Nuevas opciones para la transformación del librero en editor
Por Alejandro Zenker
Las nuevas tecnologías han transformado el mundo del libro y están incidiendo notablemente en los hábitos de lectura. Las librerías han ido perdiendo terreno en medio de una población cuyos hábitos de lectura no mejoran pese a los esfuerzos que se despliegan, y que a todas luces son insuficientes o inadecuados. Sin embargo, las librerías podrían encontrar en las nuevas tecnologías aliados importantes y oportunidades insospechadas. No sólo porque pueden incorporarlas como una opción más en sus locales, sino porque las nuevas tecnologías abren al librero, que puede convertir su librería en un centro cultural, la posibilidad de convertirse en editor que satisfaga las necesidades lectoras de su comunidad y promueva el ejercicio de la escritura.
Hasta ahora he abordado el tema sobre el libro y las nuevas tecnologías ante un público preponderantemente editor. Si hoy me atrevo a hacerlo ante un público constituido por libreros es porque creo que es importante comprender de qué manera poco a poco las nuevas tecnologías van afectando toda la cadena que lleva la palabra del autor al lector. Como muchos de ustedes veo con fascinación los libros. Las paredes de mi casa, de mi oficina, están cubiertas por libros. Mi padre fue encuadernador, nacido en el siglo antepasado, ávido lector y restaurador de libros. Yo crecí entre pliegos que eran cosidos a mano, rodeado de piel, keratol, cartón, de las guardas entintadas a mano, viendo cómo disponían el nervio en el lomo del libro encuadernado a media piel, del olor a pegamentos con nombre alburero, como la cola blanca, la cola negra y el engrudo. En fin, en un mundo que ha ido desapareciendo poco a poco. Quizás es la misma nostalgia de algún lector hipotético que tuvo oportunidad de ver la transición entre los miles de rollos de la biblioteca de Alejandría y los libros de Gutenberg, de quien vivió la transición entre la lectura en voz alta y su evolución hacia la lectura en silencio, de quién usó una máquina de escribir Remington y descubre que hoy, si no entrega uno un archivo electrónico, no hay quien lo pele. Pero no se trata esto de un ejercicio nostálgico, sino de un esfuerzo por comprender la realidad rápidamente cambiante en la que estamos inmersos, y cuya asimilación puede significar la diferencia entre seguir siendo lo que somos, o cambiar de oficio.
Si observamos el desarrollo de las librerías en México, pareciera que tenían razón quienes auguraban su desaparición a raíz del surgimiento de las nuevas tecnologías que anunciaban el advenimiento del libro electrónico y la extinción de la dinosauria existencia del soporte papel. Pero la precaria y difícil situación de las librerías tiene poco o nada que ver propiamente con las nuevas tecnologías sino más bien con la complejidad y dificultad económica, los cambios de paradigmas culturales, los decrecientes hábitos de lectura de libros a cambio de otras formas de apropiación de información, recreación y conocimiento, entre otras cosas. Entonces, ¿a qué viene el tema de las nuevas tecnologías en un congreso de libreros? A que, en mi opinión, apenas estamos vislumbrando las orillas de las transformaciones que se nos avecinan y que afectan y seguirán afectando no sólo a los libreros, sino a toda la cadena que lleva la palabra del autor al lector.
