Hace pocas semanas recibí una llamada de un viejo amigo: Sergio Alarcón, que es intérprete y a quien conocí cuando fui director del Instituto Superior de Intérpretes y Traductores (ISIT). Se había enterado poco atrás que de traductor, me había convertido en editor. Quería verme para presentarme a un amigo suyo, Pablo Chapoy, que tenía una novela que quería publicar. Así pues, vinieron ambos a verme a mi refugio en San Pedro de los Pinos. Platicamos largo y tendido y les mostré mis espacios. Me quedé con la novela de Pablo y nos despedimos.
No hablaré aquí de la novela, que di a leer y fue dictaminada favorablemente por lo que aparecerá en Minimalia de Ediciones del Ermitaño. Se trata sin embargo de la primera incursión de Pablo Chapoy en la literatura. Es un ejercicio de recreación literaria de la vida convulsionada de su madre. Una biografía novelada.
Amén del texto, Pablo es una persona extremadamente sensible. Jubilado, vive en Houston, Texas. Con fuertes raíces en México, viaja entre un país y otro. Hoy vino para afinar detalles del contrato de edición. Faltaba la foto para la solapa del libro. Como era pleno día, mi estudio, que tiene un enorme tragaluz, estaba muy iluminado. Mi fotografía juega con los claroscuros. Por tanto, hablamos de cuándo podríamos hacer una sesión fotográfica para retratar su perfil. En eso, mi compañera Laura, que da seguimiento a los proyectos editoriales, llegó, saludó y preguntó los pormenores. Al enterarse de que faltaba la foto y que por tanto andábamos ideando una sesión futura, tomó cartas en el asunto y dijo que me dejara de…, bueno, de tonterías y le tomara unas fotos ipso facto. Así pues nos dirigimos, resignados y obedientes, al estudio. Me sentí comprometido. Finalmente nunca tomo fotos nomás porque sí, tipo foto de pasaporte. Así que busqué cómo compensar las condiciones desfavorables para lograr los claroscuros que me gustan en un entorno totalmente iluminado.
El resultado fue satisfactorio, si bien no ideal. Manipulando las fuentes de luz y los parámetros de la cámara logré simular, hasta cierto punto, los resultados que obtengo cuando cuento con la obscuridad de la noche y el control total de la luz.
Tenemos, así, fotos para la solapa y el frontispicio del libro. Pero ya en la noche, mientras bajaba a mi computadora las fotos que había tomado, las convertía a blanco y negro, actualizaba una página en internet, leía correos, contestaba otros, retocaba y subía fotos, chateaba con amigos, contestaba el teléfono, mandaba mensajes por celular y platicaba con una horda de niños que me rodeaban indagando qué hacía yo frente a cinco monitores conectados a mi PC y a mi Mac, decidí experimentar algo un tanto absurdo: hacer un video clip (así les llamo) de la sesión que recién había hecho con Pablo. Escogí música clásica para acompañar la presentación. Pero hacer las transiciones lentas entre una foto y otra me pareció que aburriría al más aferrado fan de Pablo. Así que decidí hacer un ejercicio bipolar: música de Vivaldi con transiciones vertiginosas entre una foto y otra. Hasta ahora, quienes sin acabar el día lo han visto han manifestado su total y absoluto rechazo, lo que me entusiasma. ¡Debe ser un acierto! Ya sabemos que lo que gusta no es arte.
Ya en serio… si te aventuras a verlo considera lo siguiente: ¿cuándo alguien ha tratado de hacer un video dinámico con una interminable serie de fotografías de rostro?
Ok. Quizás muchos. Pero faltaba yo.
Pablo Chapoy
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