Conclusiones presentadas en la Mesa de Conclusión del Primer Encuentro a favor del Libro en Casa Lamm, julio 2003
La actividad editorial está compuesta por un complejo universo de entidades cuyas características y problemáticas difieren sustancialmente. Encontramos, por mencionar algunos, ocho segmentos básicos:
1. La gran industria transnacional producto de la globalización, compuesta por grandes capitales financieros que le apuestan al libro como mercancía y por tanto a los títulos de venta segura.
2. La mediana industria que cuenta con grandes catálogos y recursos financieros nada despreciables que le permite aprovechar los mercados internacionales y cuenta con catálogos híbridos, con títulos de gran venta y otros que le aportan prestigio.
3. La pequeña industria que aborda básicamente el mercado nacional con títulos de mediano desplazamiento y con graves problemas económicos como constante.
4. Las editoriales independientes, que publican sin un criterio preponderantemente económico y que gravitan entre la supervivencia y la desaparición.
5. La actividad editorial de las entidades académicas, con publicaciones subvencionadas y carentes de interés económico, donde priva la irracionalidad editorial y el despilfarro de recursos.
6. La actividad editorial gubernamental, de similares características.
7. La actividad editorial de entidades privadas que, en unos casos, invierten cuantiosos recursos en publicaciones de lujo y, en otros, se centran en temas de capacitación y promoción.
8. La actividad de las entidades sociales, como las ONGs, caracterizadas, salvo contadas excepciones, por sus recursos precarios y publicaciones destinadas a la difusión.
Cada uno de estos segmentos enfrenta problemas similares en unos aspectos, y totalmente diferentes en otros. Para entenderlo tenemos que tener en mente dos elementos básicos: el proceso de producción y el ciclo del libro.
Hay aspectos en el proceso de producción del libro que le son comunes a todos, como lo es la revisión, el cotejo y el marcaje del original, la tipografía y formación y las lecturas de pruebas. La diferencia comienza a ser palpable en los pasos siguientes: la impresión y encuadernación, donde el factor determinante lo compone el tiraje. El mercado está estructurado, más mal que bien, para distribuir tirajes grandes y venderlos en tiempos muy cortos.
Esto nos lleva a lo que llamamos el ciclo del libro, en el que intervienen la promoción, la distribución y la venta.
Para comprender la diversidad de condiciones, tomemos el caso del tiraje: las grandes editoriales que abarcan todo el mundo de habla hispana pueden determinar la cantidad de ejemplares de un libro partiendo de una distribución mundial y recurriendo a los proveedores de impresión y encuadernación más competitivos que pueden localizarse en cualquier lugar del mundo. Esto nos arroja un tiro largo a un costo bajo y un libro contra cuyo precio un editor local de limitados recursos no puede competir. Por el otro lado, esto sólo se puede hacer con libros cuya venta es segura, es decir, que responden a un común denominador cultural o interés general. Quedan fuera de este esquema gran parte de las obras de autores nuevos y desconocidos. Los editores pequeños e independientes vienen a llenar este vacío, con tirajes más reducidos o cortos que se dirigen a intereses más específicos.
De lo anterior se desprenden las respuestas a las preguntas formuladas en la mesa de editores, divididas en dos bloques:
Primero:
1. ¿Formamos lectores o consumidores de libros?
Los editores en general no forman lectores, sino que buscan hacerle llegar a los ya existentes sus ofertas a manera de mercancía.
2. ¿Se edita por política de empresa o buscando lectores?
Toda editorial edita tanto por política de empresa como buscando lectores.
3. ¿Cómo saber que tengo en mis manos un libro de éxito?
Sólo los editores económicamente poderosos tienen los recursos para poder determinar a ciencia cierta, mediante estudios de mercado, si tienen un libro de éxito y sólo ellos pueden aprovechar realmente la infraestructura existente de distribución, promoción y venta. Es más, con recursos pueden hacer casi de cualquier obra un “libro de éxito”. Un editor pequeño, aunque tenga un libro de “éxito”, o aunque fabrique un libro de aparente venta masiva segura, al carecer de los recursos y la infraestructura para comercializarlo masivamente, está condenado a logros muy marginales en materia de venta de la obra.
Segundo:
1. ¿Nos convertiremos en una industria de traducciones o abriremos espacios a los autores mexicanos?
Las traducciones son caras. Es más barato producir la obra de un autor mexicano. Pero el mercado no responde a nacionalidades, sino a nombres, títulos, temas que se comercializan por responder a modas, corrientes de pensamiento actuales, euforias momentáneas.
2. ¿Cómo sobrevive un autor independiente?
Conociendo su mercado y dominando su negocio. Siempre es posible impulsar un proyecto editorial independiente exitoso si uno lo hace con entrega y atendiendo a la lógica del mercado. La sepultura del editor independiente es, generalmente, su ignorancia de las leyes del mercado.
3. ¿Cómo aprovechar las nuevas tecnologías para crear nuevos lectores?
Conociéndolas y aplicándolas, y sabiendo cómo su uso incide sobre el resto del ciclo del libro, es decir, la promoción, la distribución y la venta.
En general podemos concluir que la industria editorial está dividida en una serie de segmentos, cada uno de los cuales tiene sus particularidades y enfrenta problemas de naturaleza distinta. Por eso es imprescindible profesionalizar al editor, ya sea pequeño, mediano o grande, dotarlo de los conocimientos necesarios para que sepa aplicarlos de acuerdo con las circunstancias y el medio en el que se desenvuelve. Para eso necesitamos tres elementos básicos:
1. Crear una carrera profesional donde formemos editores y profesionalicemos el medio.
2. Impulsar la investigación sistemática de los diversos fenómenos a los que se enfrenta el quehacer editorial desde el ángulo de cada uno de los que en él intervienen y…
3. Desarrollar una labor de difusión profesional que ayude a los editores a hacerse de información y conocimientos para el desempeño de su quehacer.
