Ponencia de Alejandro Zenker
VIII Encuentro Internacional de Traductores
México, D.F. 1997
El tema que hoy nos toca abordar, es decir, el traductor y las nuevas tecnologías, se escapa del tema general de este octavo Encuentro. Sin embargo, propuse incorporarlo por la importancia que el tema tiene y por la vertiginosidad con que el futuro se nos viene encima, dicho esto sin albur. Hablar de tecnología y traducción es hablar de nuestras herramientas de trabajo, por tanto de lo que parecieran ser las orillas de nuestro oficio. Orillas que, sin embargo, determinan en buena medida hoy en día quién es contratado y quién no, quién sobrevive de su trabajo y quién no, quién sigue en el camino y quién lo abandona.
Me complace enormemente compartir esta mesa con Ignacio Arce, compañero de batallas en el ramo editorial, y con dos viejos amigos, condiscípulos y colegas, cofundadores de la Asociación de Traductores Profesionales (ATP), me refiero a Ofelia Arruti y a Mario Zamudio. Diecisiete años atrás, cuando creamos la ATP, el traductor fungía como entidad aislada. Cuando apareció el fax en su vida, muchos traductores lo vieron con temor, sin entenderse bien con lo que entonces parecían complejas operaciones de dar tono, pedir tono o incluso alimentar el aparato con papel. Apenas estaban comprendiendo ese infernal medio, cuando ya la computadora, más compleja, hizo su aparición con el indeclinable propósito de atormentar aún más la vida tranquila del traductor. Todo rechazo a esa nueva herramienta, toda defensa de la máquina de escribir mecánica o, cuando mucho, eléctrica, valió poco. El traductor tuvo que incorporar a su vida la tecnología, con fax, computadora, y ahora modem y conexión a Internet.
Si bien tardamos en hacernos a la idea de que tendríamos que convivir con lo que la tecnología nos iría ofreciendo en el camino, no nos imaginábamos en un principio hasta qué punto dominar esa tecnología resultaría esclavizante y se convertiría en parte de nuestra existencia personal y profesional. Hoy ya la mayor parte de los que integran nuestro gremio han incorporado la computadora al ejercicio de su profesión. Pero, ¿basta con eso? ¿Es suficiente saber usar una computadora y un procesador de palabras?
Quizás sea hoy en día más que suficiente. Pero ese “hoy en día” no sabemos con precisión cuánto va a durar. En mi labor como editor he tenido al respecto una esclarecedora experiencia. Hace diecisiete años, el traductor se podía defender perfectamente con su máquina de escribir aunque ésta fuese mecánica. Pero las cosas cambiaron con rapidez. Permítanme dar un ejemplo. Nosotros tuvimos la oportunidad de ser pioneros en la incorporación de la computadora en las artes gráficas en México y, más específicamente, en la elaboración de tipografía para libros. Hablo de 1987 más o menos. En aquel entonces, los viejos tipógrafos veían con recelo y desdén las páginas formadas que yo entregaba procesadas en la versión 1.0 de Page Maker e impresas en láser a 300 puntos por pulgada. El Fondo de Cultura Económica, para quien yo producía libros, decidió explorar esa nueva tecnología y por tanto aceptó, no sin algo de desconfianza inicial, las planas que yo entregaba. Recuerdo que cuando compré mi primer equipo (una computadora, un escáner y una impresora láser), un amigo tipógrafo e impresor acababa de invertir diez veces más en la compra de una fotocomponedora. No lo hizo sólo porque estaba convencido de la superioridad de la fotocomponedora, sino también porque la nueva tecnología, entiéndase computadora e impresora láser, le resultaba ajena, desconocida, extraña. El caso es que un año más tarde el Fondo de Cultura ya comenzaba a exigir que se le entregara la tipografía en láser, que permitía entregar planas formadas, y sólo toleraba la anticuada fotocomposición, que partía de la impresión de largas galeras que un formador tenía que cortar y pegar sobre cartones para formar las planas. La carísima fotocomponedora de mi amigo se había vuelto obsoleta en sólo un año. Se había volteado la tortilla y comenzó la carrera tecnológica. Traté de mantenerme a la cabeza adquiriendo nuevos programas que anunciaban nuevas versiones cada seis meses e impresoras láser de cada vez mayor resolución. De los 300 saltamos a los 600 puntos y de allí a los 800 y luego a los 1000 y 1200 puntos por pulgada (es decir, a más puntos, mayor nitidez y calidad de la imagen). Y así como en un inicio el Fondo de Cultura adoptó la impresión láser como estándar, el estándar de la resolución fue aumentando en una carrera imparable.
