Cuando retraté a Huberto Bátiz, que hoy cumple años, su leyenda lo precedió. ¿Cómo definirlo? Quizás como un mitómano maravilloso que te cautiva invariablemente con sus historias y anécdotas llenas de sabrosa y desmadrosa erudición. No sólo soy su editor: siempre fui y sigo siendo admirador suyo. Huberto encarna esa sabrosa irreverencia que puedes saborear el resto de tu vida si has tenido oportunidad de conocerla. Creo que ha sido una de las personas que más ha disfrutado la sesión fotográfica que dio lugar a su libro “Amor por amor”, que publicamos en Minimalia erótica, de Ediciones del Ermitaño. Las reuniones que tuvimos en la editorial y en mi casa dejaron un entorno seducido por su capacidad de hilvanar interminables fantasías en torno a anécdotas reales. En una ocasión, reunidos en mi sala, lo entrevistó Gustavo Sainz. Recordaron infinidad de episodios de un pasado rico en experiencias que quizás se desvanezcan porque nunca encontramos las cintas que contenían la grabación destinada a alimentar la revista TransgresiónES que Gustavo y yo comenzamos a publicar años atrás (y que ya no tuvo continuidad). Si mal no recuerdo, fue Huberto quien por primera vez me contó sus experiencias con la Congelada de Uva, a la que “detestaba” porque en una ocasión se meó en su cabeza durante un performance que tuvo lugar en la UNAM. Por supuesto desfilaron por sus recuerdos todos los escritores que emergieron en la segunda mitad del siglo pasado y que encontraron suelo fértil para sus escritos en el suplemento “Sábado” que él dirigía, entre ellos Juan García Ponce cuya vida-ficción pareciera palidecer en voz de Bátiz su erotomaniaca producción literaria. Por cierto, en sus oficinas solía tomarles fotos irreverentes a las féminas que osaban visitarlo, imágenes que luego ilustraban las páginas del suplemento, sin duda uno de los más importantes en la historia de México. Me decía que lo sorprendió descubrir (al igual que a mí) que prácticamente todas las mujeres albergaban la secreta fantasía de encuerarse ante la cámara de algún fotógrafo. Pero eso no fue lo más extraño. Un día lo retaron: las mujeres sin duda se encueran, porque saben de sus encantos y del perverso poder que éstos ejercen sobre los hombres. Pero no así los hombres. Así que decidió probarlo y publicó una convocatoria en Sábado. Cuando llegó, días después, a sus oficinas, encontró una larga fila de hombres que daba vuelta a la cuadra. ¿A qué vienen todos estos pelafustanes?, preguntó. Pues a tomarse la foto en tu sofá, le respondieron. Los mitos están para ser desbarrancados. Huberto es, sin duda, un irreverente desmitificador consumado a quien hay que felicitar. O quizás más bien debemos felicitarnos nosotros por tener como amigo, escritor y editor, a un fabuloso ser humano que se pitorrea de toda solemnidad y nos recuerda lo maravillosamente insignificante y antisolemne que es la vida. Comparto esta foto que le tomé en una memorable sesión fotográfica en mi estudio en San Pedro de los Pinos.