Congreso de la Sociedad Internet de México (ISOC)
6 de octubre 2011
Alejandro Zenker
Quizás en ningún ámbito de la cultura se ha sentido tanto el impacto de las nuevas tecnologías como en la industria del libro. Los editores desperdiciaron tiempo dedicándose a pregonar la superioridad e inmortalidad del libro con soporte en papel, sólo para enfrentar, a la vuelta de unos cuantos años, una cruda realidad: el libro con soporte en papel está condenado a desaparecer. Los contenidos migran y seguirán migrando a los nuevos soportes digitales. Pero no sólo eso: el concepto mismo de libro se está transformando, y una nueva generación de contenidos multimedia aflora diariamente. Con el surgimiento de los nativos digitales, las resistencias a los nuevos soportes se desvanecen con rapidez asombrosa. Los aparentes impedimentos, como el costo prohibitivo de los dispositivos digitales en un inicio, se esfuman conforme se masifica su uso, y sus precios caen inexorablemente como producto de la competencia, la amortización de los costos de desarrollo y producción, y la producción compartida (varios contendientes usan los mismos componentes).
Mientras las grandes batallas hacen que entidades otrora gigantes, como Nokia, cedan paso a los nuevos en telefonía, como Apple, lo mismo está pasando o está por suceder en el terreno del libro. Editoriales enormes compran editoriales medianas, los gigantes de internet, ávidos de contenidos, cooptan la industria del libro o simplemente la remplazan con su músculo digitalizador. Mientras eso ocurre, emerge un mercado de infinitas proporciones para la migración y adaptación de contenidos lineales a plataformas dinámicas, como las apps. Sin embargo, la rapidez con que esto sucede ha dejado de lado aspectos que se cuidaron durante cientos de años. La caja tipográfica rectangular, con tipografía justificada, cede su lugar a un texto que se adapta a las necesidades del lector, quien cada vez más toma las riendas de lo que lee y, sobre todo, de cómo lee. Conceptos estéticos como viudas, huérfanos, colas, callejones, e incluso de índole práctica, como la numeración de las páginas, quedan relegados al olvido. Habrá que reinventar la estética de la página tipográfica, ahora digital, si bien la duda surge acerca de la perdurabilidad de la lectura lineal.
La lectura como fenómeno acarrea infinidad de interrogantes en medio de una disputa sobre lo que se pierde con el surgimiento del hipertexto por un lado, y de la apropiación de contenidos a través no ya de la lectura de textos, sino de éstos acompañados de fotos, videos, animaciones, sonido y juegos interactivos.
El problema es que quienes analizan son inmigrantes digitales, versus los analizados, que son nativos digitales. El cerebro humano, con su maravillosa maleabilidad y adaptabilidad, enfrenta a los neurocientíficos a nuevas realidades. El cerebro de las nuevas generaciones está cambiando la manera de procesar la información. Por lo tanto, la información debiera presentarse de modo distinto. Viene, por ende, la adaptación de los contenidos a las nuevas capacidades de las nuevas generaciones de lectores. Pero también de los consumidores de cultura, por llamarlos de alguna manera. El mundo de la cultura ha estado cambiando y lo sigue haciendo, ahora a un paso más acelerado, junto con esta transfiguración de libro, lector y lectura. Nunca se produjo tanto material visual como ahora. Los cambios son notables en todos los ámbitos. El fotoperiodista, por ejemplo, comienza a ser remplazado por el ciudadano común que, celular en mano, retrata la situación en el momento y sube la foto o incluso el video a internet de inmediato. ¿Cómo puede un fotoperiodista competir con los millones de fotógrafos informales, la infinidad de información gráfica que fluye sin cesar hacia Twitter, Facebook, Flickr, etc., de acontecimientos como el tsunami en Japón o, más impactante aún, los movimientos de insurrección civil en los países árabes? Esta actividad fotográfica comienza a acuñar un nuevo vocabulario, como el de la iPhoneografía, a cuyo análisis ya se le han dedicado libros.
