Ayer le aplicaron finalmente la segunda vacuna a Noemí. Fue una pequeña aunque rápida odisea tras una semana de trabajo muy intensa. Además, nos hicimos exámenes clínicos largamente postergados de los que salimos razonablemente mal o por fortuna mejor de lo que esperábamos, como se le quiera ver. Para festejar esos acontecimientos, hoy Noemí preparó una exquisita sopa de pescado y mejillones que acompañamos de pan artesanal con quesos, carnes frías, y una botella de vino tinto Ribera del Duero que nos había sobrado del festejo de Año Nuevo. Platicamos largo y tendido en la sobremesa, acompañados del Pichicuaz al que le preocupa la suerte de los pobladores del Cerro del Chiquihuite, de las víctimas de los huracanes y de los que siguen siendo azotados por la pandemia, entre otras calamidades. Pero, por el lado bueno, estamos contentos porque nuestros proyectos siguen avanzando a buen paso, particularmente el de Librántida, de distribución de libros bajo demanda, cuyo catálogo sigue creciendo. De eso se han desprendido proyectos que nos entusiasman, como el de esos coloquios sobre los que hablé ayer con mi querido amigo Camilo Ayala y que impulsaremos con el Instituto del Libro y la Lectura (ILLAC) y otras entidades. Ya se nos queman las habas por poner manos a la obra. Pero es sábado y el cuerpo lo sabe, así que nos proponemos rematar el día viendo una película, aprovechando que esta vez Noemí no tuvo efecto secundario alguno por la vacuna y se siente de maravilla. ¿Gustan?