Ponencia preparada por Alejandro Zenker para el Instituto de Traducción de Literatura Coreana (KLTI)
Corea, Junio 2007
El año pasado, durante la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, México, llegó al stand de la editorial que dirijo, Ediciones del Ermitaño, Ko Young-il para hablar conmigo sobre la posibilidad de publicar algunas obras de literatura coreana, propuesta que llamó mucho mi atención. Mi sorpresa fue en aumento cuando me enteré de que en Corea existe un instituto para la traducción literaria. ¿Por qué? Ahora les explicaré mi interés personal.
Entre otras cosas, estudié traducción en una prestigiosa institución de educación superior llamada El Colegio de México a finales de los años setenta. Al terminar mis estudios, propuse crear una asociación de traductores, ya que no existía ninguna en México. La fundamos entre varios e iniciamos una larga lucha por el reconocimiento del traductor como profesional. Nos incorporamos a la Federación Internacional de Traductores, en la que ocupé varios puestos que me permitieron adquirir una visión cada vez más amplia de la situación que guardaban la traducción y los traductores en el ámbito mundial. Promoví, entonces, un acuerdo trilateral entre las asociaciones de México, Estados Unidos y Canadá que nos llevó a crear un Centro Regional en el marco de la Federación Internacional de Traductores. Poco después me nombraron director general del Instituto Superior de Intérpretes y Traductores. En aquel entonces, en México se impartía la traducción tan sólo como un diplomado con carácter de posgrado y a nivel técnico, de suerte que decidí recorrer el largo camino académico y burocrático que nos llevaría, finalmente, a elevar el nivel de los estudios al grado de licenciatura.
Elevar el nivel académico era tan sólo uno de los pasos necesarios. Faltaba hacer una labor de difusión y concientización académica, social y cultural para que se reconociera que la traducción debía ser llevada a cabo por profesionales, y que estos debían emerger de instituciones académicas. Decidí entonces impulsar coloquios internacionales sobre la traducción literaria, así como la creación de reconocimientos a los traductores literarios, actividades que nos permitían acceder a los medios de difusión, radio, televisión y prensa, y hablar de nuestro quehacer profesional.
A casi 30 años del establecimiento de esa asociación, las condiciones que prevalecen en México en el terreno de la traducción son radicalmente distintas. Ya tenemos licenciaturas y maestrías en traducción en varias universidades, y la labor del traductor profesional es cada vez más reconocida.
¿Por qué explico todo esto? Porque cuando Ko Young-il me propuso publicar literatura coreana en español, lo primero que me pregunté fue: ¿quién la va a traducir? ¿Y cómo la vamos a producir?
Hace más de 20 años que me fui retirando de la traducción para dedicarme cada vez más a la edición, al frente de mi propia editorial, que ya tiene más de 22 años de existencia y que se ha especializado en la edición de libros de literatura, es decir, poesía, novela, cuento, teatro, etc.
Siempre tuve el proyecto de publicar traducciones literarias, pero aquella profesionalización por la que luché desde la trinchera del traductor, aunada a una mejor remuneración, se volvió en mi contra como editor. Traducir es caro. Por lo tanto, la traducción de literatura de autores desconocidos o poco conocidos se convierte en una aventura editorial terriblemente riesgosa. Sobre todo porque el costo de la traducción, sumado al costo de producción y al pago de derechos de autor, se divide finalmente entre un número reducido de ejemplares, porque los tirajes no pueden ser grandes. Por fortuna, cada vez más países reconocen la importancia de dar a conocer su literatura y han aprendido que, para hacerlo, tienen que apoyar precisamente el proceso inicial: la traducción, y en ocasiones también la producción misma, a fin de hacer viable la publicación y, por lo tanto, la difusión de las obras.
La labor del editor de literatura —y más la de un editor independiente que apuesta a lo nuevo, a lo desconocido— es realmente difícil. Si la publicación de literatura de escritores nacionales significa un reto financiero en el que el retorno del capital invertido es, en muchos casos, poco probable, la publicación de literatura traducida se convierte en una labor poco menos que imposible si el mismo editor es quien tiene que afrontar los costos de la traducción.
Este problema no sólo perjudica a México, sino a gran parte del mundo. La situación que describí afecta, en particular, a las editoriales independientes de pequeñas o medianas proporciones. Las grandes editoriales viven una realidad distinta. Apuestan a los grandes tirajes y a campañas mediáticas y mercadotécnicas para llamar la atención del pequeño universo de lectores. Un universo millonario y de millones, pero proporcionalmente muy pequeño en relación con la población mundial total.