La fotografía comienza a vivir una nueva revolución cuando apenas se estaba recuperando de la desaparición del soporte analógico. Ya no sólo es lo digital lo que la marca, sino todo lo que hay alrededor. Tomar la foto para el usuario del celular es apenas una de las muchas actividades que puede realizar. La capacidad de manipulación del fotograma se multiplica conforme afloran nuevos programas y se popularizan. Paralelo a eso, los fotógrafos que migramos de la plataforma analógica a la digital, pero mantuvimos la sana costumbre de imprimir nuestros trabajos, hoy nos preguntamos el camino que tomarán las cosas. Recientemente, a raíz de una discusión que surgió sobre la supervivencia de los museos y galerías como espacios de aprendizaje y contemplación, un grupo de artistas nos preguntábamos si el soporte físico llegará a desaparecer para quedar en un plano meramente virtual. Por ejemplo, en mi más reciente exposición, había 32 retratos impresos sobre papel 100% con pigmentos de carbón. Es decir, un sustrato poco común y cuya intención sólo se percibe presencialmente. A lo largo del poco más de un mes que lleva abierta, la habrán visitado algunos cientos de personas. Sin embargo, la obra que compone esta exposición la han conocido miles, si no es que más, a través de internet. La producción de una sola obra de éstas que expongo cuesta casi lo que una pantalla LED de 42 pulgadas. Pronto, la visualización en una pantalla será más nítida que lo que se podrá reproducir sobre sustratos físicos.
Hoy en día son muchos los fotógrafos que se dan a conocer casi exclusivamente a través de internet. Lo mismo pasa con pintores y escultores. Pocos logran llegar a los museos, a las galerías. La exposición física es para una élite artística y para una élite de espectadores. Pero aferrarnos al soporte, ¿no es lo mismo que sucedió con la música en su momento y ahora con la fotografía y con el libro? La nostalgia nos corroe. Sin embargo, un mundo de información y contemplación otrora ignoto se nos abre a través de cualquier computadora, iPad, tablet o celular conectado a internet. Un ejemplo realmente notable lo viví en estos años a través de un portal que abrió un amigo mío en España dedicado al libro de artista. En poco tiempo, la red social que creó, a imagen y semejanza de las que yo he armado, sumó a más de dos mil artistas. El libro de artista ha sido hasta ahora por antonomasia analógico, es decir, con soporte físico. En buena medida sigue siendo el caso. Sin embargo, este esfuerzo de integración de artistas del libro en un solo portal dio por resultado novedosas formas de colaboración. Las ideas han fluido de un lado a otro. Pronto comenzaron a surgir proyectos de colaboración trasatlántica. Un fotógrafo de España manda su obra a un grabador en Argentina, y éste, el resultado a un encuadernador en México, por ejemplo. Inimaginable sin internet. Pero esto ha dado lugar a exposiciones virtuales del trabajo, muy apreciadas por todos ante la imposibilidad de ir a una exposición, puesto que los artistas reunidos están dispersos en más de una docena de países. Lo mismo pasa con la red de Artistas Visuales que coordino, que agrupa a más de 400 personas. Se trata de la primera y más amplia colección de artistas dedicados a un género dentro de las distintas disciplinas, como la fotografía, la pintura, el grabado, la escultura, etc. El concepto mismo de arte erótico en México en este caso, y de libro de artista, en el otro, cambia a raíz del amplio panorama que se nos abre. Un panorama inimaginable pocos años atrás.
Por lo tanto, me atrevo a aventurar que nuestros conceptos de arte, de estética, están por cambiar. La obra de arte, así sea una pintura, una escultura, estará disponible para que las masas la contemplen en todo el mundo, sin trasladarse a Madrid al Museo del Prado o a Nueva York al Guggenheim, Museo Nacional de Estocolmo, Museo de Orsay. Lo mismo sucederá con el libro. El problema ya no será exhibir, sino llamar la atención para que la obra llegue a su destinatario. En el caso del libro, las bibliotecas, transformadas en GPS de la lectura, o las librerías inteligentes, ayudarán a acercar los contenidos que el usuario requiere. Lo mismo los museos y las galerías. Pero comencemos a pensarnos en un mundo ya sin librerías a las que asistir, sin bibliotecas, quizá sin tiendas, sin museos, sin salas de conciertos. O con todo eso, pero con presencia simultánea en internet.
Un cambio cultural radical sobrevendrá mundialmente con la migración del libro de texto al soporte electrónico. Actualmente en muchos países y universidades están migrando los materiales educativos. Leer digitalmente no será ya una opción, sino una necesidad. Hoy, en México, el único acercamiento que tiene la mayor parte de la población a la lectura es a través de los libros de texto gratuitos. Hoy contamos con menos librerías que municipios en el país, y la cantidad y estado de las bibliotecas es deplorable. La migración al mundo digital es la gran opción y oportunidad para hacerle llegar al grueso de la población contenidos que hasta ahora habían sido reservados para unas minorías. ¿Hacia dónde nos llevará esta migración digital y el acceso de millones de personas a la información? Nos encontramos ante un panorama inédito en la historia de la humanidad. De pronto, todo es posible.
*azh/5/10/2011