La semana pasada, mientras buscaba unas flores para Noemí, tuve un gratísimo encuentro fortuito con mi viejo amigo de la escuela Arnold Pfeiffer Schlittler, que es dentista y que iba acompañado de Margot Kiehnle. Los tres somos ex alumnos del Colegio Alemán de la Ciudad de México. Arnold fue uno de mis mejores amigos en la secundaria por lo que guardo muchos gratos recuerdos de esas épocas con él y con otros compañeros. Íbamos en el grupo “E” de la secundaria, sujeto a condiciones peculiares derivadas de una obtusa y antipedagógica política de filtración del Colegio. Al terminar la primaria, los niños con mejores calificaciones pasaban a la secundaria con posibilidades de continuar sus estudios hasta la prepa. Pero con los “peores de los mejores” formaban un grupo especial, el “E”, que no tenía derecho a continuar los estudios en la preparatoria y del que Arnold y yo formamos parte. Sin embargo, al inicio de la secundaria nos tocó el cambio de rector con nuevas ideas traídas de Alemania a quien le expusimos nuestra absurda situación. Decidió entonces suprimir esa política, por lo que el nuestro sería el último grupo “E” de la historia. El resultado fue que técnicamente no nos podían reprobar. Si lo hacían, nos habrían tenido que pasar a un grupo donde tendríamos los mismos derechos que los demás, entre ellos el de seguir estudiando la prepa, costo que algunos estaban dispuestos a asumir. A otros ese pase nos tenía sin cuidado, como era mi caso pues tenía contemplado continuar mis estudios en Alemania. De tal suerte, tercero de secundaria fue un verdadero desmadre. No nos podían reprobar, así que hicimos lo que nos vino en gana. Recuerdo que el último día de clases destruimos literalmente el salón. De la dirección mandaron al profesor Bayer, el terror para muchos, a ponernos en orden. Cuando le explicamos los motivos de nuestro desfogue, nos dio la razón, se levantó de su asiento y salió deseándonos feliz desahogo. Ese fue nuestro último día en la Schule. Para recordar estas y otras anécdotas acordamos reunirnos pronto. También para conversar con Margot, que tiene un restaurante en Coyoacán que se llama “La Pause” y que en sus orígenes fue una librería. Una feliz coincidencia que me alegró la tarde…