La sobreproducción editorial

Invitado por Francisco Vargas, participé en el Encuentro del Libro y la Lectura con una ponencia sobre la supuesta sobreproducción editorial el pasado 22 de abril del 2008.

Alejandro Zenker

El tema de la llamada “sobreproducción editorial” es, sin duda, complejo y polémico, y no deja de tener tintes ideológicos y generacionales. Quienes hablan de “sobreproducción” y de la necesidad de regularla lo hacen desde la perspectiva de una industria que busca maximizar sus ganancias, pero enfrenta un problema crónico de agotamiento de la capacidad instalada de consumidores. Hoy por hoy, sólo un pequeño fragmento de la población lee. Ese universo limitado de lectores (y más que de lectores propiamente, habría que hablar, más bien, de compradores de libros, pues no siempre quien compra uno realmente lo lee) es el pastel que todos los editores queremos comernos. Si de eso se trata, por supuesto que hay una clara sobreproducción de libros (y una subexistencia de puntos de venta, idealmente librerías).

Pero plantearlo así, por otro lado, no deja de traer a mi memoria las discusiones sobre otras supuestas “sobreproducciones” a lo largo de la historia, pasada y presente. En un mundo en el que priva el hambre, de pronto hay “sobreproducción” de trigo, de maíz, de leche, de azúcar. Los precios bajan y los productores entran en crisis. Entonces intervienen los gobiernos, y no han sido pocos los casos en que cientos de toneladas de alimentos han sido destruidas para regular los precios del mercado, mientras millones de personas mueren de hambre.

Pero no quiero parecer un populista simplón y equipar la comida —artículo de primera necesidad, de supervivencia, de vida o muerte— con el libro, que no es de primera necesidad. Sin alimentos, sin agua, morimos. Sin libros podemos vivir tan o más felices que con ellos.

La actual producción mundial de libros con soporte papel supera la capacidad instalada de lectores. Como las políticas encaminadas a crear lectores no han obtenido los resultados deseados —y menos en países como el nuestro, donde los encargados de las políticas educativas y culturales carecen de una visión científica y de largo plazo del problema—, la industria editorial, entendida como aquella que monopoliza la producción de libros en gran escala, habla de “sobreproducción” y encara el problema de una competencia feroz y desgastante con enormes pérdidas financieras, o la utópica idea de la “autorregulación” del mercado.

Pero el problema es más complejo de lo que el grupo de tecnócratas de la vieja escuela pueden imaginar. Yo soy un editor atípico. Publico mis libros en tirajes cortos, aprovechando la tecnología de impresión digital con la que cuento. E innumerables instituciones públicas y privadas recurren a nuestros servicios para hacer lo mismo. Miles de títulos de editoriales pequeñas, medianas y grandes han emergido de nuestros talleres en tirajes pequeños, pero ésa es sólo una arista de la historia. La impresión digital en tirajes cortos es, sin duda, una de las opciones que los editores de vanguardia tienen a su disposición.

También, desde hace años, la emergente industria cibernética ha descubierto en la información en general un espacio amplísimo de oportunidades de negocio y crecimiento. La industria editorial establecida vio (y sigue viendo) con desdén los esfuerzos por impulsar la idea del libro electrónico. Con cada nuevo intento que emerge y, a la postre, fracasa, aplauden eufóricos vislumbrando que su industria, basada en los actuales paradigmas de libro papel-base instalada de lectores-monopolio de distribución-puntos garantizados de venta-capital de promoción y difusión-etc., durará más que Fidel Velázquez al frente de la CTM o Franco en España. Sin embargo, están cometiendo los mismos errores en que incurrieron quienes pensaron que la computadora jamás sustituiría y superaría al linotipo y la fotocomposición, que el fotolito nunca desaparecería y que la impresión digital basada en tóner y tintas se iría imponiendo por ningún motivo. Quienes carecieron de visión en el terreno de las artes gráficas, sucumbieron y nadie les lloró. Parecían gigantes inamovibles. No lo fueron. Los David que surgieron en los sótanos, es decir, los creadores de Microsoft, Yahoo y Google, por ejemplo, vencieron a los Goliat del capital y se hicieron del capital.

Hoy en día, el mundo editorial está viviendo cambios cuyas consecuencias aún no se vislumbran cabalmente. Ya son cada vez más las megaeditoriales que, previendo lo que se avecina, y de manera silenciosa, están convirtiendo todo su catálogo en libro electrónico. Echan pestes sobre el libro electrónico, pero lo cortejan. Microsoft y Google han digitalizado ya decenas de miles de títulos. Amazon se adelantó con su nueva apuesta: el dispositivo de lectura llamado Kindle.

