Ponencia presentada por Alejandro Zenker en el Primer Encuentro a favor del Libro, Casa Lamm, julio 2003
Hace poco menos de 20 años, en marzo de 1984, cuando yo dirigía el Instituto Superior de Intérpretes y Traductores, organicé el Primer Seminario sobre Literatura y Formación de Editores junto con Felipe Garrido, gerente editorial en ese entonces del Fondo de Cultura Económica, y Margo Glanz, directora de literatura del INBA. Ese seminario se convirtió en realidad en un interesante foro de discusión y reflexión en el que igual estábamos autores, traductores, editores, tipógrafos, diseñadores, impresores y encuadernadores que libreros, promotores, distribuidores, publicistas y hasta abogados que abordaron el tema de los derechos de autor.
Había muchas inquietudes que permeaban el ambiente de esas candentes sesiones, pero hoy quiero traer a colación, en el marco del breve tiempo que tenemos disponible, cuatro temas en particular:
1. La falta de lectores
2. La falta de capacitación o profesionalización de los editores
3. Las nuevas tecnologías
4. Los cuellos de botella en la distribución
Como podemos ver, hace 20 años, en el siglo, en el milenio pasado, que pareciera mucho tiempo cuando en realidad no lo es, ya se perfilaban problemas que se fueron agudizando o de cuya gravedad nos fuimos percatando con los años. Las computadoras apenas comenzaban a figurar en el medio, pero todos descartaban que fueran a generar cambios tan profundos como los que hemos vivido.
Poco tiempo después dejé la docencia y la actividad académica y me incorporé al mundo editorial. Fui de los afortunados que vivieron la transición del linotipo, la fotocomponedora y la composer a la computadora y la impresora láser. Pero no sólo eso. Tuve como maestros a muchos editores de la vieja escuela, de quienes a cuentagotas pude aprender el oficio, la profesión del quehacer editorial.
A diferencia de la situación crítica que hoy vivimos, en aquel entonces no faltaba el trabajo. Sin embargo, tuve la oportunidad de vivir una maravillosa experiencia: levanté del suelo una editorial y una empresa de servicios, y pronto estuve en condiciones de adquirir uno de los primeros —si no el primero— equipos de cómputo, armado además de una impresora láser y un escáner. Poco a poco logramos hacer con las nuevas tecnologías libros tan decorosos como los que habíamos producido con las tecnologías que iban de salida. Sin embargo, era evidente que se avecinaban grandes movimientos en el medio editorial. Las nuevas tecnologías comenzaban a cambiar paradigmas de producción, pero no sólo eso, también dejaban fuera a muchos de los editores que no comprendían esos cambios y se negaban a incorporarlos. Paralelamente se inició el proceso de globalización, se abrieron los mercados, se agudizó la competencia, comenzó a escasear el trabajo y entramos en una crisis como la que hoy conocemos.
El caso es que estamos en vísperas del 2004, con un panorama preocupante que nos hace recordar esos cuatro temas a los que hice referencia. Si hoy hablamos de la falta de lectores con más enjundia que en ese entonces, no es porque hoy haya menos, sino porque nuestras exigencias culturales, nuestra idea de país económicamente sustentable y en constante progreso y desarrollo requiere de una población cada vez más culta, es decir, lectora. Para los editores, la cantidad de lectores es tema vital porque de su número y avidez dependen nuestras ventas. Pero la función de creación de lectores ha correspondido tradicionalmente al Estado. En consecuencia, debemos preguntarnos, y lo hacemos cada vez más, si no debemos y podemos los editores mismos tomar iniciativa, asumir responsabilidad o la parte que nos toca. En realidad, hasta ahora los editores se han limitado a hacer aquello que pueden, es decir, producir libros como una actividad comercial más.
Pero el libro en sí no hace al lector. Inundar al país de libros no genera nuevos lectores. Hacer tirajes de decenas o cientos de miles no genera un solo lector nuevo. Si no hay un lector previo, receptivo, comprador, los muchos libros simplemente retornan a nuestras bodegas. Les recomiendo, en este sentido, leer el excelente artículo de Laura Lecuona que publicamos en la revista Quehacer Editorial número 1. Pero, ¿podemos los editores asumir un papel más activo en la generación de lectores? Creo que sí.
Esto me lleva al tema de la profesionalización del quehacer editorial, que va de la mano de la posible participación del editor en la creación de nuevos lectores que lean no por hábito sino por placer, y del auge de las nuevas tecnologías. Como decía, el advenimiento de éstas últimas trajo muchas ventajas consigo, pero también muchas pérdidas, particularmente en lo que a conocimientos clásicos del quehacer editorial se refiere. Al no existir una carrera, una licenciatura en materia editorial, cualquiera puede ejercer como editor, tenga o no los conocimientos necesarios. La tecnología ha facilitado que eso suceda.
