Eduardo Bautista, reportero del periódico El Financiero/Bloomberg, me pidió mi opinión sobre la nueva Secretaría de Cultura, la Ley del Libro y las librerías en México para un reportaje que saldrá en estos días. Estas fueron mis respuestas:
1. ¿Qué es lo que espera usted del nuevo y eventual debate de la Ley del Libro?
Desde que la ley estaba en elaboración y discusión, vivíamos ya una etapa de rápidas transformaciones en materia de libro y lectura en todo el mundo. Sin embargo, esta ley no le hizo justicia a ese carácter cambiante característico del nuevo milenio. Una nueva discusión en torno a una ley del libro debería contemplar la diversidad de la industria editorial, la velocidad de los cambios tecnológicos que inciden en el desarrollo de la industria, de los hábitos de consumo de cultura en general y de lectura en particular, y la transformación generacional de los lectores actuales y del futuro inmediato.
2. ¿Por qué no está funcionando pese a que existe desde hace años?
Hablar de libro y de lectura está de moda, pero una cosa es ser políticamente correcto y otra muy distinta entender de manera cabal la importancia de la cultura y de la lectura en el desarrollo de una nación. En buena medida, la ley se enfocó en políticas concretas que a algunos sectores les parecían estratégicas, como el precio único, aunque no había consenso al respecto. El precio único debió haber detonado, en teoría, la creación de librerías en el país. Sin embargo, para que eso sucediera, se habrían tenido que articular políticas diversas encaminadas a fomentar la creación de librerías y la capacitación de libreros en épocas en las que el consumo de libros impresos va en descenso, o al menos no está en ascenso, lo que impide la creación de negocios libreros en lugares donde no se leen libros. Creación de librerías, gestión cultural y apoyo económico van de la mano en un país como el nuestro. La pura “intención política” no conduce a ningún cambio significativo si no se entiende la complejidad de la época en que estamos viviendo, y más en un entorno socioeconómico, político y cultural como el de México.
3. ¿De qué manera les afecta que la ley sea letra muerta?
De nada sirven campañas que te conminan a leer al menos 20 minutos a través de medios que precisamente distraen de la lectura y que no ofrecen recursos para cumplir el cometido. Afecta mucho la miopía de quienes articulan leyes sin una visión de conjunto, sin una estrategia que haga justicia a la diversidad económica, social, lingüística y cultural de un país tan complejo como el nuestro. Por otro lado, la industria editorial en México sigue sujeta a la lógica del mercado impuesta por las grandes corporaciones internacionales.
4. ¿Qué puntos agregaría usted a la ley, o qué tipo de sanciones?
Una ley nacional debería promover precisamente la industria nacional, aun en estas épocas de globalización. La industria nacional, genuinamente nacional, está compuesta sobre todo por editoriales micro, pequeñas y medianas. Lo que urge es fomentar la diversidad. No contar sólo con unas cuantas editoriales que dictan qué se lee, cómo se produce y distribuye, qué “debe” consumirse. Fomentar muchas, infinidad de editoriales, pero con proyectos editoriales sustentables. Urge profesionalizar a los editores emergentes, brindar apoyos, créditos, reimaginar librerías y bibliotecas, fortalecer nuestra infraestructura de gestores culturales con especialidad en fomento a la lectura, la creación de librerías y su vinculación con la población a través de la gestión en barrios, en pequeñas comunidades. A los gigantes hay que oponer la atención personalizada. No con proteccionismo, que a la larga nunca sirve, sino con lo que la comunidad necesita y que el gigante no puede dar. Más que oponer gigantes vs. microproyectos, veo una complementación enriquecedora para todas las partes. No creo tanto en sanciones, sino en motivaciones.
5. ¿Qué espera de la nueva Secretaría de Cultura en el panorama editorial?
Apertura e inteligencia. Entender no sólo el momento, sino el tiempo (pasado, presente y futuro) que en su conjunto determina lo que tenemos, lo que debemos hacer y, por tanto, lo que requerimos en el corto, mediano y largo plazos. Para que florezca, el quehacer editorial se necesita comprender como parte de un todo complejo. No se puede desvincular del autor y menos del lector. Tampoco del actor intermedio, que es el productor. Y para nada del eslabón esencial: el librero. La política de libro y la lectura estuvo en manos de la Secretaría de Educación Pública. El libro no se puede desvincular de la educación. Pero la lectura por placer está más bien en el ámbito de lo que llamamos “cultura”. Será interesante ver qué pasos da esta nueva Secretaría en un ámbito tan complejo como el editorial, más cuando son tantos los eslabones que navegan en el mar de la incertidumbre cultural.