Algo similar aunque menos complejo les ocurrió a los traductores. Si bien en un principio sus cuartillas mecanografiadas eran perfectamente aceptables, pronto la condición para aceptar un trabajo fue que estuviese procesado en computadora. Yo mismo, en mi editorial, me vi precisado a contratar exclusivamente traductores con computadora y a descartar a quienes, pese a ser buenos, no contaban con ella. En un par de años, el traductor mejor armado tecnológicamente (con fax, computadora, impresora láser y conexión a Internet) se convirtió en el más recurrido. Como podemos ver, el traductor se encuentra ya envuelto en esta carrera, aunque quizás no se ha dado cuenta hasta qué punto.
El caso es que el nivel de sofisticación tecnológica a que debe llegar el traductor no lo dicta él mismo, sino más bien el mercado. El momento en que entregar la traducción impresa en láser era un punto a favor o un detalle cotorro ha pasado, para convertirse en exigencia. Y esas exigencias van a aumentar.
Ahora, hay dos elementos que me gustaría plantear:
1. De qué manera debe el traductor prepararse para responder a las crecientes exigencias tecnológicas del mercado y
2. De qué manera puede el traductor aprovechar las nuevas tecnologías a su favor para ampliar su gama de servicios y ser más competitivo
Para responder al primer punto, es evidente que un traductor que desee competir con éxito hoy en día debe poseer una computadora, dominar bien al menos un programa de procesamiento de textos (como el Microsoft Word), uno de dibujo (como el Corel Draw), uno que genere “presentaciones” en acetatos o diapositivas (como el PowerPoint), y una hoja de cálculo (como Excel); debe saber usar programas anti-virus, programas para revisar la integridad de su disco duro de la computadora y, por supuesto, programas de comunicación para navegar en Internet y enviar y recibir archivos y correspondencia. Finalmente, debe saber procesar archivos de diversas fuentes y convertir archivos a formatos que requiera el cliente. Con esto, el traductor tendría una buena base de arranque a la que en breve deberá añadir la capacidad de crear páginas para Internet ante la tendencia mundial a sustituir impresiones a papel por publicaciones electrónicas.
Sin embargo, ¿por qué quedarnos allí?
La tecnología no es sólo una latosa exigencia que nos impone un mercado que incorpora con rapidez y avidez los avances tecnológicos; también es un mar de oportunidades. Yo parto de un principio básico cuya veracidad nos ha comprobado la práctica en estos últimos quince años. De los que estamos ante ustedes, Mario Zamudio, Ofelia Arruti y yo nos desenvolvimos a lo largo de los años como traductores pero incursionamos en la edición como una extensión lógica de nuestro quehacer profesional. No fue en ninguno de los casos, me atrevo a decir, un mero accidente al que nos condujo la vida. Del quehacer del traductor al quehacer del editor hay un paso relativamente pequeño. A dar ese paso, que no es un mal paso, los quiero invitar a partir de los siguientes razonamientos.
Pero antes un nuevo ejemplo. Los que han asistido al Encuentro se han encontrado con la novedad, a diferencia de Encuentros pasados, de que ahora contamos con un boletín diario que recoge el acontecer del día anterior. La redacción y formación de este boletín estuvo a cargo de dos compañeras que estudian la carrera de traducción en esta casa de estudios que hoy nos acoge. Se trata de Maritza Aguirre y Gabriela Valenzuela, que han desarrollado una magnífica labor. El hecho es que ellas asistieron a todas las sesiones del Encuentro y en sólo un par de horas redactaron por la tarde el texto, lo formaron usando Microsoft Word, lo llevaron personalmente o transmitieron a la editorial por Internet para que allí, usando tecnología de impresión digital, se imprimiera en pocos minutos una vez superadas todas las dificultades propias de un ejercicio nuevo. Es decir, ejercieron la labor de periodistas, redactoras, formadoras, revisoras y, en fin, editoras (es decir, todo menos traductoras). Y eso que apenas cursan el quinto semestre. El experimento de este Encuentro dio resultado, y así como hoy ellas se hicieron cargo de la elaboración de este boletín, mañana estarán en condiciones de enfrentar trabajos de igual o mucha mayor complejidad. La traducción, como digo, tiene estrechos vínculos con otras actividades, particularmente la edición.
Aquí se incorpora un importante elemento que afecta a gran parte de las profesiones. Hoy en día se exige rapidez. Ya no hay tiempo. Los trabajos se requieren para ya. El boletín que esta semana publicamos a diario habría sido mucho más difícil producir en el pasado, habría requerido más recursos. En el terreno editorial tenemos que producir hoy todo en un tercio del tiempo que diez años atrás. Es decir, si antes disponíamos de año y medio para producir un libro, hoy lo exigen en cinco meses. Y lo mismo pasa con las traducciones. Los proyectos exigen que las traducciones estén a tiempo. El tiempo se ha convertido en el elemento primario, por encima de la calidad. Y cumplir con esa exigencia sería imposible de no contar con las modernas herramientas tecnológicas.
