A veces me da la impresión de que somos los únicos seres humanos que seguimos encerrados en nuestra casa temerosos por el Covid, como Hirō Onoda, un oficial de inteligencia del Ejército Imperial Japonés que luchó en la Segunda Guerra Mundial y que no se rindió hasta 1974, después de haber pasado casi treinta años, una vez terminada la guerra, sobreviviendo en las selvas Filipinas. Esto lo convirtió en el penúltimo soldado japonés en rendirse tras la Segunda Guerra Mundial —al haberlo hecho siete meses antes que el soldado taiwanés Teruo Nakamura—, y el último de nacionalidad japonesa. Esa impresión nos dio al menos el paseo que dimos hoy y que nos condujo a algunos de nuestros parajes preferidos en la Ciudad de México: a San Ángel y de allí, en particular, a la Plaza de los Arcángeles y, luego, a la colonia Condesa. Vimos infinidad de personas deambulando por las calles, así como restaurantes y cafeterías llenos. Mucha gente con cubrebocas, eso sí. Cubrebocas de sombrero, de collar, de pulsera y de arete… Pero de la sana distancia ni hablar. Regresamos pensando en esos japoneses que no se enteraron que la guerra había terminado y nos imaginamos a nosotros mismos en el 2050, rescatados de nuestra cuarentena, ancianos y admirando un nuevo mundo al salir finalmente de nuestra casa, con viajes turísticos cotidianos a la luna y a Marte, con nuevos recursos cuánticos para viajar en segundos a galaxias a miles de años luz pero, eso sí, manteniendo nuestra idiosincrasia con AMLO todavía luchando por edificar Dos Bocas, otorgando becas para mover con palas esas molestas montañas en Santa Lucía y jalando el tren maya con burros…
Foto: En San Ángel, hoy, tras aventurarnos unos segundos nomás para tomarnos la foto.