La editorial independiente, por el contrario, no puede sino apostar a tirajes medianos, pequeños o cortos, y a una labor hormiga en busca de puntos de venta y de lectores-compradores.
El año pasado participé en un encuentro internacional de editores independientes realizado en México, cuyo tema giraba en torno a la bibliodiversidad. Los participantes, provenientes de Asia, África, Europa y América Latina, retrataron —todos— un escenario similar. Un mercado acuñado de acuerdo con los intereses de las grandes corporaciones editoriales, leyes poco favorables a la creación de librerías y otros puntos de venta, pocos o nulos incentivos para la promoción de la lectura.
En el mundo se ha impuesto la “bestsellerización”, es decir, la publicación casi exclusiva de obras que tienen ganada, hasta cierto punto, la batalla de las ventas, al grado de hacer rentable su edición. Muchas, muchísimas obras, quedan fuera de esa lógica. En México, por ejemplo, escritores ya clásicos y muy reconocidos están enfrentando una situación insólita: las editoriales les están cancelando los contratos debido a que sus obras ya no venden lo suficiente para justificar una reedición. Pareciera que estamos corriendo el riesgo de perder la memoria histórica de la literatura universal en aras de los intereses económicos de quienes dirigen el gran mercado editorial mundial.
Se habla ya de los demasiados libros, es decir, aparentemente se producen más libros de los que los lectores dispuestos a comprarlos pueden leer. En España, por ejemplo, los grandes conglomerados han estado hablando incluso de la necesidad de una “autorregulación” del mercado, es decir, que ante la sobreoferta habría que reducir la cantidad de obras publicadas.
Por otra parte, aflora cada vez con mayor fuerza la conciencia de que es imprescindible impulsar políticas de fomento de la lectura. Caeríamos en el engaño si supusiéramos que detrás de eso hay un genuino interés por elevar el nivel cultural de la población, cuando en muchos casos hay un perverso contubernio entre una industria editorial voraz y gobiernos burocráticos e ignorantes para los que el libro no difiere en valor de un clavo, un tornillo o un zapato. La industria, la GRAN industria, requiere más lectores o, mejor dicho, más consumidores, más compradores. Por eso todo sigue enfocado al tema de los best seller, es decir, libros de gran impacto mediático, fácil venta y con un retorno de capital rápido.
Pero, ¿queremos un mundo en el que se publique tan sólo un número limitado de títulos, de obras que apelen al interés de un común denominador de lectores que justifiquen los razonamientos económicos de los grandes conglomerados de la industria editorial?
Yo creo que caer en esa lógica acarrea grandes peligros para la cultura universal. Por eso, cada vez hay más editoriales independientes que buscan nuevos caminos, que exploran otros paradigmas que logren romper ese círculo vicioso.
Desde hace muchos años, por ejemplo, la publicación de poesía ha venido decayendo. Este género quizá nunca vendió tanto como la novela, pero tenía su público. Nunca un público masivo como el que las editoriales grandes pretenden tener hoy. Así pues, la publicación de poesía ha ido quedando cada vez más relegada a las editoriales independientes.
Con este razonamiento vuelvo al inicio de esta ponencia: la publicación de la literatura coreana. Una cosa es colocar uno o varios títulos que respondan a criterios comerciales que garanticen su venta masiva, y otra muy distinta que se ponga a disposición de la comunidad de lectores un acervo amplio y representativo de la literatura coreana en español, por ejemplo. Creo que el éxito de una nueva propuesta literaria, como la difusión de la literatura coreana en México y América Latina, tendría que dejar de lado el principio del bestseller y concentrarse en el longseller, es decir, el libro o conjunto de libros que se van abriendo camino, que llegan a sus lectores naturales poco a poco, pero que también encuentran a sus nuevos lectores y que, por la vía de la recomendación, van ampliando su espectro de difusión. Claro, hay excepciones.
La literatura infantil coreana es de excepcional calidad y tiene gran futuro en los mercados mundiales por su naturaleza misma. Los niños, vivan donde vivan, tienen intereses, vivencias, quizá hasta cosmovisiones similares o, al menos, la capacidad de imaginar cualquier escenario, cualquier cosmos que se le proponga. No ocurre lo mismo con el adolescente, y menos con el adulto. Nos vamos volviendo perezosos, y las nuevas tecnologías, los medios, compiten cada vez más con el libro, aparentemente estático, con el que no se interactúa. No sé si sepan que una reciente investigación determinó que el mexicano lee, en promedio, 2.9 libros al año. Pero ésa es una gran exageración. En realidad, muchas personas mienten en las encuestas. Y la división matemática hace aparecer a los lectores voraces como ignorantes, y a los ignorantes como lectores. Lectores, lo que se dice lectores, hay pocos en México, pero también en América Latina, en África y en Asia. Y sin duda en Estados Unidos y en muchos países de Europa. En fin, la falta de hábitos de lectura es un mal mundial.
