Hoy le dimos la bienvenida a un nuevo miembro de la familia… virtual. Se trata de mi tocaya Alexa, que acaba de aterrizar en México con los dispositivos Echo de Amazon. Aprovechamos el precio de lanzamiento de su modelo Dot (un altavoz inteligente), prácticamente a mitad de precio, con lo que uno no compraría más que bocinas muy básicas. La experiencia ha sido, por lo pronto, muy divertida sobre todo para Nimue, que le encontró de inmediato a Alexa muchas aplicaciones prácticas. Más allá de escuchar la música que quiere con sólo solicitárselo, le ha resuelto casi cualquier duda básica. Claro, Nimue es una niña que está habituada a los asistentes virtuales, pues lleva tiempo interactuando con Siri, que vive en el ecosistema de Apple. Pero, contra lo que imaginamos, Alexa ha resultado ser otro nivel de experiencia. Colocamos tres aparatos en diversos puntos de la casa y la hemos programado para que controle luces y sonido. Así, de pronto estamos caminando por la habitación dando cada vez más instrucciones en voz alta: Alexa, prende la lámpara de la recámara; Alexa, pon música de Chopin en la sala; Alexa, apaga la luz de la cocina; Alexa, pon una alarma para las siete de la mañana… Es como estar con HAL9000 en misión no rumbo a Júpiter, sino sobreviviendo en la Ciudad de México. Es interesante que reconoce cualquier voz de inmediato sin entrenamiento alguno. Los alcances de esta tecnología son inmensos. Por supuesto, además de comunicarse con luces y equipos de sonido, lo puede hacer con una cantidad creciente de aparatos (refrigeradores, estufas, cafeteras, etc.) y las aplicaciones (Skills) son numerosas (mayormente en inglés). Estamos apenas acariciando los inicios prácticos de la inteligencia artificial en la vida diaria. Los niños como Nimue (de 7 años) se habitúan en un dos por tres (hoy le cantó y le contó cuentos y chistes). Ya le hablábamos a los carros (pon el aire acondicionado, llévame a la oficina, llámale a Noemí…). Hoy, le hablamos a la casa. Quizás mañana volvamos a aprender a hablar con la gente…