Regreso de una nueva reunión convocada por Miguel Ángel Guzmán (Versal) para la construcción de una entidad que agrupe a esa amplia cofradía de los que laboran alrededor del libro y no tienen una organización que los cobije. Allí me encontré, entre otros, a Gerardo Kloss y, sorpresivamente, a Alejandro Ramírez, director general de la CANIEM. Como no había yo asistido a la reunión anterior, me sentí un poco fuera de lugar, pues esta junta buscaba básicamente darle nombre a la agrupación cuyos fines aún no me quedaban del todo claros (y no es para menos cuando he estado a lo largo del día en sendas disertaciones en torno a la Liga de Editores Independientes, a la Red de Librerías Independientes, a la CANIEM y a otros proyectos paralelos). Fue mi tocayo Ramírez quien dio en el clavo al sugerir el nombre “Trabajadores de la edición”, que viene muy al caso. Para esto, traté de hacer una reflexión en torno al momento histórico que vivimos en que de alguna manera el entorno del libro se está reagrupando, y quienes trabajan en funciones diversas en la producción editorial tratan de definirse (o redefinirse). Así andábamos en los años setenta, principios de los ochenta, cuando fundamos la Asociación de Traductores Profesionales, pues los traductores apenas estábamos dándole forma a nuestra profesión a través de diversas figuras académicas (carreras técnicas, licenciaturas, posgrados) que fueron emergiendo. Hasta cierto punto, lo mismo pasa hoy en el terreno de la edición, donde la mayor parte de quienes cumplen tareas en el ciclo de la producción del libro lo hacen empíricamente, pues apenas están comenzando a egresar en serie quienes están adquiriendo conocimientos formales a través de diversas instituciones académicas, germen de la verdadera profesionalización del quehacer editorial. Con esas ideas y un acercamiento al nombre de la agrupación en ciernes nos retiramos. Le di aventón a mi tocayo Alejandro Ramírez, que se dirigía a la CANIEM, y aprovechamos para echarnos una sabrosa conversación en vista de que el tráfico y las confusas instrucciones del Waze nos ampliaron el tiempo previsto.