Cuando vino hoy a Solar Gustavo Arizpe, quien fuera nuestro webmaster, trajo a mi memoria un cacho de esa historia que suele desvanecerse con el tiempo. Se trata de mis pininos en la ardua labor de generar presencia en la red. Ya no recuerdo bien fechas y plataformas. Comencé a explorar el mundo web a principios de los ochenta del siglo pasado haciendo uso de servicios muy rudimentarios pero que nos apasionaban. Luego llegó Compuserve, del que fui uno de los primeros suscriptores y del que supe por medio de un traductor canadiense que iba a los congresos armado de su computadora portátil. En Compuserve conocí, por cierto, a una bella chica con la que sostuve un breve pero apasionado romance. Intentamos impulsar actividades en mancuerna, lo que no fructificó mucho. Yo comenzaba no sólo a explorar la web, sino también a armar mis propias páginas con infinidad de programas que aún guardo en mi estudio de fotografía, que se ha convertido en un museo del software fundacional. Años después de eso conocí a Gustavo, que ofrecía el servicio de diseño web y también el hospedaje. Hoy recordábamos que fue un problema que tuvo él con los servidores que manejaba lo que nos separó en la difícil y apasionante ruta del descubrimiento de las posibilidades que se anunciaban. (Hoy, por cierto, manejo por seguridad nuestros espacios en dos servidores distintos ubicados en sitios geográficamente distantes). Pero nos diseñó una página que realmente me gustaba mucho. De entonces para acá las cosas han cambiado un chingo. Ahora Gustavo se enfoca más al marketing digital. Y lo hace muy bien. Hoy hablamos de posibles proyectos. Él sabe de libros y entiende la época que estamos viviendo. En una de esas armamos un sabroso merequetengue que, creo, hace mucha falta. Porque en este escenario de transición de lo analógico a lo digital, lo que prevalece es el caos. Pero, como hace unos instantes comentaba con Andrés Cardo, extraordinario gestor cultural, el caos es el suelo fértil sobre el que labramos nuestros desmadres. Y también nuestros desmanes de los que el Pichi se hace partícipe y a quien Gustavo vino a conocer en persona. Y así me lo dijo: visitarte, Alejandro, no es sino el pretexto para conocer y abrazar al Pichicuaz. Y el Pichi le devolvió el gesto amistoso con lamiditas y ronroneos.