Por principio de cuentas, las nuevas tecnologías implican oportunidades y peligros. Hoy en día, la diferencia entre que sea lo uno o lo otro radica fundamentalmente en el conocimiento que se tenga de ellas. Ejemplos sobran a lo largo de la historia tanto distante como reciente. Daré uno de mi propio ámbito. Hace más de 15 años producía libros haciendo uso de varios recursos tecnológicos simultáneamente. Algunos en linotipo, otros con esa máquina de escribir sofisticada que inventó IBM conocida como composer, muchos en fotocomposición. Tenia un amigo tipógrafo e impresor que por aquellas épocas, juntando sus ahorros, hizo una fuerte inversión en la compara de 2 fotocomponedoras, que eran ya el estándar en materia de composición tipográfica y que parecía que nada desplazaría. Pero en aquella época acababa de entrar al mercado una de las primeras impresoras láser, la Laserjet II, junto con dos programas de diseño y composición tipográfica: el Page Maker y el Ventura. A esto se añadía un scanner. Esas herramientas constituían, junto con la computadora personal, el embrión del cambio en el medio editorial. Yo decidí invertir en ese equipo. Tenía sin dudas sus desventajas. La impresora no imprimía más que a 300 puntos por pulgada, lo que era una resolución bajísima puesto que es a partir de 410 puntos por pulgada que el ojo humano comienza a perder la capacidad de percibir el pixeleado de la tipografía y es a los 600 que se comienza a percibir como óptima. Sin embargo, al cabo de unos meses a través tanto de software como de hardware esos 300 puntos iniciales subieron a 600, y un año más tarde ya estaba el mismo equipo rindiendo 1200, casi equivalentes a los de la fotocomponedora. Pero la computadora ofrecía muchas otras ventajas, contra las que los demás contendientes no podían hacer nada, como el diseño completo de la página en pantalla con inclusión de gráficos. El caso es que al cabo de ese año, el equipo que yo había comprado por la cuarta parte de lo que a mi amigo le costaron sus terminales de fotocomposición seguía ofreciendo resultados, y cada vez mejores, y el mercado al que yo me dirigía, que era el editorial, comenzaba no sólo a aceptar el trabajo producido en computadora e impreso en láser, sino que lo exigía. La inversión de mi amigo en algo aparentemente seguro y redituable quedó parada y a la postre abandonó la tipografía, porque ya no le resultaba rentable. Había hecho una mala inversión y no pudo corregir porque no comprendía las nuevas tecnologías. De la inversión inicial, a su salida del negocio, no transcurrió más de año y medio.
Eso mismo ha venido sucediendo en los demás terrenos del quehacer editorial y de las artes gráficas. Gran parte de los impresores enfrentan hoy en día el reto de sobrevivir con sus impresoras basadas en láminas y negativos, o migrar a la impresión digital, es decir, a la tecnología que permite imprimir directamente sobre diversos sustratos haciendo uso de tóner sin necesidad de negativos o a la que, basada en tinta líquida, quema directamente placas sin necesidad de pasar por negativos. Muchos impresores han quebrado al no encontrar manera de sobrevivir en este entorno de rápida transformación tecnológica y de elevadas exigencias en cuanto a conocimientos necesarios para el manejo de los recursos. No comprender a tiempo las tendencias de cambio, no adecuarse a ellas, no capacitarse para dominar las nuevas tecnologías puede significar transitar por la inevitable vereda de la quiebra. Podemos decir que buena parte de los talleres de tipografía y ahora de las imprentas que han desaparecido lo han hecho porque no comprendieron y asimilaron a tiempo el cambio. A la revolución tecnológica se ha sumado, claro, la difícil situación económica. Sin embargo, una cosa es innegable: la necesidad de comprender lo que está pasando, de anticiparse a los cambios, no para resistirse a ellos, sino para usarlos a favor.
El librero, en mi opinión, no puede comprenderse como entidad independiente. Es parte de la cadena que lleva la palabra del autor al lector. Por eso, para analizar la incidencia de las nuevas tecnologías sobre su labor, necesita comprender de qué manera se está transformando el conjunto de elementos que componen el ciclo. Echémosle una mirada:
a) El ciclo del libro inicia con el autor. Ya su quehacer se vio afectado por las nuevas tecnologías en el momento en que surgieron las computadoras y se impuso su utilización. Hoy en día, un autor que crea su obra haciendo uso de un procesador de palabras, y que por tanto está en condiciones de entregar un archivo electrónico al editor, tiene notables ventajas frente a quien sigue utilizando una máquina de escribir. Muchas editoriales exigen la entrega de archivos electrónicos por parte del autor. Pero ésa es la expresión más elemental de la incursión de las nuevas tecnologías en el mundo autoral. Muchos hemos oído hablar del experimento de Stephen King, quien publicó una de sus novelas directamente en Internet como libro electrónico. Ya hay autores que cuentan con sus propias páginas en Internet y que comercian con sus libros a través de ellas sin intermediarios, es decir, que cubren el ciclo completo de la creación, el diseño, la publicación, la distribución y venta de su obra (es decir, no sólo osan ser autores, sino que usurpan la función del librero). También hay cada vez más autores que autoeditan sus libros aprovechando las tecnologías de impresión digital que permiten realizar tiros cortos (de sólo 50 o 100 ejemplares que se pueden reimprimir digitalmente sobre papel según las necesidades). Los autores han tenido que reaprender velozmente. Además, han tenido que aceptar que las reglas del juego están cambiando y que ya no pueden exigir, como hacían antes, tirajes largos y presencia en todas las librerías, más aún cuando su libro se dirige a un mercado especializado. El reaprendizaje comienza por este primer eslabón. Quizás es también el que con mayor rapidez está aprendiendo.
