Dicen que en Frankfurt las prostitutas odian la feria del libro porque los editores no las pelan pues se divierten solitos. ¿Será? Y es que esta feria se asemejó a muchas otras, incluyendo el desaire a las “mujeres de la vida galante”. Parecería, cuentan, que nada ha cambiado. Sin embargo, tras bambalinas, y como comenté días atrás, los grandes temas han sido el auge del libro electrónico y el de la autoedición. Cada día fluye información que pareciera confirmar las tendencias: el libro electrónico va al alza exponencial, el libro papel a la baja, las librerías se debaten entre la vida y la muerte, los bibliotecarios buscan nueva razón a su existencia. El auge de la “pornografía literaria” ha tumbado librerías virtuales, mientras otros persiguen falos y vaginas furiosamente para desterrarlos de sus virginales portales. También la industria de la historieta vive su debacle: cada vez hay más tendencias a querer censurar el cómic subido de tono. En Estados Unidos surgió a mediados de los 80 el Fondo para la Defensa Legal de la Historieta (CBLDF por sus siglas en inglés), que cada vez tiene más chamba. En el 2010 tuvo que salir a defender a Ryan Matheson, quien tuvo la osadía de llevar unos cuantos cómics en su equipaje cuando viajaba a Canadá. Sus Manga en los archivos de su laptop le hicieron ver su suerte en prisión cuando lo acusaron de portar “pornografía infantil”. Y hoy los censores andan más cabrones. Dentro del florecimiento de la libertad de edición, esta es una mala época para la libertad de expresión. Lo cierto es que, en medio de todo lo que está sucediendo, cada vez será más importante organizarnos para defender nuestros derechos civiles, nuestras libertades. Snowden puso de manifiesto hasta qué punto los gringos han desarrollado un sistema sofisticado e invasivo de espionaje global. El asunto es: ¿queremos una bibliodiversidad plena, o una rasurada a la Obama? ¿Dejaremos que se metan aún más en nuestra vida privada? ¿Permitiremos que otros decidan qué vemos, qué leemos, qué nos metemos? Digo, si ya no vamos a poder tener saleros en las mesas ni disfrutar a gusto nuestros gansitos, twinkys y trikitrakes acompañados de nuestras cocas bien frías, que al menos nos dejen fantasear, ¿no?