En medio de la ola destructiva que hemos sufrido en estos días en México, el libro se encuentra entre los damnificados. Y con el libro, los lectores. Más de cuarenta mil escuelas sufrieron daños, muchas de ellas una destrucción total según datos oficiales preliminares. Podemos imaginar que, además de la tragedia inmediata que viven muchos en estos momentos en que cunde el hambre, la sed, y se deteriora la salud, habrá secuelas en muchos otros terrenos, como el educativo y cultural. ¡Cuántas bibliotecas públicas, cuántas bibliotecas escolares, cuántas bibliotecas de aula, cuántas bibliotecas personales no habrán sucumbido ante la lógica inexorable de la humedad! Si en México ya enfrentábamos una gran emergencia educativa desde hace muchos años, hoy ésta se hará más patente. En este momento sin duda lo urgente es dotar a la población de alimentos y medicinas, de atención médica, de techo y cobija. Pero pasada la emergencia, será impostergable trabajar con ahínco, denodadamente, por un cambio cultural y educativo en el país. No es posible que sigamos siendo el México de las mediocridades cuando tenemos tanto potencial. La ignorancia acarrea desgracias. Mucho de lo sucedido podría haberse evitado con ciencia, cultura y educación. Por lo pronto, lo que podemos hacer es organizar un gran movimiento de acopio de libros para volver a dotar de bibliotecas a los habitantes de las regiones afectadas. Porque pasada esta etapa de emergencia en la que el hambre y la sed dictan las prioridades, seguirá una en que el entendimiento buscará respuestas. Y éstas las encontrará quizás en los libros…