b) Por otra parte, el editor, por su función rectora es quien se enfrenta a uno de los mayores retos, y quien encara la mayor complejidad en la maraña de posibilidades y desafíos que presentan el mercado y las nuevas tecnologías. Se ve presionado, por un lado, por el autor, que quiere que su obra tenga la mayor difusión y venta posibles. Pero por el otro, está el factor inercia. Conservador por naturaleza, el editor tradicional es quien más se resiste al cambio. Primero, porque usar las nuevas tecnologías significa repensar toda la cadena del quehacer editorial. Luego, porque en muchas ocasiones no comprende esas tecnologías y desea que todo siga igual que ha sido hasta ahora. El cambio significa riesgos, pero no enfrentar el cambio acarrea el peligro de quedar fuera de la jugada. Incorporar nuevas tecnologías significa tomar decisiones de cambio desde el punto de vista de la producción, la mercadotecnia, la distribución y venta, la publicidad y la vinculación con el lector. Pero están los otros editores, los no tradicionales. Los que publican libros académicos en instituciones de educación superior, los que lo hacen en casas de la cultura, los que lo llevan a cabo a título personal. Para ellos, las nuevas tecnologías, la posibilidad de publicar en tiros cortos, sin arriesgar tanto, representa una oportunidad antes inexistente.
c) En lo que respecta al corrector, al tipógrafo y al diseñador: colocados en el inicio de la cadena de producción, enfrentan la necesidad de aprender el uso y las características de las nuevas tecnologías para no convertir el arte editorial en bodrio informático. Cuántos diseñadores no deambulan por el mundo que carecen de toda noción del abc de la tipografía, que creen que los programas de composición todo lo resuelven y que quieren romper reglas que no conocen. (Cuántos de ustedes no conocen libros producidos sin el menor recato en materia tipográfica, con tipografía apelmazada, imposibles de leer ni con lupa, carentes de una relación armónica entre tamaño de la fuente e interlínea, lo que los hace ilegibles). El mundo de la producción editorial (preproducción la llaman algunos) está plagado de ignorancia. La tecnología no nos exime del conocimiento de las bases mismas del quehacer editorial, desde los conocimientos ortográficos, gramaticales y sintácticos de la lengua, hasta el rigor de la composición de una plana y de la estética tipográfica. Pero no sólo eso. Desde el diseño, pasando por la tipografía y luego por la corrección de pruebas, el conocimiento de las nuevas tecnologías, de sus características, bondades y también limitaciones, es imprescindible. ¡Cuántas páginas en Internet no constituyen un atentado al buen gusto tipográfico! ¡Cuántos libros no emergen de las editoriales plagados de erratas, viudas, callejones, colitas e interlineados apretados! Las nuevas tecnologías nos impelen a lanzar una campaña de capacitación y profesionalización urgente del medio.
d) Ahora, concebimos como preprensista a quien prepara los archivos para su salida final… ¿a qué? Ya no sólo a negativos, sino ahora también a impresión digital, a libro electrónico o incluso a página en Internet. El “preprensista” habrá de convertirse en un especialista del archivo electrónico, en un gurú de la informática aplicada, en el “impresor” cibernético. Ésta es una de las áreas que más demanda nuevos conocimientos rápidamente cambiantes y que, por lo mismo, deben actualizarse constantemente.
e) El impresor, por su parte, se enfrenta de pronto a una coyuntura de cambio que amenaza convertirse en permanente. Las impresoras offset, que rindieron excelentes servicios durante muchas décadas, se ven amenazadas de pronto, en cuanto a rentabilidad y capacidad de respuesta, por las nuevas, digitales, que como dijimos ya no requieren negativos puesto que se envía el archivo directo a placas tanto reales como prácticamente virtuales. También han emergido las impresoras digitales con tecnología láser a base de tóner o tinta que pueden producir tirajes cortos con eficiencia, economía, rapidez y una gran calidad, no sólo en negro, sino también a color. Un segmento creciente del mercado se está orientando cada vez más hacia los tiros cortos (materia en la que mi empresa es precursora), entendiéndose por t iros cortos tirajes muy reducidos (de uno a trescientos ejemplares) en las impresoras de formatos pequeños, o de mil o un par de miles de ejemplares en formatos medianos o grandes. En general, la orientación del mercado editorial se dirige hacia la reducción o eliminación de inventarios y a la producción justo a tiempo de acuerdo con la demanda del mercado. El impresor no sólo se enfrenta a la necesidad de realizar nuevas y costosas inversiones para seguir siendo competitivo, sino también a la curva de aprendizaje de una tecnología que requiere nuevos conocimientos y tiempos menores de amortización para no quedarse atrás en las constantes innovaciones.
