Mi hija Xiluén y yo llevamos casi año y medio sin abrazarnos. ¡Qué difícil ha sido! He de reconocer, y me conmueve decirlo, que ella ha buscado protegerme. Desde antes de la pandemia, Xiluén comenzó a hacerse cargo de cada vez más asuntos del trabajo. Ya entrados en la interminable cuarentena, prácticamente tomó las riendas de Solar y demás proyectos. Nuestra vinculación se ha dado a través de WhatsApp, Skype y Zoom fundamentalmente. Ella acude diario a las oficinas, habla con nuestros colaboradores, se reúne con los clientes, asume los riesgos. Porque han de saber que varios de nuestros colaboradores han enfermado de Covid. Incluso en este momento una de nuestras colaboradoras está en cuarentena, pues dio positivo al igual que su hijo. Así que yo apoyo a Xiluén desde mi bastión. Desde que culminé mi vacunación, asistí tan solo a dos reuniones presenciales. No obstante, mantengo todos los cuidados necesarios porque Noemi apenas recibió la primera dosis de la vacuna. Por cierto, ella también ha puesto mi salud por delante. Durante todo este periodo ha sido Noemí quien ha salido a recibir las entregas de víveres para el día a día y ha tomado todas las precauciones para evitar contagios. Pero, claro, con Noemí convivo cotidianamente. Dormimos juntos (¡faltaba más!), despertamos, desayunamos, comemos, cenamos y conversamos interminablemente. Pero no poder estar con mi hija, no poder abrazarla, eso pesa enormemente. Sé que muchos verán esto con mofa. Los veo saliendo a comer a restaurantes, irse a vacacionar en playas repletas, divertirse en reuniones. “Anda, ve, abraza a tu hija, que no es para tanto”, escucho decirles. Pero hemos visto a tantos enfermar y morir en esta pandemia, que más vale exagerar. El caso es que, sin bajar la guardia, hemos ido aflojando ligeramente el rigor. Noemí ha estado recibiendo la visita de sus familiares, con los que ha conversado brevemente, manteniendo cuidados y distancia. También ella sufre estas separaciones, particularmente desde que su padre sufrió un derrame cerebral del que se recupera lentamente. Así las cosas, ayer Xiluén y yo coincidimos en el pasillo de entrada a Solar y nos acercamos lo suficiente para tomarnos la foto. Ya pronto ella también se va a vacunar. En el edificio donde vive, me dice, hay varias personas con Covid. Y varios de sus amigos, así como una de sus primas, han caído víctimas de la enfermedad. De tal suerte, en esta pandemia vivimos realidades alternas. Estamos los que nos cuidamos en extremo (y hay quienes, haciéndolo, se han contagiado e incluso muerto) y, luego, los que viven mentándole la madre al coronavirus. Salen con singular alegría, casi a buscarlo, y aparentemente no se enferman. No pocos se han contagiado, han sido asintomáticos y han acabado asesinando por su imprudencia a familiares y amigos. Por lo pronto, aquí seguimos tomando en serio esta pandemia. Creo que es mejor limitarse, cuidarse unos años, que pasar a ser uno más de la estadística de muertes trágicas. Aunque no pocos están falleciendo en esta época pandémica por otras enfermedades. Pero esa es otra historia. Por lo pronto, la tercera ola ya está aquí, y nos trae a Delta de visita…