Entre nalgas, desatinos y taxistas transcurrió ayer el día en Buenos Aires. Me explico: Xiluén salió temprano a continuar afinando la plataforma editorial en la que estamos trabajando. Mientras, fui completando mis apuntes y salí a almorzar. En eso estaba, cuando Xilu me llamó para hacer algo juntos, porque sus interlocutores estaban batallando con algunas dificultades en el área de producción y no podían atenderla. La esperé mientras almorzaba unos huevos revueltos tremendamente insípidos acompañados de pan tostado y una especie de coctel de frutas con plátanos pasados de maduración, es decir, de aspecto un tanto asqueroso. Al llegar, me dijo que moría de hambre. Le sugerí ir a otro lugar porque donde estábamos la comida francamente era del nabo. Caminamos unas cuadras y nos detuvimos porque Xilu le preguntó a una mesera que a dónde podíamos ir a caminar. Mientras hablaban, mi mirada se posó sobre esas hermosas protuberancias que emergen donde la espalda pierde su nombre. Caminamos unos pasos hacia donde la bella chica nos había señalado, cuando, repentinamente, le dije a Xilu: ¿y si almuerzas en ese café que acabamos de pasar? Le pareció bien, regresamos al lugar y nos sentamos en una mesita que nos prepararon. Xiluén almorzó tranquila mientras yo observaba el ir y venir de esas nalgas esplendorosas de la linda mesera que, de alguna manera, me recordaron a Noemí. Esto lo traté de relatar en un breve texto que escribí en mi iPhone, pero que, por algún misterioso motivo, al publicarlo desapareció.
A lo largo de estos días Xiluén y yo llegamos a la conclusión de que quienes siempre nos han asegurado que Buenos Aires se distingue por la belleza de sus mujeres y la guapura de sus varones, francamente han exagerado. Xilu asegura que no hay aquí mujer más bella que ella y que no hay hombre que pudiera, hasta el momento, sacarla de sus cabales, mientras que yo confirmo que he sido bendecido por la vida al encontrarme a mi bella Noemí en este tramo de mi existencia. Eso sí, nos hemos encontrado con gente amabilísima y muy grata a cada paso. En fin, que tras el almuerzo, decidimos ir, de Palermo, a San Telmo, una antigua colonia en esta Ciudad. El taxista que nos tocó de ida resultó ser un espléndido guía de turistas que aprovechó el trayecto para explicarnos cada detalle de la Ciudad, lo que le permitió extender el recorrido y sumarle pesos al costo. Ya en San Telmo, caminamos hasta una linda plaza donde estaban bailando tango. Allí nos sentamos, pedimos unas cervezas de a litro (que son las que están de moda), y nos pusimos a platicar. Para esto he de decir que Xilu es una mujer hambrienta de atención y conversación. De tal suerte, cualquier intento mío por escribir mis ocurrencias en su presencia genera en ella reclamos. Esa es una de las razones por las que no he podido reseñar el viaje como habría querido. Tendré, eso sí, mucho qué escribir a mi regreso. Espero que los recuerdos se mantengan tan frescos como parece que será este día que amaneció nublado, pues anuncian frío y lluvias. En San Telmo no caminamos ya mucho, pues el cansancio nos alcanzó. Así que tomamos un taxi que nos regresó a Palermo. El taxista resultó aún más hablador que el primero, pues se soltó un interminable monólogo, primero, sobre fútbol. Como buen hincha argentino, lo sabía todo. Además, hoy se jugaba el partido México-Argentina, así que eso le imprimió más enjundia a su discurso. Ahorita ha de amar aún más a Messi, cuyo gol casi al final del partido logró el empate con México. En medio de un tráfico infernal, el tiempo dio hasta para hablar ampliamente de política argentina. Hoy por la tarde alcanzaré a Xiluén en Bibliográfika. Será interesante esa visita a un taller de impresión digital similar al de Solar. Ya les estaré platicando…