f) El encuadernador, por otra parte, es quizás el menos afectado por lo pronto, si bien afrontará cada vez mayores demandas de encuadernación de tirajes cortos. Por otro lado, las nuevas encuadernadoras, de operación simplificada, permiten a los mismos impresores incorporar la encuadernación de manera directa, ya sea fuera de línea, como unidad independiente de producción, o en línea, donde el libro sale directamente de la impresora a la encuadernadora sin intervención humana. Esto hace suponer que la función del encuadernador quedará limitada a procesos especiales, no automatizables, en un futuro ciertamente lejano pero inminente.
g) Pasemos al distribuidor y al librero. A lo largo de las últimas décadas hemos sido testigos de la paulatina desaparición de las librerías o de la incorporación de éstas a los almacenes y tiendas departamentales. Pero también han emergido las nuevas librerías virtuales en Internet, con capacidad de venta global de artículos. Existe la tendencia a ofrecer cada vez más la venta de libros sobre demanda. Ya están anunciadas las máquinas expendedoras de libros en sitio, capaces de imprimir y encuadernar libros en puntos de venta en el momento ante el comprador minorista. Es previsible que, conforme el uso de Internet se universalice, la compra de libros se haga cada vez más directamente desde las computadoras de oficinas y hogares. La distribución y venta, en ese sentido, sufrirán una gran revolución. Quizás resuelvan, en países como México, el gran cuello de botella que su ineficiencia actual representa. Por otro lado, los libros producidos en tiros cortos, de cien ejemplares por ejemplo, representan un caso especial de particular complejidad al no haber canales de distribución ideados para volúmenes tan bajos. Tales tiros deberán estar destinados a públicos bien identificados, ventas directas sobre pedido o venta a través de Internet. Pasemos, para terminar, al…
h) lector. Fin último de todo el proceso, el lector puede ser el gran beneficiario, ¿o quizás perjudicado?, de toda esta revolución tecnológica. Por un lado, en el momento en que la información se abre y el lector tiene acceso a lo que hemos dado en llamar la biblioteca universal. Nunca habíamos tenido tanta información tan accesible sin necesidad de movernos de nuestra oficina u hogar y, además, sin pagar. Esa tendencia será creciente. Por otro lado, es previsible que el lector opte por hacer búsquedas de libros a través de su computadora (o de cualquier dispositivo presente o futuro conectado a la Red) y pedidos a domicilio por la comodidad que esto implica. También podríamos imaginar que se aventure cada vez más a explorar la lectura de libros electrónicos. Nuestra afición a la lectura en libros con soporte papel es quizás un vicio generacional. Es posible que nuestros hijos vean cada vez con más naturalidad acercarse al texto a través de dispositivos digitales, y nuestros pruritos caigan vencidos por la fuerza de las nuevas tendencias generacionales a las nuevas tecnologías. Pero no sólo eso. Para alimentar nuestro optimismo consideremos a los cientos de miles de estudiantes que prefieren leer textos reproducidos en copias casi ilegibles que comprar un libro. Podemos suponer, sin dificultad, que igual preferirán, si tienen acceso a una computadora conectada a Internet, pasar horas leyendo, sin costo, los miles de títulos a los que se tiene acceso gratuitamente (con mejor calidad que las fotocopias), que pagar por libros que encuentran en las librerías.
Visto así, podría parecernos poco estimulante el panorama para la librería tradicional. A fin de cuentas, la tecnología está transformando no sólo la manera de hacer las cosas, sino también de acceder a ellas. Sin embargo es significativo ver cómo se dan movimientos en una dirección que pareciera fulminante, para luego recular. Por ejemplo, con el libro en disco compacto o con el libro electrónico. Cuando surgieron como amenazas al soporte papel, hubo quien pensó que el libro tradicional tenía sus días contados. Yo creo que, efectivamente, tiene contado su tiempo de supervivencia, más no en días, sino en muchos años. Por lo pronto habrá un largo periodo de convivencia pacífica, donde el libro electrónico evolucionará hasta que se desarrollen mejores dispositivos de lectura, en lo que se está trabajando mucho. De entrada, el libro electrónico sufrió muchos reveses y su propagación se detuvo momentáneamente.
