Realidades y prejuicios en torno a la impresión digital: Cómo comprender un recurso “nuevo” que ya es “viejo”…

Por Alejandro Zenker

Conferencia dictada en el marco del
Encuentro: Ediciones Alternativas
Jueves 25 de septiembre
Coordinación de Humanidades/UNAM

Mi hija, que por algún extraño maleficio genético ha decidido ser editora, me critica todo el tiempo porque, según ella, cuando explico algo suelo remontarme a la época de los dinosaurios. En este caso no hay peligro de tal desatino, puesto que el tema que hoy nos reúne no cumple aún dos décadas. O quizá sí, dependiendo de lo que entendamos por “ediciones alternativas”. Aunque, pensándolo bien, sí podríamos iniciar con los dinosaurios… al menos los de la edición, tan parecidos en su resistencia al cambio como nuestros políticos de la vieja guardia, pero me resistiré a la tentación. Lo que no resisto es someterlos a una breve tortura aritmética, aprovechando que apenas inicia este encuentro y que todos están frescos y despiertos. Se trata de una breve incursión en el cálculo editorial, inherente a buena parte de los temas que seguramente hoy abordaremos. Porque si de algo se trata cuando hablamos de nuevas tecnologías —que ya no lo son tanto—, es de su viabilidad económica en comparación con las tecnologías tradicionales.

Encuentro Ediciones Alternativas UNAM Sep 08

El ejercicio comienza así (y me brinco toda terminología contable para facilitar el razonamiento):

Toda obra tiene componentes básicos que contribuyen a la determinación del precio al público de un libro. Uno es el costo fijo, otro el variable. La suma de estos dos nos dan el costo integrado que, más los gastos generales, nos arroja el gran total al que, a su vez, aplicamos un factor multiplicador para llegar al precio al público.

Veamos un caso hipotético en la producción de un libro:

El costo fijo nos lo arroja el proceso de producción editorial compuesto de:

• Traducción
• Diseño
• Revisión, cotejo y marcaje del original
• Tipografía y formación
• Lectura de pruebas
• Cuidado editorial

Supongamos que todo esto nos da un valor de 10 000 pesos.

Ahora debemos determinar el tiraje de la edición. Asumamos que no tenemos un estudio de mercado ni una estimación real de posibles compradores. Así pues, nos iremos por un mero razonamiento de costo con el que jugaremos para determinar el precio al público. ¿Cómo establecerlo? Generalmente aplicando un factor multiplicador que nos cubra, de tal suerte que al final del ciclo hayamos recobrado nuestra inversión de ser posible, e incluso con alguna ganancia.

Es decir, a esos 10 000 pesos de inversión inicial en el proceso de producción editorial hay que añadir:

• Gastos generales
• Papel y cartulina
• Impresión y
• Encuadernación

Supongamos que esos gastos generales equivalen a 30% de nuestro costo de producción editorial, es decir, $3 000 pesos. Esto nos da una suma de 13 000. Aquí comienza, en realidad, el problema. ¿Cómo decidimos el tiraje?

Sabemos que este costo se va a repartir proporcionalmente entre los ejemplares producidos. A mayor tiraje, menor incidencia de ese costo de producción editorial sobre cada ejemplar. Es decir, si producimos 1 000 ejemplares, el precio final al público debe ser hipotéticamente menor que si sólo producimos 100.

Supongamos que nuestro costo por la producción de 1 000 ejemplares es de 10 000 pesos y que la producción de 100 es de 200. Insisto en que es sólo un ejercicio ilustrativo, no real, y que todo es un poco más complejo de lo que aquí expongo.

13 000 + 10 000 nos da 23 000 pesos de costo total vs.
13 000 + 200, que nos arroja un total de 13 200.

23 000 pesos entre 1000 ejemplares nos da un costo unitario de 23 pesos.

13 200 pesos entre 100 ejemplares nos arroja un costo unitario de 132 pesos.
¿Por cuál opción nos vamos?

Si a esto añadimos que una librería o distribuidor nos exige entre 40 y 65% de descuento, tenemos que aplicar un factor multiplicador de 5 o 7, idealmente. Quedémonos en 5 si bien en Ediciones del Ermitaño aplicamos generalmente un 3.5.

El libro producido en un tiraje de 1 000 ejemplares tendrá un precio al público de 115 pesos (23 x 5).

El libro producido en un tiraje de 100 ejemplares tendrá un precio al público de 660 pesos (115 x 5). Es decir, totalmente inasequible para el público.

¿Correcto?

Pues sí y no, pero ese razonamiento fue uno de los principales obstáculos para que la impresión digital se abriera camino en toda la industria editorial en México, y particularmente en los centros universitarios. Y es comprensible. Semejante diferencia hacía que cualquiera optase por… el tiro largo, aunque en realidad el tiro les salía por la culata ya que en lugar de gastar $13,200 y desplazar esos 100 ejemplares iniciales, gastaban (y siguen gastando) 23,000 pesos… Pero si el desplazamiento real del libro era de tan sólo 100 ejemplares vemos que tiraban al basurero del almacén nada menos que $9800 pesos… Hoy las cosas han cambiado mucho y los costos de producción offset vs. Impresión digital se han acercado mucho en tiros menores a los 1000 ejemplares.

