En las actuales escaramuzas entre la CNTE y el gobierno, creo que ninguna de las partes se da cuenta de la magnitud de los cambios que se avecinan. Los maestros, pésimamente capacitados, tratan de defender sus intereses. Lo hacen con los recursos que saben que les dan resultados, fruto de sexenios de corruptelas y concesiones absurdas en aras de una paz fugaz e incierta. Los cambios de paradigmas que están dando lugar a las transformaciones que se registran en el terreno del libro y la lectura son los mismos que harán que toda la estructura sobre la que reposa el actual sistema educativo se venga abajo. Los profesores que hoy se lanzan a las calles para impedir una tibia reforma educativa probablemente no tienen ni idea de que están tratando de destruir, por hacer un símil, el “avance de las máquinas” para preservar sus fuentes de trabajo. La ignorancia que caracteriza al grueso del magisterio difícilmente podrá sostenerse mucho tiempo. Profesores que se niegan a aprender inglés, a adquirir capacidades digitales y a ser evaluados cada vez con mayor rigor en función de los estándares internacionales con los que como nación competimos, no son sino un lamentable obstáculo para el desarrollo del país. Pero hay que hacerle honor a la verdad: ellos no son propiamente “culpables”, sino víctimas también del sistema que ha imperado a lo largo de tantos decenios. Egresaron de malas escuelas, con malos maestros, y nunca fueron correctamente evaluados. El sistema los produjo y hoy reniega de ellos. Pero no queda de otra. Muchísimos maestros simplemente no tienen las capacidades para formar a las generaciones de profesionales que el avance científico y tecnológico demanda. Pasa lo mismo que con otras profesiones cuyos perfiles son obsoletos. Así como vemos hoy miles de personas desempleadas con maestrías y doctorados, cada vez veremos más “maestros” sin chamba. A menos que recapaciten y le den la vuelta a la tortilla de sus exigencias: en lugar de oponerse a esta reforma, deberían exigir una mucho más ambiciosa y radical, una que les abra las oportunidades que necesitan para adquirir antes que nada los conocimientos y las capacidades necesarias para ser realmente maestros de primer nivel que no hagan el ridículo ante las nuevas generaciones o que, al menos, no las frenen en su afán de aprendizaje.