Si bien es conocido que nuestra Cámara de diputados está poblada en su mayoría por sesudos ignorantes de la literatura y del quehacer editorial, ahora ha puesto de manifiesto su notable estupidez con la aprobación, por unanimidad, de una modificación a un decreto de por sí retrógrado en materia de “depósito legal” de obras. Estos zánganos creen que los libros y demás publicaciones crecen espontáneamente en los árboles y que, por tanto, pueden decretar que los editores debemos entregar gratuitamente parte de nuestro trabajo porque han decidido que éste se considera parte del “patrimonio cultural de la nación”. Bueno que así lo consideren; malo que no sean consecuentes y no destinen el presupuesto necesario para preservar ese supuesto patrimonio del que se quieren adueñar por decreto. Según la nota, publicada anteayer por La Jornada, “…la adecuación al decreto define que los editores y productores deberán entregar los siguientes materiales: Dos ejemplares de libros, folletos, revistas, periódicos, mapas, partituras musicales, carteles y otros materiales impresos o digitales de contenido cultural, científico o técnico. Un ejemplar de las obras de creación artística, educativa, o con valor cultural editadas en discos compactos, DVD, y de otros formatos digitales o mecanismos de almacenaje electrónico que contengan información de las características señaladas en el inciso anterior. Y un ejemplar a las bibliotecas depositarias de todas las publicaciones electrónicas, digitales o bases de datos que se hagan públicos por medio de sistemas de transmisión de información a distancia, cuando el origen de la transmisión sea el territorio nacional. El decreto define que las bibliotecas depositarias podrán solicitar el depósito de publicaciones con valor crítico para el patrimonio cultural y editorial de la nación. Los materiales se entregarán a las bibliotecas mencionadas acompañados de una relación en formato digital que contenga todos los datos necesarios para su catalogación.” Notemos que no se habla únicamente de “editores”, sino también de “productores”. Estos imbéciles que viven de nuestros impuestos no se han enterado de que desde hace casi veinte años se producen infinidad de títulos en tiros cortos, es decir, libros con un tiraje de 10, 20, 100 ejemplares. Si tiro 10 ejemplares de un libro de poesía, tendría que entregar la mayor parte de mi producción al Estado, gratuitamente. Por supuesto, quienes osen producir ejemplares únicos (libros de artista, por ejemplo) se encontrarán en la ilegalidad al no poder entregar la cantidad de ejemplares que pretenden que regalemos. Muchas, muchísimas editoriales independientes tendrán que cerrar ya que no podrán hacerle frente a las disposiciones burocráticas de esta sarta de truhanes con licencia para legislar. Imaginemos simplemente lo que ocurriría con el creciente movimiento de las publicaciones de autor. Cientos de miles de personas que osan tomar la publicación en sus propias manos se encontrarán fuera de la ley. Más allá de eso, ¿estos sátrapas creen sinceramente que los editores podemos tenerles confianza como para poner en sus manos los archivos electrónicos de nuestras publicaciones? ¿Qué pasará cuando un autor encuentre sus libros pirata en las calles, en las librerías? ¿A quién demandarán? Si los susodichos zánganos no son capaces ni de preservar con seguridad nuestros datos en el IFE, ¿en serio pretenden que les confiemos el fruto de nuestro trabajo? Esta disposición, más allá de ser una reverenda estupidez, es un atentado no sólo contra la “industria editorial” en general, sino particularmente contra la edición independiente y la labor artística en particular. En mi opinión debe llevarnos a formular una enérgica protesta. Una vez más se legisla sin consultar a los presuntos implicados, sin allegarse elementos básicos de análisis y reflexión, sin considerar que los tiempos han cambiado y que la realidad editorial a nivel mundial es otra pues estamos cambiando radicalmente la manera de producir y por tanto de concebir libros y obras. El tema da para mucho. Por lo pronto, Pichi y yo estamos endemoniadamente encabronados.