluación de la calidad en mis propios conocimientos o en los de mis colaboradores, ya sea internos o externos; tomaría en cuenta la complejidad de la obra, la riqueza literaria que nos arrojara el traductor para acercarnos al original desde una multiplicidad de aspectos léxicos, gramaticales, culturales, etc.; confiaría en el resultado de una mancuerna entre el traductor y el corrector de estilo, y buscaría como corrector de estilo a quien sabe dialogar y valorar los intrincados problemas de la traducción;

buscaría a veces al traductor-escritor en función de sus habilidades, pero por lo general al traductor profesional, y confiaría, más que nada, en una labor conjunta, en una mancuerna, en un trabajo de equipo.

El traductor que cree ser la crema y nata y no está dispuesto a dialogar y escuchar a quienes están en un proceso de producción complejo, generalmente es un mal traductor, o un traductor soberbio con quien uno no querrá trabajar de nuevo. La traducción no es todo, como tampoco el proceso de creación. Autor, traductor y editor deberían ser parte de un triángulo amoroso para producir el coito perfecto: el libro.

Pero la realidad es otra. Y nos toca luchar por transformarla.
La bestsellerización es el coitus interruptus. La bibliodiversidad es el nirvana literario.
Muchas gracias.

* azh, 17/10/07

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