En el espacio de arte erótico hay poca afluencia. A pesar de la belleza de las fotos de Alejandro Zenker, diálogos en blanco y negro, entre torsos y manos, entre rostros y falanges.
Juan Solís
El Universal
Viernes 30 de julio de 2004
La esencia del Festival Erótico de México es el cine. Lo reitera Juli Simón, presidente, a la sazón, de los festivales eróticos de México y Barcelona. Sin embargo, la oferta cinematográfica es más abundante en la venta de películas, que en la exhibición de las mismas.
Laika, la perra rusa, Encrémame el cacao, Fuck Monthy o Big Brother son algunos de los miles de títulos que se venden en precios que van de los 30 a los 180 pesos.
El Festival presagiaba para este jueves un banquete integrado por Gladiator III, Moto XXX, Gladiator I, Perfect y Hell, Hores and High Hells. Pero nadie sabe dónde se exhiben las cintas.
De hecho, el cine no aparece ni en el programa de mano que se entrega al ingresar a la Sala de Armas. Se reduce a un pequeño anuncio en la parte inferior de una página que señala la exhibición de cortometrajes porno de la era silente, propiedad de la Filmoteca de la UNAM.
Aunque por momentos sí parece un festival de cine. Katsumi, la guapa porn star de rasgos orientales, parte plaza enfundada en un diminuto vestido blanco. Comparte la mesa, en la conferencia de prensa, con estrellas del género, como Nacho Vidal, Sandra Uwe y Rita Falrojano.
Sin embargo, a la gente parece no importarle si hay o no cine. Es el primer día del Festival Erótico de México. El público, aunque escaso, hace ambiente y exige actos in situ. El apetito visual es feroz y no perdona. “Órale, cabrón!”, le gritan al animador.
Una voz en el micrófono y todos se congregan abajo de la tarima central. Comienza una exhibición de lencería. Encajes negros que se ajustan a una piel blanca. La chica se mueve con ritmo, pero sin gracia. Los animadores invitan al público a gritar y chiflar, pero sólo algunos responden.
Una vez concluido el baile, la gente se mueve, en masa, a cualquiera de las tres tarimas distribuidas en el espacio. Algo hay, desde un streptease inconcluso hasta concursos.
Algunos se entretienen observando los stands colocados en la periferia del rectángulo central. La mayoría son de sex shops, aunque hay aquellos especializados en piercings y tatuajes, lencería o enormes penes de peluche.
En su mayoría son caballeros de mediana edad. Algunos aún portan el traje de la oficina. Los y las jóvenes van en pareja o en grupo.
Lo que no necesita anunciarse es la lucha en el lodo. Está a reventar el pequeño foro. Aquello que no puede captar el ojo, la lente lo registra. Los de atrás alzan sus cámaras digitales. Itacate visual, para una noche de dieta sexual.
En el espacio de arte erótico hay poca afluencia. A pesar de la belleza de las fotos de Alejandro Zenker, diálogos en blanco y negro, entre torsos y manos, entre rostros y falanges.
Zenker es director de la editorial El Ermitaño y creador de la serie de libros Minimalia Erótica, integrada por títulos en los que una modelo posa con destacados escritores como Alí Chumacero, Alberto Ruy Sánchez o Gustavo Sáinz.
Víctor Mora, por su parte, interviene las fotografías de la actriz Ana de la Reguera, publicadas en una revista, agregándoles elementos, que dotan la composición, ya de por sí sensual, de matices perversos.
Del Fetish Café ni hablamos, no porque no tenga algo interesante, sino porque “el señor polecía” tiene la orden de no dejar entrar reporteros. Demasiada maldad, quizá, aunque la falta de un argumento lógico lo que denota es ignorancia. Lástima.