Presentación del libro Filobiblon de Ricardo de Bury

Para quienes amamos los libros, leer Filobiblon es como pisar suelo sagrado. El suelo sagrado de lo que nos apasiona.

Siendo ateo, puedo imaginar perfectamente la devoción que los libros suscitaron en Ricardo de Bury. Mi padre, que nació en 1898, fue encuadernador y aprendió las artes y los oficios del libro en las prisiones alemanas en las que fue una y otra vez confinado dada su militancia comunista y antifascista hasta que, condenado a muerte por los nazis, tuvo que huir y lo hizo en un barco que lo trajo a Veracruz. Desde ahí se trasladó a la Ciudad de México, donde estableció su taller de encuadernación.

Llama la atención, sin embargo, que mi padre, eterno fugitivo de la justicia perversa que le tocó vivir, no desarrollara bibliomanía alguna, es decir, ese deseo compulsivo-obsesivo de acumular libros, pero sí una auténtica bibliofilia, es decir, un amor por los libros que lo convirtió en un encuadernador y restaurador extraordinario. Mientras que Ricardo de Bury acumulaba libros con pasión, mi padre trabajaba para preservarlos. No concebía, curiosamente, la necesidad de acumular nada, pero sí la de tener acceso al conocimiento.

En su caso, ese conocimiento estaba en la Librería Internacional que se ubicaba en la calle de Sonora, en la colonia Roma, cuyo dueño, Roberto Kolb, de origen austriaco, era amigo suyo y le prestaba todos los libros que él quería porque mi padre sabía leerlos sin dejar rastro alguno de haber pasado jamás por sus manos.

Era un lector compulsivo, o quizá, más bien, dedicado, alguien a quien recuerdo siempre leyendo, pero jamás poseyendo lo que leía. Con una enorme cultura enciclopédica, cuando murió no dejó más que un puñado de libros que le habían regalado. Era, tal vez, de los pocos socialistas genuinos que no concebían la propiedad privada, por lo que desdeñó toda forma de apropiación. Pensaba en todo esto cuando releía esta hermosa edición de Filobiblón que hoy presentamos, porque la bibliofilia puede tener diversas manifestaciones.

Ricardo de Bury atesoró libros, los acumuló a tal grado que poseyó una de las bibliotecas más ricas de su época, pero finalmente acabó en la ruina intentando vanamente mantener su biblioteca íntegra. Murió el 14 de abril de 1345 en la pobreza y sus libros se dispersaron, aparentemente sin destino conocido.

Así como la vida de mi padre fue realmente apasionante, pues fue un personaje muy activo que vivió dos guerras mundiales y participó de manera activa y militante luchando por sus ideales en una época de gran complejidad histórica, Filobiblon es una obra escrita por un personaje cuya vida, contra lo que uno podría también suponer, fue también fascinante.

Amante de los libros y autor de esta obra fundamental del siglo XIV que trata del amor a los libros, de su preservación, organización y cuidado, estudió filosofía y teología, tomó los hábitos con los benedictinos y fue nombrado tutor del futuro rey Eduardo III de Inglaterra y, más adelante, su canciller y tesorero.

Cuentan, entre otras muchas anécdotas, que estuvo involucrado en las intrigas previas a la deposición de Eduardo II y que tuvo incluso que esconderse en París para evitar ser aprehendido por los esbirros del rey.

Fue después de su intensa actividad política cuando se desarrolló plenamente su bibliofilia y se dedicó a acumular el importante acervo por el cual sería conocido. A lo largo de la historia, no fueron pocos los personajes ilustres que desarrollaron un extraordinario amor por los libros. Lo que sí es fuera de lo común para esas épocas es encontrar a un individuo que haya escrito una oda consagrada al libro y, prácticamente, un manual para su aprovechamiento. Más allá de ofrecernos una idea más precisa de los usos y costumbres de la época, nos permite ver los enormes cambios que ha sufrido la relación del ser humano con el contenedor original del conocimiento y abre interesantes interrogantes en torno a la transformación del vínculo con el objeto.

Durante siglos, poseer una biblioteca propia era sinónimo de posesión del conocimiento mismo. Aun aquellos que tenían una memoria prodigiosa, como era el caso de mi padre, necesitaban volver a los libros para refrescar sus conocimientos o para recrear los pasajes literarios o poéticos en cuestión. Hoy, sin embargo, la posesión del libro y su acumulación en una biblioteca perenne ya no es tan común ni tan fácil. Más rápido que lento es, además, innecesaria. Los libros no caben ya no digamos en los departamentos, ni siquiera en las cada vez menos casas que podrían disponer de los espacios necesarios.

Entre los muchos casos de bibliotecas fallidas está la de mi madre, que acumuló y regaló y acumuló y regaló libros a lo largo de su vida, los últimos de los cuales ya no encontraron hospedaje digno. Más dramático aún, quizá, fue el de la biblioteca de Gustavo Sainz, uno de nuestros grandes novelistas, que se mudó a Estados Unidos y se llevó su ya extensa biblioteca y que allá, en Indiana, donde daba clases, creció aún más, sobrepasando los cien mil volúmenes, para los que nunca encontró un alma caritativa que les diera albergue hasta su muerte.

Hoy debemos preguntarnos a dónde nos llevará nuestra bibliofilia. Yo mismo he perdido cientos de títulos en mis numerosas mudanzas, y muchos de los que aún poseo languidecen en cajas que quizá nunca volveré a abrir porque no hay ya espacio en los estantes.

La bibliofilia se desvanece entre quienes leen libros electrónicos, y rendirle pleitesía a los libros publicados en rústica hoy en día, concebidos para ser efímeros, cae en lo ridículo. Sin embargo, en medio de esto surge una nueva corriente de amantes de las artes y los oficios del libro. En Ediciones del Ermitaño impartimos talleres de encuadernación artesanal, desde técnicas muy rudimentales, hasta otras muy sofisticadas en piel. Conviven, pues, en un mismo espacio, los libros electrónicos por un lado, los impresos bajo demanda por el otro, con los preciosismos de los libros de artista y libros artesanales.

Es en este contexto, el de la reflexión sobre el significado histórico del libro en su momento y en particular en el siglo XIV, y los cambios que estamos viviendo hoy tanto en materia de valoración del contenido como del continente, que un libro como Filobiblon de Ricardo de Bury adquiere particular importancia.

Enhorabuena por esta edición.

Noviembre 2018

FIL Guadalajara

Colección Biblioteca del Editor

UNAM

Alejandro Zenker