Las fotos que puedes apreciar más abajo las tomé en marzo de 2008 en Tuxpan para ilustrar un próximo título de Minimalia erótica. Todo comenzó cuando Blanca Martínez me envió un correo electrónico recomendándome la novela erótica de un joven escritor radicado en Tuxpan, Veracruz, cuyo archivo me anexó. En el pasado, Blanca me honró colaborando conmigo en Ediciones del Ermitaño. También hizo varios dictámenes de libros. Y es autora de uno de nuestros libros en Minimalia Clásica: Cuentos del Archivo Hurus, donde nos transporta por un mundo imaginario de mágica ciencia ficción. El caso es que Blanca es para mí garantía de buen juicio. Así pues abrí el archivo y comencé a leer. No tuve que avanzar mucho en la lectura para percatarme de que tenía ante mí el manuscrito de un escritor con sensibilidad, talento e imaginación. De ácido lenguaje, penetrante y provocador, nos lleva a rincones cotidianos que desconocemos la mayor parte de los que conformamos el virus humano. Fiel a mis perversas costumbres, imprimí pasajes que me llamaron la atención y los leí en voz alta ante audiencias diversas. “¡Pero de cuál fumó este tipo!” pronunciaron algunos. Seguramente arrasó con todo lo inhalable e ingerible, no lo sé. Pero bien que sabe plasmar lo que vivió o imaginó. Así comenzó a gestarse un nuevo título de la colección de Minimalia erótica de Ediciones del Ermitaño.
En esta galería de fotos verás algunas que parecen “iguales” a otras. Pero no lo son. Hay diferencias de matices: la incidencia de la luz, la mirada de uno u otro sujeto, la posición de la cámara. Es una primera selección. Siguen otras. Mucho trabajo. Más, que la sesión misma.
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Entré en contacto con Pedro Paunero, que es el autor que nos ocupa, por correo electrónico, Messenger y teléfono. Le dije que había aceptado publicar su texto, pero que tenía que fotografiarlo acompañado de, al menos, una modelo desnuda. Me invitó entonces a ir a Tuxpan a realizar la sesión fotográfica. La invitación me consternó. Primero, porque las sesiones las realizo generalmente en mi estudio. Los escritores vienen a mi espacio, no yo al suyo (por cuestiones técnicas, no por arrogancia). Sólo fui al terreno de Juan García Ponce, porque no podía desplazarse al mío, y al de José Agustín, porque me quedaba camino a Acapulco. Además, estaba “hasta la madre” de trabajo en la editorial. Pero estábamos en semana santa, y Laura, mi compañera, añoraba salir así fuera a pescar charales. Así que la idea de ir a Tuxpan, a donde ninguno de los dos había ido, nos atrajo.
El viaje fue inesperadamente largo. Después de transitar por lo que inocentemente llamamos en México “supercarreteras” llegamos a un segmento sinuoso de curvas y tránsito lento. Nos tocó una densa niebla que complicó las cosas. Tras más horas de las esperadas de manejo llegamos finalmente, ya entrada la noche, a Tuxpan. Directos al hotel que se anunciaba de cinco estrellas, pero cuyo precio por noche evidenciaba que, si acaso, llegaba a una. Y así fue. No es que esperáramos más. Simplemente nos hizo esbozar una sonrisa ver la ligereza con que en algunos lugares se adjudican la calificación, el estrellato.
Pocos minutos después de arribar, cansados y hambrientos, llegó Pedro acompañado de varios amigos y de sus dos musas: Vanesa, de Tuxpan, y Luz, que venía de Chihuahua a vacacionar. Luz nos comentó que no bien llegó le preguntaron en el taxi a quemarropa: “¿te encueras?” Y ella accedió a hacerlo viendo que era por una buena causa.
Acordamos finalmente llevar a cabo la sesión al día siguiente por la tarde. Fuimos a cenar con Pedro a un restaurante flotante en el lago, donde platicamos un poco y, luego, a descansar.
Al día siguiente nos fuimos a caminar por el río y, después, a conocer la playa. ¡Madre mía! Nunca había visto semejante cosa más que en los periódicos si acaso (no veo TV). Confieso que es la primera vez que salía en plena semana santa a un lugar vacacional. Soy ermitaño. La playa era una lata de sardinas gigantesca. Con una cámara fotográfica en la mano ese habría sido un espacio maravilloso para cazar imágenes. Pero no la llevaba. Viendo con misericordiosa piedad a esas sardinas que regresarían a sus casas agotadas de semejantes “vacaciones” en medio de la basura y en aguas contaminadas de heces y miados, y ya comenzando a transformarnos también en sardinas, nos retiramos a comer y a descansar antes de la sesión que nos esperaba. Me apiadé de los tuxpeños, de sus sin duda maravillosas playas, de sus tranquilas y cálidas mañanas, tardes y de sus anocheceres. Respirarán de nuevo tranquilos cuando nos hayamos ido. Supongo. Caray, se ve que ya tengo más de cincuenta años. Qué fresa me he vuelto. Antes dormía en la calle y viajaba de “aventón” y ni respingaba. En fin.
Pedro consiguió una casa abandonada que antes usó de jardín botánico para realizar la sesión. El espacio me pareció maravilloso y sólo lamenté no haber ido antes para inspeccionarlo y acondicionarlo para el equipo de iluminación que llevaba. Pero nos acomodamos en uno de los cuartos que ya habían medianamente escombrado. Tratándose de un libro que entre otras cosas describe las costumbres “guarras” de algunos grupos, el espacio abandonado, derruido, era espléndido. Lamenté que de cualquier manera sólo ciertos detalles del espacio habrían de salir a relucir en las fotos. Pero nos ambientó maravillosamente.
Decidí tratar de crear, de evocar un ambiente denso. Minimalia erótica no es, finalmente, una colección de fotonovelas, sino de libros de literatura en los que las fotos buscan la abstracción para dar lugar a la imaginación del lector. Las imágenes simplemente crean un discurso visual paralelo que acompaña al hilo conductor principal, que es el texto, ya sea poesía, cuento o novela.
Quienes posaron, lo hicieron por primera vez. Vanesa logró despojarse poco a poco de algunas de sus inhibiciones, sin dejarse llevar por completo, pero eso contribuyó a enriquecer con expresiones espontáneas la sesión. Luz, su amiga, más desinhibida, complementó espléndidamente la puesta en escena. Quien francamente me sorprendió fue Pedro. Hombre aparentemente delicado en persona, en la sesión puso de manifiesto tanto su capacidad de concentración y gesticulación, como de trasformación. Si no la hace de escritor, ¡seguro sí de actor!
Este es ya el principio del fin de la gestación de un libro que espero tenga una larga vida. De Pedro no me queda la menor duda que está al inicio de una larga carrera que nos deparará gratas sorpresas. Por lo pronto, este año Labelum saldrá a la luz, y con ella las fotos que finalmente habremos seleccionado.
*azh, 29/03/2008