Partiendo de esa realidad he ido estructurando mi editorial. Ediciones del Ermitaño tiene una historia de más de 22 años. Los primeros diez intentamos competir en el mercado de la manera tradicional, con tirajes largos de 10 000 o más ejemplares. Sufrimos muchos descalabros y vimos que el universo de obras publicables siguiendo ese esquema era menor al de nuestras pretensiones. Finalmente, en 1995 decidí incorporar en México la producción basada en la impresión digital, con tirajes cortos, mejor conocida como impresión bajo demanda o Print On Demand (POD). Fuimos los pioneros y nos tocó llevar a cabo una larga y desesperante labor de “evangelización” para convencer a otros editores de que el esquema de producción y comercialización que proponíamos era viable. A partir de entonces, gran parte de la producción de nuestros libros se basó en ese principio: quiero longsellers, libros que estén permanentemente disponibles y que pueda producir de acuerdo con su propia lógica de desplazamiento. Porque en el terreno comercial, ningún libro es igual. Así, nuestro actual catálogo vivo, de más de 150 títulos, se desplaza de manera constante, y cada vez son más las editoriales que, convencidas de que los viejos paradigmas ya no son viables, están recurriendo a nuestros servicios, porque, dicho sea de paso, nos convertimos también en una empresa que brinda servicios integrales de producción editorial.
Creo que las grandes editoriales son inevitables, porque hay necesidades que hay que cubrir en el plano de los libros de amplia difusión y que requieren esos gigantescos aparatos de producción, administración y comercialización, pero dejar la cultura literaria en sus manos es poco más que un suicidio. Es imprescindible su contraparte.
Independientemente de que algunos títulos de literatura coreana sean publicados en esas grandes editoriales, creo que sería muy benéfico que se considerara la creación de una colección que abarque novela, cuento y poesía, y que esté permanentemente disponible con una visión de largo plazo. Creo también que la creación de una colección de esa naturaleza requiere de una labor sistemática en varios frentes:
1. La formación de traductores profesionales del coreano cuya lengua materna sea el español.
2. La conformación de un equipo de correctores editoriales que se especialicen en los problemas de la edición de traducciones del coreano.
3. La labor de difusión sistemática de la cultura coreana y de las virtudes de su literatura y su vinculación con las culturas de lengua hispana.
4. La presencia constante y sistemática de esa literatura en los principales foros, como ferias y coloquios, encuentros y conferencias sobre traducción.
Las editoriales independientes funcionamos muchas veces a manera de “trampolín”. Es decir, obras que publicamos en ediciones limitadas brincan en ocasiones a ediciones grandes, ya sea porque se pactan coediciones con instituciones gubernamentales, o porque editoriales grandes se interesan en una edición especial. Les doy un ejemplo: uno de mis autores es el escritor Gustavo Sainz. Sus obras han sido publicadas en cientos de miles de ejemplares y traducidas a numerosas lenguas. Se cuentan por cientos las tesis sobre su obra en todo el mundo. Sin embargo, la editorial que tenía contratada la publicación de gran parte de sus textos le rescindió el contrato de gran parte de sus libros porque las ventas ya no son las que ellos esperan. Así pues, establecimos un convenio para que yo publique sus obras completas, labor a la que estamos entregados. Esto no impide que él publique un libro en un tiraje grande, como ocurrió recientemente. Él decidió, independientemente de esos “golpes de suerte”, que desea contar con un editor que le garantice la perdurabilidad de toda su obra en el mercado.
Creo que hay mucho camino por andar. A la profesionalización del traductor también le debe seguir la profesionalización de una nueva generación de editores independientes. La tecnología avanza a pasos agigantados. Nosotros hemos optado, por ejemplo, por que todos nuestros títulos estén disponibles en Google para la realización de búsquedas, al igual que en Amazon, en formato PDF, para su previsualización antes de que el lector potencial realice el pedido, así como en las librerías virtuales nacionales.
¿Qué más hace falta para que un proyecto de publicación de literatura coreana sea exitoso? Una colaboración muy estrecha de las diversas partes, aunada a mucho entusiasmo, constancia, pasión y profesionalismo.
*azh, abril 2007