En este Día Nacional del Libro 2020 hay poco qué celebrar. La industria editorial se encuentra en una situación cada vez más deplorable, las librerías están agonizando, los lectores, enclaustrados. Cada vez más personas en general, e integrantes del ecosistema del libro y la lectura en particular, nos encontramos de luto. Cada vez sumamos más muertos directos e indirectos a nuestras tristezas. Por supuesto, tenemos que levantar los ánimos y tratar de encontrar la luz al final del túnel con un futuro promisorio (¿o ilusorio?). No soy proclive al defetismo. Sin embargo, la perspectiva histórica nos ha mostrado al paso de los siglos, y particularmente en los últimos decenios, que los avances tecnológicos generan cambios que hacen que surjan nuevos oficios, y desaparezcan otros, que aparezcan nuevas formas de contener y transmitir contenidos, a costa de otras que inevitablemente mueren. Todo parece indicar que nos encontramos en una época así. Desaparecieron los tipógrafos que componían textos en tipo móvil (oficio que seguimos practicando en Solar/Ermitaño/Ditoria); se fueron muriendo los linotipistas al pasar esa tecnología a la obsolescencia; desparecieron las mecanógrafas con el surgimiento de las computadoras y los procesadores de palabras; el fotolito pasó al olvido; se han estado dejando de imprimir diccionarios y enciclopedias; periódicos y revistas han ido pasando cada vez más a versiones electrónicas; en un año de pandemia el libro electrónico ha penetrado más en el imaginario del lector que en la última década y el comercio electrónico ha impuesto sus reglas y su lógica con una rapidez hasta hace un año no imaginada, incluso en el campo del libro, lo que nos ha puesto a reimaginar nuestro quehacer a los libreros. Los autores no encuentran editoriales, y optan por la autopublicación; los editores transitan de los tirajes largos a la distribución bajo demanda en la que los libros son producidos una vez que el lector finca y paga su pedido. La tecnología avanza a pasos acelerados, con dispositivos electrónicos cada vez más rápidos, versátiles y accesibles; la realidad virtual y aumentada va cobrando cada vez más importancia, mientras la computación cuántica asoma su cabeza omnipresente. Las virtudes de leer textos sigue manteniendo su vigencia, aunque el audiolibro va cobrando cada vez más importancia y el consumo de una cantidad inagotable de contenidos va ganando terreno en medio de esta pandemia que obliga al enclaustramiento de una sociedad acostumbrada al consumo de experiencias rápidas y gratificantes. Nosotros, los solariegos y ermitaños, estamos en medio de todo eso. Cultivamos las ancestrales artes y oficios del libro, preservamos en nuestras instalaciones el quehacer editorial basado en el tipo móvil y la prensa plana con nuestros amigos de Taller Ditoria; hemos sido pioneros en materia de impresión digital desde el siglo pasado y seguimos innovando en el terreno de la creación de soluciones digitales con plataformas que buscan vincular lo analógico con lo virtual mientras impulsamos, entre muchas otras cosas, la distribución de libros impresos bajo demanda; también trabajamos en el libro electrónico y generamos alianzas a nivel nacional e internacional tanto en materia del cultivo de las artes y oficios del libro como de la innovación tecnológica. Vivimos, pues, en una época de transición donde subsiste una pasmosa diversidad de tecnologías que responde a gustos, a preferencias, de una población también cada vez más diversa. En ese contexto, ¿hay lugar para todos, o sólo para las grandes corporaciones que explotan y desarrollan al máximo tecnologías de punta? Creo que quedan muchos años por delante llenos de oportunidades para todos. Intuyo que las altas tecnologías y las empresas que las impulsan acabarán por prevalecer; pero, en medio de todo, los editores y las librerías independientes seguirán teniendo su espacio. No obstante, mientras la tragedia sigue flagelando nuestro ecosistema de libro y lectura. Hoy, Día Nacional del Libro, es más lo que tenemos que llorar que lo poco que, hoy por hoy, podríamos festejar. Lloremos, recordemos, veneremos pues, hoy, a nuestros muertos, a nuestros enfermos, a quienes se han quedado sin trabajo, a quienes luchan por su subsistencia. Hay futuro, un futuro que hay que construir juntos. Pero también hay luto. Respetémoslo.