En el caso de las librerías veo cierta analogía con las tiendas departamentales. En un principio surgieron los supermercados y desplazaron a las pequeñas tiendas de las vecindades, que luego volvieron a resurgir, porque hay necesidades que se desea cubrir de inmediato, sin el desplazamiento que significa acudir a la gran tienda. Tal fue la oportunidad de negocio que se abrió, que surgieron grandes cadenas dedicadas a atender esas necesidades inmediatas con tiendas pequeñas como Oxxo o Seven11. La diferencia entre la tiendita de la esquina y estas cadenas radica en su poder económico, la imagen que proyectan, el cuidadoso estudio de necesidades que deben satisfacer y la rigurosa administración.
Parto de reflexiones similares en lo que a los libreros respecta. Su oportunidad está en la atención directa y personalizada del lector que acude a la librería. De hecho, sólo aquél librero que sabe percibir por un lado las necesidades de sus clientes, y que por el otro sabe inducirlos a la compra de nuevos títulos, puede no sólo aspirar a sobrevivir, sino incluso a crecer. La percepción de esas necesidades y de esos intereses podrían dar lugar a que el librero y su librería, su negocio, se convierta en un centro cultural en el que el lector se sienta comprendido y apapachado. Pero vayamos más allá: es el librero quien más cercanía tiene con el lector, quien más puede saber cuáles son sus inquietudes, quien más percibe las lagunas existentes. Cuando platico con mis amigos libreros, ellos son los primeros que me dicen: ¿por qué no publicas tal o cual obra? Es de dominio público, nadie la edita y sin embargo la solicitan. Hoy les respondo: porque existe la tecnología para hacerlo, conviértete tú, librero, en editor. No sólo de obras clásicas de dominio público y por tanto libres del pago de derechos, sino incluso de nuevos títulos, de escritores del Estado o de la región. Hubo un tiempo en que el editor fue impresor y librero. Quizás es hoy tiempo de que, basados en las nuevas tecnologías, los libreros se conviertan en editores. No sólo de libros, sino también de boletines que anuncien nuevas ediciones o inviten a la lectura. La impresión digital abre un mundo de posibilidades que sólo tiene por impedimento la imaginación.
Creo que así como los editores hemos tenido que ir masticando las implicaciones de las nuevas tecnologías, intuyendo sus tendencias, asimilándolas, incorporándolas, adaptándonos a ellas y adaptándolas a nuestras necesidades, el librero tendrá que hacer otro tanto. Las nuevas tecnologías están para ser usadas, aprovechadas. No son ellas las que constituyen una amenaza, sino quienes saben aprovecharlas a su favor en detrimento de la competencia.
Saber aprovechar las nuevas tecnologías a nuestro favor. ¿Qué significa esto? Investigar, capacitar, divulgar. Por eso, un grupo de profesionales hemos creado el Instituto del Libro y la Lectura. Se trata de una organización de individuos dedicada a la investigación, a la docencia y a la vinculación en materia de las ciencias, las técnicas y artes del libro. Años atrás tuve la oportunidad de organizar, en el marco de la FIL de Guadalajara, el Pabellón Tecnológico, donde hicimos una exhibición de los recursos tecnológicos digitales disponibles, montamos el Museo del Libro para que el público apreciara cómo la palabra del autor llega hoy en día al lector, y llevamos a cabo un Coloquio sobre el libro y las nuevas tecnologías, tema sobre el cual publicamos un libro homónimo. Poco después iniciamos la publicación de nuestra revista Quehacer editorial, que busca promover la actividad analítica, la labor de investigación y divulgación de quienes estamos en el medio multidisciplinario del libro y la lectura. Mi empresa se especializa en impresión digital, ha sido pionera en esa materia y eso me ha permitido impulsar, en el marco de mi sello editorial paralelo al de servicios, la primera colección digital de literatura, muestras de la cual tengo aquí, y también me ha permitido apoyar a infinidad de entidades, de instituciones, de empresas, en sus afanes por llevar a cabo una labor editorial independiente y rentable.
Los invito a unirse a la reflexión, al análisis, a la investigación, a la exploración de lo nuevo, a la búsqueda de alternativas.
Hay un mundo de oportunidades abiertas para todos. Tanto en el terreno de la investigación, de la docencia y capacitación profesional, como de la divulgación y de la producción aprovechando las nuevas tecnologías. Los invito a unirse a nosotros en este esfuerzo.