Para esto, en nuestro caso, como editorial independiente, estamos impulsando:
1. El Instituto del Libro y la Lectura como asociación civil que ataque estos problemas sin caer en intereses políticos, grupales o gremiales,
2. La revista Quehacer Editorial, cuyo segundo número estará disponible en agosto y finalmente
3. La colección titulada “Yo medito, tú me editas” constituida por libros que abordan temas de interés para el medio editorial, cuyo segundo volumen, de pluma de Jorge Herralde, director general de Anagrama, presentaremos en agosto.
*azh
Cómo volver al libro un objeto necesario…
¿Cómo convertir al libro en un objeto necesario? Creo que hay una sola respuesta y es: promoviendo la lectura. La pregunta es entonces: ¿cómo promover la lectura? En la llamada mesa de editores habíamos concluido que en realidad los editores no formamos lectores. Quizás contribuimos marginalmente a ello a través de las actividades que realizamos y cuyo fin principal es generalmente la venta. Partimos, y yo creo que erróneamente, de que la función de generar lectores le corresponde exclusivamente al Estado. El Estado es, efectivamente, el principal responsable, junto con el sistema educativo privado, de crear lo que se ha dado en llamar el “hábito de la lectura”.
Pero hay de hábitos a hábitos, y de métodos a métodos. La lectura tiene que ser, que percibirse, ante todo, como algo placentero y o útil. La obligación a leer, el castigo si no se lee, el insulto al que no lee no produce lectores, al menos no lectores habituales que leen por placer toda su vida, sino que los ahuyenta.
En México hemos pasado por varias etapas históricas a lo largo de las cuales se han logrado avances significativos. En el siglo pasado, México era un país de analfabetas y las carencias en materia de acceso a los libros eran enormes. Para darnos una idea de la magnitud de la tarea traigamos a la memoria que en 1920 México tenía sólo 14 millones de habitantes de los que sólo un millón estaba en escuelas, de manera que se calcula que el 80% de los pobladores eran analfabetos. El objetivo de Vasconcelos, de lograr una escolaridad de 4 años promedio se logró 65 años después, cuando la población había crecido alrededor de 700%. Mientras que en 1925 el objetivo era lograr una capacidad de lectura básica (leer en voz alta, leer y escribir tu nombre propio, leer letreros, etc.), hoy, al hablar de formación de lectores nos referimos a lectores competentes capaces de leer libros técnicos, poesía, novelas.
Lograr ese nivel de lectura en la mayor parte de la población requiere cambios drásticos en muchos terrenos, particularmente una acción concertada entre pedagogos, escuelas, promotores, editores y Estado y una dirección clara que conozca profundamente la realidad nacional y se plantee objetivos realistas en un programa a largo plazo que acerque a la población al placer de la lectura a través de un gran cambio cultural que no se podrá dar sin cambios económicos y políticos de gran envergadura.
Estamos hablando de programas a 10, 15 o 20 años, y no a proyectos sexenales con fines meramente políticos que no inciden sustancialmente en la situación que prevalece actualmente.
Hacer de nuestros 100 millones de habitantes una población lectora significa entre otras muchas cosas:
a) Crear una didáctica de la lectura por placer e impantarla en las escuelas a nivel nacional.
b) Capacitar a los maestros para que sean capaces de aplicar esa didáctica y se conviertan ellos mismos en lectores.
c) Crear legiones de promotores de la lectura capaces de abordar los diversos impedimentos actualmente existentes con creatividad y recursos.
d) Desarrollar mecanismos que generen un cambio de actitud al seno de las familias para que éstas incorporen la lectura como actividad recreativa.
e) Crear estímulos fiscales y tratos preferenciales a los bienes y servicios producidos a lo largo del ciclo del libro para la creación de más editoriales, distribuidoras y librerías.
f) Promover con creatividad el impulso de nuevas formas de concebir las librerías y estimular su creación en todos los rincones del país.
g) Aprovechar las nuevas tecnologías para facilitar y abaratar el acceso a los textos independientemente de qué lo contenga, el papel o un medio electrónico.
h) Crear más y mejores bibliotecas con un nuevo sentido didáctico que las hagan lugares lúdicos a los que la población se sienta atraída.
i) Incorporar a los esfuerzos a favor de la lectura tanto a entidades públicas como privadas: el esfuerzo no compete sólo al Estado, sino a la sociedad en general.
j) Profesionalizar el quehacer editorial creando licenciaturas en las ciencias del libro, abarcando tanto a editores, como distribuidores, libreros y promotores ampliamente capacitados.
k) Generar instrumentos de información y medición fidedigna sobre el estado que guarda tanto la lectura como el impacto que causan las medidas que se apliquen en materia de fomento de la lectura.
l) Impulsar actividades de investigación que retroalimenten los esfuerzos que se realicen a favor del libro y la lectura.
Estas no son sino algunas de las medidas que pienso que deben aplicarse. Significa trabajar concertadamente e, insisto, a largo plazo para obtener resultados cualitativamente distintos y que nos lleven realmente a hacer de México un país de lectores. Si trabajamos a favor de la lectura, estaremos trabajando a favor también de las editoriales y evidentemente del libro. Porque sólo en un país de lectores el libro es necesario.
*azh