Hoy las cosas han cambiado y los costos de producción offset vs. Impresión digital se han acercado mucho en tiros menores a los 1000 ejemplares, lo que hace más impactante el desperdicio cuando uno se equivoca al determinar el tiraje inicial de un libro.

El error estaba en pretender cargar a los 100 ejemplares todo el costo fijo de la producción editorial, es decir,

• Traducción
• Diseño
• Revisión, cotejo y marcaje del original
• Tipografía y formación
• Lectura de pruebas
• Cuidado editorial
Comprenderán ahora que cuando hace 14 años incorporé a nuestra empresa, Solar, Servicios Editoriales, la primera impresora digital dedicada a producir libros en México, el proyecto parecía no menos que una locura. El peso mexicano acababa de sufrir una fuerte devaluación y los costos de adquisición de la tecnología habían subido estrepitosamente. Por lo tanto, en ese entonces mi apuesta por las nuevas tecnologías era muy arriesgada. Estaba convencido de que era el inicio de un futuro que cambiaría la estructura de la industria editorial, pero ¿para qué ser pionero?

Dediqué muchos años a promover la impresión digital en México. La respuesta del medio era categórica: la impresión digital era la solución a un problema inexistente. ¿Por qué? Porque para hacer uso de ella, para aprovechar todo su potencial teníamos que romper mitos e inercias.

En la UNAM, por ejemplo, enfrentaba un contundente rechazo. Una de las ventajas de la impresión bajo demanda (POD) es que uno puede imprimir tantos ejemplares como necesita y deshacerse del almacén.

“¿Deshacernos del almacén?” —me increpaban mis interlocutores—. “¡No sabes lo que dices! El almacén no es un problema, lo tenemos, y el costo de administración tampoco, puesto que el personal encargado está sindicalizado y no lo podemos despedir.”

Así de fácil desacreditaban mis argumentos. Por otro lado, el tiraje del libro era un símbolo de estatus académico. Si un profesor había publicado un libro con un tiraje de 2 000 ejemplares, el otro, con más influencia, quería al menos 3 000. De nada servía explicarles que la institución no tenía la capacidad de distribución de semejantes cantidades y que la mayor parte de esos libros iría a parar a los almacenes. Había libros de los que se habían publicado 2 000 ejemplares, por ejemplo, de los que no habían desplazado más de 30. ¡Imagínense el desperdicio! Dinero y esfuerzo tirado a ese gran basurero llamado almacén.

Volviendo al razonamiento aritmético inicial: el principal obstáculo lo constituían las autoridades administrativas. Ellas llevaban con rigor prusiano el razonamiento: a más ejemplares, menor costo unitario. “¡Pero los libros acaban en las bodegas!”, les decía yo. “No importa —contestaban—, para eso están.” Un absurdo burocrático perfecto. Se producían libros “baratos” para embodegarlos.

¿Cuál era la salida? Comencé a cambiar la terminología en mis explicaciones. El costo de producción editorial, es decir, el que conforman los procesos de

• Traducción
• Diseño
• Revisión, cotejo y marcaje del original
• Tipografía y formación
• Lectura de pruebas
• Cuidado editorial

constituye una INVERSIÓN. A ese costo no tiene uno que sumarle uno adicional, si es evitable. Es decir, mi propuesta era simple: asimilemos ese primer costo como inversión, hagamos un tiraje corto igual a la cantidad de libros que con seguridad desplazaremos y establezcamos el precio al público en función de un tiraje hipotético a largo plazo. La idea era hacer tiritititos una vez agotado el tirititito inicial. Pero las normas institucionales, no sólo en las universidades, sino también en las empresas editoriales, lo impedían.

En 1994 decidí predicar con el ejemplo. Ediciones del Ermitaño, editorial que dirijo y que es una división de Solar, había estado funcionando desde 1984, fecha en que se fundó de acuerdo con las normas de la industria, es decir, tirajes grandes con la intención de llegar a muchos puntos de venta y lograr un desplazamiento masivo de libros. Huelga decir que sucumbimos ante los innumerables problemas de distribución que enfrentamos. Debido a esta experiencia, al incorporar a Solar la impresión digital, decidí dar un giro, dedicarme a la publicación de literatura y producir mis libros en tirajes cortos. Desde entonces a la fecha hemos publicado más de 200 títulos de poesía, cuento y novela, siempre con un tiraje inicial de sólo 100 ejemplares. Para mí, esos 5 000, 10 000, 20 000 o 30 000 pesos iniciales que conforman el costo de producción de un libro, representan una inversión. Le apuesto a que el libro seguirá navegando con la colección a lo largo de los años. Así vamos a cumplir ya 15 años como editorial independiente que basa su producción enteramente en las nuevas tecnologías.

