Conocí a Noemí semanas atrás a través de Internet. Un amigo mutuo la refirió conmigo porque ella está trabajando en un libro. A través del Messenger Noemí me fue dando probaditas de su texto, de fuerte contenido erótico. Sabiendo que además de editor soy fotógrafo, me expresó su deseo de posar para ilustrar su libro. Así pues la cité en mis oficinas. Cuando llegó, me encontré con una mujer delgada, de facciones finas e inquietante.
Armados de una botella de vino blanco platicamos largo y tendido sobre su proyecto. Se trata de una narración a la que le falta un inicio y un final, porque los anda buscando. Por lo pronto decidimos avanzar con la sesión fotográfica, así que nos pusimos de acuerdo para vernos una semana después. Llegó el día, y al iniciar salió al descubierto el talento y carisma sensual, la cachondez natural y las múltiples facetas fotogénicas de esta joven autora. La sesión se prolongó largas y deleitables horas, a lo largo de las cuales cachondeó con ese fálico objeto del deseo, que es el lente, hasta que, agotados (el lente y yo), un poco por la dinámica misma de la sesión y el calor de las lámparas, y otro por el vino tinto que nos acompañó desde un inicio, dimos por terminada la sesión. Procedimos a sentarnos a descansar y a darle cran al vino. Ya eran altas horas de la noche. Laura, mi compañera, que suele documentar con su cámara las sesiones, había estado en un taller, por lo que llegó cuando Noemí se quería ir. Pero ambas cruzaron un par de frases que fueron hilvanando una conversación que prolongaría la experiencia a tal grado, que se transformó en una gratísima velada que terminó en desvelada. Este humilde fotógrafo, callado, se vio acompañado en esa tertulia de las dos más hermosas y cachondas mujeres del Universo. Después de esa experiencia, ya puedo morir tranquilo.