Analicemos ahora la vertiente en que se da un interesante vínculo entre la traducción, la tecnología y la ampliación de las oportunidades en el mercado. Primero imaginémonos un futuro que ya está aquí. Contamos con una red internacional de comunicación, es decir Internet, por la que puede fluir con gran rapidez la información digital, trátese de imágenes, texto o sonido. El elemento esencial en este proceso lo constituye precisamente la digitalización de la información. Cualquiera de nosotros, con una computadora, puede producir información que pueda fluir por la red. Pero esa sólo es una de las formas de transmitir la información. Porque la misma puede tener salida a papel por medio de una impresora, a disco compacto, por medio de un quemador de discos, por cierto cada vez más económicos, o a cualquier otro medio de almacenamiento digital. Esta digitalización está dando lugar a una revolución en lo que se refiere a la distribución de la información. Como un primer impacto, la información digitalizada, que puede ser distribuida a través de Internet o Intranets (es decir, redes locales), hace innecesaria la impresión a papel. Gran parte de la información que se produce en el mundo de hecho ya no se imprime. Está destinada exclusivamente a consulta en las pantallas del monitor de las computadoras. Por otra parte, la distribución de la información está sufriendo un cambio. Hasta ahora la tónica era: primero produces, luego imprimes, finalmente distribuyes. Esto ha cambiado en el siguiente sentido: primero produces, luego distribuyes, finalmente imprimes. Tomemos como caso el boletín de este Encuentro: Maritza y Gabriela lo produjeron en una computadora, luego lo enviaron por Internet a Solar, donde se imprimió, luego lo trajeron a las sedes del encuentro para su distribución. Pero ese mismo boletín podría haber sido enviado por Internet a X cantidad de lugares en México o en el mundo para que, en cada uno de ellos, se procediera a imprimir los ejemplares necesarios. De hecho así trabaja gran cantidad de corporaciones: producen en un lugar para luego enviarlo alrededor del mundo electrónicamente para luego imprimir localmente. De esa manera se acelera y abarata enormemente el proceso. Este mismo procedimiento en principio es el que está dando lugar a la creación de redes de trabajo y de empresas cibernéticas.
Tomemos por caso lo siguiente. Uno de ustedes desea crear una empresa de traducción. Usualmente conseguiría un local, contrataría personal secretarial, un mensajero y buscaría colaboradores free lance o de planta para iniciar el funcionamiento. Ahora el procedimiento puede cambiar: tú puedes crear tu empresa en tu casa cuya sede será una página electrónica; los servicios los puedes ofrecer vía Internet y tus colaboradores los puedes tener a lo largo del mundo conectados contigo vía módem, de computadora a computadora. Esto que puede parecer una propuesta futura ya está desarrollado y de hecho hay grandes empresas de traducción que trabajan así en el mundo. Basta que en tu programa de búsqueda en Internet busques bajo el término translation para que encuentres listadas varias en unos instantes.
En mi editorial ya trabajamos así. Tenemos colaboradores y clientes con los que ya no entramos en contacto más que por medio de Internet. Los traductores envían sus textos por correo electrónico al igual que los clientes. En este último caso el archivo electrónico lo procesamos, imprimimos y entonces encuadernamos el libro que finalmente es remitido a su destinatario.
Concluyo:
Estoy convencido de que la aceptación o rechazo de las nuevas tecnologías es una cuestión generacional. Nosotros somos protagonistas de la transición, pero nuestros hijos convivirán con absoluta normalidad con computadoras e Internet. Mientras que ellos crecerán en medio de la tecnología, nosotros estamos viviendo su gestación y sufriendo el parto. Pero las nuevas tecnologías están aquí para quedarse. Hay que prepararse para responder a las exigencias del mercado y para utilizarlas a nuestro favor. Eso significa capacitarse y mantenerse permanentemente actualizado, pues los cambios son constantes y cada vez más vertiginosos. El traductor puede convertirse, con un poco de audacia, en un empresario en su propia casa y cualquiera de ustedes puede transformarse, vía Internet, en traductor de grandes corporaciones. Pero va a ser necesario que el traductor sepa ampliar sus ofrecimientos y crear grupos de trabajo. Esto quiere decir que el traductor que sobreviva como tal será el que pueda decirle al cliente: te puedo traducir tu trabajo, y si lo quieres reproducir te lo puedo entregar en el formato que desees e impreso y encuadernado en el tiro que necesites. Es más, te puedo entregar tu documento archivado en disco compacto y convertido a página electrónica para su integración a Internet. Y todo esto con rapidez y profesionalismo, porque no serás tú, traductor, quien esté aislado produciendo ese trabajo, sino toda una red que tú mismo puedes crear y que ya está allí, en este momento, esperando que la aproveches.