Hoy, por primera vez, me la pasé acostado trabajando en la cama. Sin razón alguna. Simplemente comencé temprano a atender asuntos y ya no me soltaron, de manera que ya no me dio tiempo de realizar mi rutina. Normalmente no aparezco en Zoom sin haberme bañado escrupulosamente. Ya sé que es ridículo, pues del otro lado no saben realmente en qué condiciones está uno. Además, sin un buen baño como que no acabo de despertar. Pero hoy no me dio tiempo ni de sentirme incómodo por estar en calzones hablando con medio mundo con la cámara puesta. Aunque, eso sí, activé un fondo virtual (una playa). Vaya, a duras penas me dio tiempo de comer un yogurt con granola y una taza de café. Entre otras cosas pasé por los tediosos procesos de comprar licencias de Adobe con todas las aplicaciones, de reclamar cobros improcedentes, de ponerme al tiro con publicaciones pendientes de Ediciones del Ermitaño y hasta de terminar la adquisición de una nueva impresora a color para nuestros talleres solariegos. Al concluir, me levanté finalmente a hacer al menos media hora de ejercicio en la caminadora (ya no los 45 minutos de rigor). Es extraño eso de atender pendientes vía Zoom en calzones y sin haberse uno bañado. Pero a esos extremos estamos llegando hoy, a poco más de un año de iniciar este encierro, con ya más de 200,000 muertos oficiales y más de dos millones de infectados.