Mientras que muchos contextualizan a sus personajes, yo los descontextualizo. Los coloco sobre el fondo negro de sus conciencias, que debería quizás ser blanco, porque no hay nada más sano que vivir sus propias fantasías, que actuar sus propias perversiones. Conmigo, los que son retratados viven un triángulo amoroso (objeto del retrato, modelo, fotógrafo), en el que yo soy el indeseado. Soy el voyeur, pero no sólo fisgoneo sus perversas intenciones… las dirijo. Manipulo un objeto fálico, el lente, y los induzco a que sucumban a sus más primarios deseos. Suelen contenerse durante la sesión. Tocan carne. Piel. Perciben texturas, temperaturas. Se controlan. Luego crean. Surgen textos. De ellos emergen libros. Los edito. Los divulgamos. El orgasmo literario es perfecto. Escritor, fotógrafo, lector, formamos una comunidad perversa. El paraíso antes de nuestra expulsión. El verdadero Nirvana. (Texto que encontré anoche mientras hurgaba en mis archivos y que escribí en el 2006 con quién sabe qué negro propósito. En la foto, el dummy de mi libro “La escritura y el deseo en Jalisco”, que algún día publicaré.)