Solar, mientras tanto, se ha convertido en una empresa que brinda soluciones editoriales integrales para un manejo inteligente del documento. En nuestras instalaciones cubrimos todo el proceso que describí, desde la revisión del original, pasando por el diseño y la tipografía, hasta la impresión y la encuadernación.

En estos 15 años he visto de todo. Muchos de mis colegas que no comprendieron los cambios tecnológicos desaparecieron del medio. Otros surgieron, pero sin una escuela editorial que los respaldara, pues en México seguimos sin contar con estudios académicos formales de licenciatura y posgrado en las ciencias y artes del libro, fuera de algunos diplomados, cursos y talleres a todas luces insuficientes. Y es que cuando en un principio todo parecía indicar que las cosas se simplificarían, poco a poco el dominio del quehacer editorial profesional requiere de más habilidades y conocimientos.

Hoy se nos abre un amplio panorama complejo y prometedor. Lo que hoy estamos viendo no es sino el inicio de cambios aún más drásticos en toda la cadena de producción del libro. Desde la transformación del quehacer editorial mismo hasta la transfiguración del autor y del lector, nos falta mucho que ver.

Un aspecto importante es el libro electrónico. Como ustedes sabrán, al terminar el proceso de producción editorial tenemos un archivo electrónico equivalente a lo que antaño llamábamos “pruebas finas”. Ese archivo, generalmente un PDF, puede tener muchos usos. Es decir, no sólo es el que enviamos a las impresoras para la impresión digital; también es la antesala del libro electrónico. Con unos cuantos clics uno convierte ese archivo y lo deja listo para subirlo a internet. La facilidad con que se pueden crear libros electrónicos hoy en día y subirlos a la red de manera gratuita es sorprendente. Claro que hay muchos prejuicios vinculados con el libro electrónico. Los puristas y fundamentalistas del libro con soporte en papel hablan de que es insustituible. Sin embargo, en mi opinión no es más que un prejuicio que deja de lado la perspectiva histórica de las tendencias tecnológicas y los cambios generacionales que trasfigurarán al lector, como ya ha venido aconteciendo, querámoslo o no. El rechazo al libro electrónico, a la lectura en dispositivos electrónicos, parte de una experiencia personal, de una postura romántica, y no de conocimientos científicos, lamentablemente. De cualquier manera, el libro electrónico sigue en su infancia y falta mucho para que entre a la adolescencia. Pero “mucho” hoy en día se mide en cuestión de años, no de décadas.

Esta semana la empresa ADOBE sacó la nueva versión de sus aplicaciones que se han convertido en el estándar a nivel internacional: el CS4, en el cual encontramos entre otras herramientas el InDesign que cada vez más editores usamos, así como Ilustrator, Acrobat, Photoshop, etc. Esta nueva versión responde a los cambios drásticos que estamos viviendo: la multiplicidad de plataformas de las que los mortales hacemos uso: la PC de escritorio, la laptop transportable, la TVs con acceso a Internet en la recámara, iPods, iPhones, Blackberry y la Palm entre muchos otros, es decir celulares con conectividad de banda ancha con los que se puede ingresar a la web y hacer muchas cosas como escuchar música, ver fotos y videos, leer el periódico y sí, también leer libros.

A manera de ejemplo: yo también soy fotógrafo. Cuando surgió la fotografía digital, los fotógrafos profesionales, museógrafos, galeristas y curadores la vieron con desdén. En unos cuantos años, la fotografía digital se fue imponiendo, a tal grado que los fabricantes de cámaras, prácticamente sin excepción, se fueron retirando del mercado analógico para impulsar exclusivamente el digital. Hoy la gente se va desvinculando cada vez más de la foto impresa para migrar hacia álbumes digitales en la red. Suben sus fotos a Hi5, MySpace, Flickr, Facebook y tantos otros sitios gratuitos. Es la transfiguración del espectador. ¡Quién iba a decir hace unos años que hojear un álbum de fotos encuadernado iba a ser desplazado por una presentación en pantalla! Antes había sucedido lo mismo con la música, que pasó del LP al CD y de allí al mero archivo MP3 sin aparente sustento físico. Sin embargo, también la fotografía digital está en plena infancia… si acaso, entrando apenas en la adolescencia y lejos de madurar.

Cambios así se nos avecinan, y quien no esté preparado tendrá muchas dificultades en el terreno del quehacer editorial. Hay mucho qué estudiar. Es uno de los aspectos apasionantes de nuestra profesión: nunca se termina de aprender algo nuevo. Para orientar adecuadamente los pasos es necesario impulsar una labor sistemática de capacitación de los actores del quehacer editorial y de investigación en todos los terrenos, tanto de la creación de publicaciones destinadas a distintos dispositivos de lectura, como de los cambiantes procesos de lectura tanto lineal como no lineal. Para contribuir a eso con un granito de arena, hemos creado la revista Quehacer Editorial y hemos estado impulsando desde la sociedad civil iniciativas como el Instituto del Libro y la Lectura, A.C. (ILLAC) y la Red Internacional de Editores y Proyectos Alternativos (RIEPA), entidad a la que los invito a unirse.

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