Y sí, en efecto, el viernes 22 de octubre de 2010 se nos fue, en la ciudad de México, el poeta, editor, corrector y tipógrafo Alí Chumacero, a quien tuve el placer de tratar y retratar. Me he servido un whisky tal como a él le gustaba, tal y como nos lo tomamos en no pocas ocasiones.
Como muchos otros, sin duda, tengo numerosos recuerdos de él que ahora se agolpan en mi mente, sin orden. Pero quizás una experiencia en particular, única y diferente, puedo aportar en su memoria. Pero vayamos por partes.
Lo conocí hará unos 30 años, cuando trabajé, primero, como traductor, y luego como corrector y editor externo para el Fondo de Cultura Económica, que estaba en ese entonces en Av. Universidad y Parroquia. Solíamos coincidir en los pasillos o en la oficina de El Trimestre Económico, donde tranquilo se estacionaba a platicar largo y tendido. Alguna que otra vez nos fuimos al restaurante Veracruz a tomar un tequila mañanero. Eran épocas en que yo visitaba a Adolfo Castañón, con quien sostenía largas conversaciones sobre traducción, o me detenía frente a la oficina de Wenceslao Roces para observar cómo dictaba a su secretaria la traducción de las obras de Marx y Engels.
Alí fue también un notable maestro. A diferencia de otros editores que guardaban celosos sus conocimientos, Alí los compartía con humor y sabiduría. En más de una ocasión le consulté mis dudas, particularmente sobre cuestiones tipográficas, y siempre obtuve amplias respuestas que no pocas veces me suscitaban más dudas. Coincidir con Alí fue algo cada vez más frecuente con el paso de los años. No sólo en el FCE, sino también en encuentros, presentaciones y, por supuesto, en la FIL de Guadalajara. Durante varios años, Marcela González Durán, esposa de su hijo Guillermo, trabajó conmigo. De tal suerte nos veíamos de vez en cuando en reuniones familiares o festejos con amigos. Estar con Alí aseguraba una velada amena.
Tuve el privilegio de editar el libro Poeta de amorosa raíz en Ediciones del Ermitaño. Allí reunimos gran cantidad de fotografías personales que Alí mismo nos proporcionó. Marcela González, en ese entonces colaboradora de Ediciones del Ermitaño, forjó conmigo ese libro con gran dedicación y casi, diría yo, devoción. Alí revisó pruebas que fueron y vinieron y nos hicieron experimentar la unión creativa con el poeta, tipógrafo y editor. Lamentablemente, el libro tuvo poca difusión y venta, como es la triste suerte de muchos de los excelentes libros que publicamos los editores independientes. Pero allí está, para festejar al autor.
Al iniciar el siglo y el milenio, recurrí a Alí cuando organicé el Pabellón Tecnológico en la FIL de Guadalajara. Entre otras cosas, monté un “Museo del libro”, donde mostraba lo que nos llevaba del original a las pruebas finas o negativos, paso a paso. En ese entonces, Alí nos prestó los originales de uno de sus poemas. Poco después visité a Alí en su casa junto con Ivonne Gutiérrez, mi asistente, y tras larga charla nos lo llevamos a comer al SEPs en la Condesa. Allí nos contó que de cada poema tenía numerosas versiones y que de uno de ellos, incluso, guardaba más de 50 variaciones corregidas. Le propuse que publicáramos un libro que mostrara esa labor creativa, ya que la mayor parte de la gente tiene la errónea idea de que los poemas, al igual que los cuentos y las novelas, emergen de un plumazo de la inspiración del autor. El proyecto le gustó a Alí, pero lamentablemente nunca llegamos a concretarlo.
Pero más allá de estas anécdotas, quizá mi mayor acercamiento a Alí se dio el 8 de noviembre de 2002, cuando, si mal no recuerdo, al regresar de un encuentro de poetas en Oaxaca, aterrizó en la editorial. Venía cansado, pero alegre, a participar en una sesión de fotografía erótica, de retrato sui géneris, a la que lo habíamos invitado en el marco del proyecto “La escritura y el deseo”. Nos acomodamos primero en la sala para conversar. Allí estaban con nosotros Natalia Toledo y Jaime Garza, junto con Ivonne Gutiérrez y Leda Rendón, mi modelo de cabecera, ambas inteligentes, carismáticas, encantadoras. Pusimos en la mesa una botella de whisky y varias de vino tinto. La de whisky para Alí, por supuesto.
Al cabo de un rato, y mientras continuaba la tertulia, Leda y yo nos fuimos al estudio y comenzamos a trabajar. Retratar a Alí fue todo un reto. El proyecto apenas se iniciaba. Ya había retratado yo a varios escritores, como Juan García Ponce y Gustavo Sainz, y había aprendido que cada uno reaccionaba diferente ante el reto de posar durante una o más horas con una hermosa modelo desnuda en sus piernas. De alguna manera, Alí resultó ser muy peculiar. Con sus ya más de 80 años, entró al estudio como todo un adolescente en pos de una gran travesura.
Apagué la luz ambiental, prendí las luces del estudio, Leda se desnudó y, en ese momento y de alguna manera metafórica, también lo hizo Alí. Allí teníamos al gran poeta convertido en un humano maravillosamente simple, con todas sus sensaciones abiertas para recibir ese regalo. No es común tener la oportunidad de estar en esa tesitura. No es común tener la oportunidad de crear semejante intensidad para un poeta tan sencillamente humano de la talla de Alí. El triunvirato (poeta, modelo, fotógrafo) felizmente se fundió con un solo propósito. Las imágenes que emergieron son bellas y provocadoras. Encontramos allí al Alí erotómano, al Alí poeta, al Alí mundano.
Hoy estoy triste por la muerte de un personaje tan cercano, tan querido, tan admirado. Pero ante todo me entristece saber que un humano tan sencillamente común, como tú y como yo, pero que ha vivido la vida con una intensidad envidiable, a quien le tenía sin cuidado lo que el mundo pensara de él, que usaba la inteligencia para burlarse de los otros —y de mí, por supuesto, cuando tuvo ocasión—, ya no esté entre nosotros para seguir arrancándonos la sonrisa aunque fuera a costa de nosotros mismos. ¿O quizá debemos, más bien, estar felices al saber que un gran amigo, poeta, tipógrafo, editor y erotómano llegó hasta los 92 años, cuando muchos se están yendo al pasar los 50?
Hoy repiten mucho la frase de Alí: “Quiero que a la hora de la hora, cuando me vaya con la música a otra parte, me recuerden como un hombre venido de un pueblecito pequeño que se llama Acaponeta, de un estado pequeño que se llama Nayarit, buscando un sitio propio”.
Ése es su lado poético. Conociendo a Alí, creo que más bien preferiría ser recordado con un vaso de whisky en la mano y con Leda desnuda entre sus brazos.