Palabras de Alejandro Zenker, diciembre 2005
Cuando leí a Raúl Godínez por primera vez, meses atrás, lo hice como editor. Tuve en mis manos un texto, muy recomendado, que tenía el propósito de convertirse en libro. Conforme progresó mi lectura, me fue cautivando su narrativa, no sin que me preguntara de cuál habría fumado Raúl para crear esas atmósferas tan alucinantes. Ya transformado en un nuevo título de la colección Minimalia, de Ediciones del Ermitaño, volví a repasar sus páginas días atrás, y puedo asegurar, con la relatividad propia de todo juicio subjetivo, que, desde mi punto de vista, El perverso enigma de tu ser es uno de los títulos más frescos y provocativos publicados recientemente y Raúl es uno de los autores a los que con más gusto he editado.
Quizás alguno de ustedes disienta de mi valoración una vez que tenga en sus manos este libro y lo lea. Afortunadamente, la lectura constituye un ejercicio alejado de lo real y objetivo, de tal suerte que hay, o puede haber, tantas interpretaciones y valoraciones como lectores. Si la cantidad de lectores fuera tan vasta como nos gustaría imaginar, nos sumergiríamos felices en la variedad de interpretaciones que este libro puede generar. Porque, sin lugar a dudas, Raúl nos ha sabido entregar una obra cuyos nueve relatos nos llevan de la mano de Erasmo, un personaje a veces secundario, a veces principal, pero siempre presente, por las veredas de las fantasmagóricas vivencias de nuestro multiforme alter ego.
Cuando leo un manuscrito sin conocer al autor en persona, me sumerjo en la propuesta y me asumo como un simple lector. Eso me pasó con el libro de Raúl. Sin embargo, es imposible soslayar mi papel de editor en este caso. Y de editor independiente, que es peor. Llevo más de 20 años bregando por abrirle paso a los libros que creo valiosos en medio de un mundo bestsellerizado, dominado por los grandes consorcios editoriales que han apostado particularmente a los libros de superación personal, de literatura barata, de ofertas destinadas a cultivar la fatuidad de la ilusión vana y a devorar la capacidad de discernimiento. Raúl trabaja en una entidad editora que centra sus esfuerzos en eso, pero también la virtud de generar un contrapeso con una pieza literaria que enriquece la diversidad que hay que cultivar, y por la que nosotros, como editores independientes, luchamos.
Hace poco más de una semana regresamos Raúl y yo de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Allí participé en un encuentro internacional en el que editores independientes de más de 20 países debatimos sobre la situación que priva en un mundo en el que la bibliodiversidad cede paso ante los designios de la mercadotecnia que hace que cada vez más gente lea menos títulos. Nos acercamos así a lo que nos cuenta Erasmo en el cuento “Cancerbero” del libro que hoy nos reúne, es decir, a que nuevamente la gente se enfrente a una prohibición cultural no sólo de entrar a las bibliotecas, sino de acercarse a lo diferente. Porque El perverso enigma de tu ser es precisamente eso, diferente.
Hay que acercarse a él, aunque nos encontremos bestias horribles que quieren ahuyentarnos, monstruos que acechan dispuestos a arrojarse sobre los intrusos y a devorarles las entrañas. No hay que hacerle caso a las gárgolas y serpientes que en las librerías nos quieren alejar de este libro y llevarnos a Harry Potter, a Ángeles y demonios o a los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Aquí están Eraclio Zepeda y José Agustín para defendernos. Y, por supuesto, Raúl Godínez.
El perverso enigma de tu ser es un libro que recrea y enriquece. Su primer cuento es encarnación, sin duda, del deseo de quienes estamos de este lado del recinto, es decir, en el estrado. Cuenta Raúl (y cito): “Te acercaste al estrado —después de estar en tu asiento masturbándote en la penumbra— y con una mirada de niña traviesa (ojos rojos en cuerpo blanco) me diste un beso introduciendo en la comisura tu dedo aún húmedo y perfumado. Yo no supe qué expresar delante del público. Supongo que formulé alguna pregunta o una de esas frases hechas que expresan burdamente nuestra sorpresa. Pero ni siquiera me dejaste concluir. Tú ya estabas más allá de cualquier comunicación que no emanara del tacto y el sabor. Sólo sonreíste y te alejaste diáfana, con la misma tranquilidad con que habías aparecido”.
¿Alguien se apunta?