Entre la ausencia del Facebook y la oquedad del Periférico transcurrieron estos últimos días de extraños acontecimientos. Me encontraba yo revisando mis notas sobre los más recientes sucesos en el mundo editorial, que se encuentra por cierto en medio de un inusual remolino de cambios y ajustes desmesuradamente rápidos, cuando me abordaron al unísono varios amigos por la vía más socorrida hoy en día que es el chat del Feis, entre ellos Mauricio López Valdés, de quien pronto publicaré un poemario. Le comenté que estaba escuchando música de los Creedence, a todo volumen por cierto, pues mi oficina tiene la maravillosa virtud de dar a la calle y estar rodeada de una “oquedad” similar a la del Periférico, que trajo vuelta loca a media Ciudad de México. Me confesó que cuenta con una buena recopilación de ellos en CD y que consiguió, años atrás, un LP de Tom Fogerty con su grupo Ruby que, si bien no era muy bueno, sí una rareza para coleccionistas. Mientras, conversaba con una amiga acerca de la soledad y otros flagelos de nuestra época, y con Alvaro sobre mi próxima exposición de foto que andamos armando por Azcapotzalco, cuando recibo de pronto un mensaje por la misma vía en el tono de “me voy para nunca más volver”. ¡Sopas!, me dije, como que estas no son las formas para notificar tan delicados asuntos. En ese momento, ¡catapluuuum!, se me cierra el Feis, ese también con la negra intención de abandonarme. Y no hubo manera de recobrar el contacto con ese mundo virtual que de pronto se esfumó ante mis obnubilados ojos. ¡Y hazle como quieras, cabrón!, me espetó la compu. Y le hice como pude hasta que finalmente mi querido Yair vino en mi auxilio y en un dos por cuatro hackeó y recobró mi cuenta. Este episodio sirvió para muchas cosas, particularmente para darme cuenta de la enorme dependencia en que podemos caer (o ya caímos) de un medio como el Feis. No lo digo sólo en un sentido psicoanalítico, sociológico y antropológico, sino práctico. Infinidad de servicios de los que hago uso cotidianamente están enlazados a mi cuenta de Facebook, de manera que, al bloquearse, nada quiso funcionar. “¡No estás conectado al mundo!”, me gritó silenciosa pero enfáticamente uno de esos programas. Pichi y yo mandamos todo al carajo y nos acostamos a lamer nuestras heridas con una genuina Guinness Foreign Extra Stout que hacía siglos no probaba. Volvieron mis recuerdos londinenses al ritmo de los acordes de “Who´ll Stop the Rain” de la mano con las extrañas vivencias que tuve 35 años atrás con mi “novia del séptimo piso” y que algún día relataré…