Me entero, con enorme pesar, de la muerte de mi querido amigo Jorge (Georg) Wagner, gran mimo a quien muchos identifican por su personaje Morfis. Jorge y yo nos conocimos en primero de secundaria, en el Colegio Alemán. Trabamos rápidamente amistad porque éramos un par de “reventados”, huarachudos de pelo largo e ideas fuera de lo común. Nos veíamos tanto en la escuela, como en su casa o en la mía, siempre conversando, escuchando música, poniéndonos hasta el gorro. Nos enamorábamos con singular alegría de las muchachas del colegio que, por supuesto, no nos hacían caso. Eran chavas fresas y, nosotros, unos descarriados. Solíamos escaparnos a Acapulco de aventón, porque no teníamos dinero para el pasaje y, además, porque solía ser muy divertido. Una vez en el puerto la pasábamos a todo dar pues su padre tenía una pequeña casita en las alturas de Punta Diamante. Allí nos fumamos toda la hierba que había en el mundo: la golden de Acapulco, la roja colombiana, la que cayera. Finalmente, Jorge se salió del Colegio porque no congeniaba con el carácter estricto de la escuela. Sin embargo, seguimos en contacto. Él se convirtió, con el tiempo, en un mimo extraordinario de la mano de los mejores maestros de la época. Su cuerpo delgado, alto y muy expresivo lo transformaron en todo un personaje. Me apoyó en varios proyectos que giraban en torno al libro y la lectura. Coincidimos una y otra vez en infinidad de eventos a los que, sin ponernos de acuerdo, asistíamos. Él era el invitado especial en las fiestas infantiles de mi hija Xiluén, a las que llegaba personificando a Morfis. Hace tiempo, el programa TED lo invitó a compartir sus ideas. Habló con gran sensibilidad de su padre y de su madre. Su padre lo introdujo al tenis, deporte del que se convirtió en campeón nacional. Su madre, una mujer fantástica, le transmitió la sensibilidad artística. Y así como el papá de Jorge nos trataba de introducir en el mundo de la farándula acapulqueña, lo que nunca logró pues estábamos en otro rollo, su madre nos consentía. Recuerdo aquella vez en que ella nos llevó a acampar. Nos dejó en medio de la vieja carretera a Cuernavaca, pues quisimos quedarnos en el bosque a vivir una experiencia mística. Nos internamos en la montaña y montamos nuestras tiendas de campaña en medio de la nada. Como nos faltaban algunas viandas, Jorge se fue a pie con uno de nuestros amigos a conseguirlas, mientras yo me quedé a montar guardia. Regresaron por la noche, cuando yo ya los daba por perdidos. Días después, su madre pasó en carro a recogernos en la carretera. Nos recibió, sucios y hambrientos, con unas tortas de filete que nos supieron a gloria y cuyo sabor aún recuerdo. Teníamos, apenas, 16 años. Así nos la rifábamos en esos entonces, de aventura en aventura, sin temor a nada. Eran otras épocas. Así, tengo infinidad de recuerdos de mi convivencia con él. Jorge no la tuvo fácil. Su padre se suicidó desesperado por complicaciones que tuvo en sus negocios. Su esposa falleció víctima de cáncer. Ahora, él mismo sufrió una corta y difícil enfermedad que le segó la vida. Estuvimos en contacto intenso semanas antes de que falleciera, estando él plenamente consciente de su gravedad. Infinidad de temas quedaron en suspenso. Ya los retomaremos cuando me toque alcanzarlo con ese gran afecto y cariño que le tengo.