Sin embargo, la tecnología de ninguna manera hace innecesarios conocimientos profundos de las ciencias de las que se compone el quehacer editorial, sino por el contrario, las exige tanto o más que antes. ¿Por qué? Porque en muchos casos tenemos que reinventar los paradigmas clásicos.
Tomemos el caso de la impresión digital. Tuve el privilegio de ser el primer editor en México en incorporar impresoras digitales a mis talleres. Para mí eran evidentes sus ventajas. Sin embargo, contra lo que pensé, en un principio me enfrenté a grandes resistencias por parte de las entidades editoras para incorporar la idea de la producción de libros en tirajes cortos. Había muchos prejuicios que tuvimos que romper con mucha paciencia y dedicación. Pero también predicando con el ejemplo.
Para esto, déjenme contarles que nuestra empresa es una extraña simbiosis de entidad que brinda servicios editoriales y de editorial propiamente dicha, con su propio catálogo. Esa mancuerna es quizá la que nos ha permitido sobrevivir ya 18 años y sobrellevar las crisis.
Decidí, pues, lanzar una colección que se basara en esas nuevas tecnologías. Así nació Minimalia, que cuenta con más de 100 títulos. Todos nuestros libros los producimos en tiros iniciales de 100 ejemplares. A veces incluso menos, otras comenzamos con 200 si el título lo amerita. Los libros exitosos viven entonces una reimpresión tras otra. Otros se quedan en esa edición inicial. Pero el hecho de poder producir tirajes cortos abre un mundo de posibilidades para editar más títulos, para experimentar, para apostar a nuevos valores literarios sin que los riesgos impliquen la posibilidad de quedar en quiebra al no recuperar los costos. También permite que afloren más proyectos editoriales independientes y que se atienda un mayor número de intereses particulares. Eso amplía los horizontes culturales y enriquece a los lectores.
Conocer las opciones tecnológicas y aprovechar las nuevas, digitales, amplía los horizontes del editor, le permite minimizar costos, reducir riesgos y explorar nuevos y más mercados. Sin embargo, para aprovechar realmente la tecnología se requiere conocerla a fondo. No sólo desde el punto de vista técnico, es decir, cuáles son sus posibilidades y cuáles sus límites, sino cómo impacta el tiro corto en todo el ciclo del libro. Porque el mercado está estructurado y pensado para tiros largos. En términos de cálculo editorial hay que saber estimar el desplazamiento probable de ejemplares en x tiempo para entonces dividir los costos fijos (revisión, cotejo, marcaje, tipografía, formación y lecturas de pruebas) entre los costos variables constituidos por ese hipotético tiraje del que inicialmente sólo se producirá una pequeña parte. Por otro lado, hay que saber alternar las tecnologías de la manera más apropiada para reducir estratégicamente costos.
Por ejemplo, se puede producir la portada a color en offset digital o tradicional y hacer un tiraje de ésta de 1000 ejemplares, aunque sólo se produzcan 100 interiores iniciales. Lo más difícil viene luego: con el tema de la distribución. Ninguna distribuidora se especializa en la comercialización de tirajes de sólo 100 ejemplares. Hay que encontrar otras formas de distribución, otras maneras de vender ya que, como todos sabemos, las librerías no nos permiten mantener los títulos más que unas semanas o meses, en el mejor de los casos, a menos que se trate de libros de venta continua. Por eso, los editores independientes tenemos que asumir generalmente la distribución de nuestros libros.
Con eso volvemos al tema de la profesionalización, de la necesidad de formar editores profesionales, bien capacitados. Así como éste hay infinidad de nuevos problemas que las nuevas tecnologías nos hacen enfrentar, como por ejemplo las reglas tipográficas que deben regir en la composición de un libro electrónico destinado a leerse no sólo sobre papel sino también en pantalla, algo que quienes estamos profesionalmente en este medio tenemos que considerar estratégicamente, porque el libro electrónico adquirirá cada vez más importancia.
Pensando en todo esto, estamos contruyendo el Instituto del Libro y la Lectura, una asociación civil cuyo objetivo general es realizar y fomentar la investigación, la docencia y la difusión en materia de las ciencias del libro y de los procesos y hábitos de lectura.
Creo firmemente que México sí puede ser un país de lectores, y que las editoriales independientes sí pueden sobrevivir exitosamente en un mundo globalizado, y que las grandes editoriales y las entidades editoras universitarias y gubernamentales pueden ahorrar gigantescas cantidades de dinero irracionalmente dilapidado en publicaciones si, y sólo si, impulsamos una labor sistemática, continua, independiente, de investigación interdisciplinaria y profesionalización en materia de las ciencias del libro y de los procesos y hábitos de lectura.
*azh