Una foto porno que Facebook no censurará…

Esta es una foto porno tomada hoy por la tarde en mi oficina. Una foto que Facebook no encontraría cómo censurar y que los mojigatos que suelen denunciar “contenido inapropiado” no serían capaces de interpretar correctamente porque lo explícito se encuentra por debajo de la cintura y no cupo en el encuadre. Me explico. Noemí y yo trabajamos juntos. Ella en el piso de abajo, yo en el de arriba. Hemos formado un buen equipo. Sin embargo, el deseo suele asaltarnos repentinamente pese a que, para cuando nos sentamos frente a nuestros escritorios, ya disfrutamos varias veces a lo largo de la mañana de los irrefrenables deliquios del placer carnal. Hoy no fue diferente, pese al frío que calaba hasta los huesos. Esa fue la razón por la que, cuando ella entró, tomó las llaves y cerró la puerta, se acercó a mí, me envolvió con sus manos, pequeñas, suaves, cariñosas, acercó mi cara a la suya y hundió su lengua en mis labios para quedarse así mientras el Pichi se lamía una pata recostado en el otro extremo del escritorio. Se desabrochó el cinturón y bajó su pantalón y diminuta tanga apenas lo suficiente para que yo agarrara con firmeza sus nalgas. Me levanté lentamente para abrazarla. Ella se reclinó sobre la orilla del escritorio de madera que me fabricó mi hermano hace eternidades y que tiene infinidad de marcas que lo han hecho testigo de un sinnúmero de circunstancias similares a ésta. Me desabrochó el cinturón, me bajó el pantalón y los calzones y se sentó en mi silla para toquetearme larga y salivosamente. Su cabello chino y abundante acariciaba con suavidad la parte de mis piernas puesta al descubierto. Me encanta su cabellera, pensé, hundiendo mis dedos en ella. Luego se levantó y me dio traviesa la espalda al punto que dobló su cuerpo mientras puso de lado el teclado y el trackpad para reposar sus brazos. Fue en ese ir y venir de suave penetración que vi abierto el Photo Booth de la Mac, con el teclado a mi alcance para oprimir la tecla de retorno. Lo hice. Una y otra vez, sin perder ritmo ni concentración. Al final, aún fusionados nuestros cuerpos, enteramente compenetrados, la jalé hacia mí y quedamos sentados sobre mi sillón, con esa desnudez parcial propia de quienes delinquen en medio del gélido clima que prevalece. Ella se volvió a inclinar hacia adelante, sin separarse de mi vientre, y de nueva cuenta se encontró con la tecla de retorno en ese pequeño teclado que, dicho sea de paso, es una delicia. Clic, lo oprimió. Tres, dos, uno, Clic. Se dio la foto. Una foto porno que, sin explicación de por medio, quizás los censores tan proclives a cuidar la buena moral no entenderían en toda su gravedad. Explicado lo anterior, ya nos pueden censurar.