De una población total de 6 600 millones de habitantes en el mundo, más de 19% ya tiene conexión a internet, es decir, cerca de 1 300 millones de habitantes. En América Latina hay una penetración (dicho sea sin albur) de más de 20%. Es significativo, aunque nada comparado con el 70% de Estados Unidos, 55% de Australia y Oceanía y 41% de Europa. La magnitud del fenómeno cibernético escapa al discurso de las megaeditoriales. Siguen basando sus pronósticos en el papel. Pero en la red, la realidad es otra. Simplemente en octubre de 2007, los cibernautas bajaron más de tres y medio millones de libros del sitio del Proyecto GUTEMBERG. Hay incontables espacios en los que los internautas comparten libros, como lo hacen con las canciones, por ejemplo, a través de los grupos, tipo google-groups. Es “piratería”, sin duda. Pero hoy en día hay que retomar el tema de los “derechos de autor”, cuya longevidad, legitimidad y sensatez pondría hoy en duda.

En fin, el mundo de la comunicación en general, y de la industria editorial en particular, está cambiando drásticamente. Más vale estar preparados.

¿Se vale hablar de “sobreproducción” cuando nos referimos al mundo cibernético? ¿Podríamos decir acaso que Google está produciéndonos demasiadas entradas bajo un mismo concepto? Si son demasiadas… ¿quién debería decidir cuáles hay que obviar?

El concepto mismo de la llamada “sobreproducción” me produce urticaria. De pronto imagino un Big Brother que querrá decidir qué es procedente y qué no.

En mi opinión, el llamado a la “autorregulación” del mercado editorial es no sólo una expresión del llamado “capitalismo voraz”, sino la antesala del fascismo cultural. ¿Quién va a decidir qué es “digno” de ser publicado y qué no? ¿Acaso esa élite de aristócratas ilustrados que pretende saber qué deben leer los demás y qué no? La historia está llena de ejemplos de esa intención espermaticida contra la cultura, contra la literatura. Hay una horda de imbéciles que pregonan la idea de que EQUIS cantidad de libros son los más importantes en la historia. ¿Importantes? ¿Para quién?

Yo publico libros en tirajes a veces de sólo 50 ejemplares. Por el gusto de hacerlo. Porque esos 50 lectores de ese poeta me parecen importantes. ¿Acaso el tiraje realmente refleja la importancia de un libro? ¿Cuántos bodrios no circulan en tirajes enormes sin que eso refleje su calidad literaria?

Ante eso, el fortalecimiento de Internet, de las redes de cibernautas que reclaman el derecho a la libertad de acceso a la información, a la literatura, a la cultura, me parece que marca la pauta. El surgimiento de blogs independientes, de infinidad de propuestas informativas, literarias y culturales nos dan idea de la dirección que tomarán las cosas.

Pero todo tiene su pero.

Yo soy editor independiente… ferozmente independiente. Independiente, por fortuna, de los mismos “independientes”, muchos (aunque no todos, por supuesto) zánganos de las limosnas gubernamentales. Desde un principio busqué formas alternativas de hacerle llegar a otros, de compartirles, lo que a mí me gustaba. Creé listas de distribución, por ejemplo. Durante años torturé a miles con mis envíos de un boletín poético que llamé Literalia. Fui creando páginas, blogs. Actualmente administro no menos de 20 espacios en Internet.

Sin embargo, ese mismo espacio que muchos creímos la panacea, el lugar donde habríamos de ejercer nuestra libertad irrestricta, se ha ido transformando. Aquellos que surgieron en los sótanos, en los garajes, se convirtieron en enormes conglomerados que rigen cada vez más la vida en ese ciberespacio. Nuevamente es el capital el que manda, el que nos censura, como me ha censurado a mí ene cantidad de veces.

En suma: ¿hay sobreproducción? En absoluto. Hay unos conglomerados que, en función de sus intereses, y sin atender para nada los intereses “supremos” de la humanidad, simplemente ven mermados sus ingresos. Son editores por azares del destino. Una vez que sus capitales ya no produzcan los que esperan, producirán condones, tuercas, clavos, marihuana o misiles, si allí está la plusvalía. Son capitalistas. No editores de corazón y vocación.
Quienes sí lo somos —editores de vocación—, tendremos que buscar alternativas. La alternativa que vislumbrábamos, ya está siendo monopolizada por unos cuantos. De entrada, los intereses militares y de inteligencia de Estados Unidos… luego, los grandes gigantes imperiales y dueños de grandes partes del nuevo capital: Microsoft, Google, Yahoo… y sus subalternos, como Hi5, Facebook, MySpace, Spaces, blogspot, etc…

Pero sigo creyendo en la sociedad civil. En que sabremos encontrar formas de romper las barreras. Por mí, que los grandes conglomerados sigan haciéndose chaquetas mentales sobre la sobreproducción. Es su capital. No el nuestro. Y que sucumban. No merecen menos.

Mientras, hay que imaginar cómo crear nuevos espacios.

Quizá sin intereses de capital de por medio.

Aprendiendo a transmitir el gusto por la lectura. No el gusto por la compra del libro.

Termino:

No hay sobreproducción de libros… Hay sobreproducción de magnates del libro sin vocación por la lectura.

No hay sobreproducción de libros … Hay neofascistas culturales que desearían quemar libros para mantener los precios.

No hay sobreproducción de libros… Hay una carencia de inteligencia gubernamental a nivel mundial para propiciar el gusto por la lectura.

No hay sobreproducción de libros… Hay falta de imaginación.

Pero hay esperanza.
Azh, abril 2008

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