De la bibliopobreza a la bibliodiversidad: la época de transición del papel al soporte electrónico

Simposio Internacional del Libro Electrónico

Septiembre 2011

Alejandro Zenker

 

Y es que el soporte papel del libro moderno, así como fue lo que permitió su desarrollo, proliferación y penetración en amplios segmentos de la población mundial, pronto se convirtió en su principal freno. Es decir, las características físicas del libro lo volvieron inmanejable, particularmente en países como México, donde vivimos en medio de una enorme bibliopobreza.

Quizá debamos comenzar con un breve análisis de la situación que prevalece en el ámbito del libro en nuestro país. Si bien carecemos de estadísticas precisas, las pocas de las que disponemos nos permiten al menos dibujar el tamaño del problema. A una población de más de 112 millones de habitantes en el 2010, según el inegi, corresponden 1 518 librerías registradas al 30 de junio de 2011, de acuerdo con el censo realizado por el Instituto de Desarrollo Profesional de Libreros (INDELI). Es decir, hay aproximadamente una librería por cada 74 000 habitantes. Sin embargo, más de un tercio de las librerías se encuentran en el Distrito Federal. Para darnos una idea de la bibliopobreza que esto representa, hay que recordar que en México hay 2 456 municipios. Es decir, no tenemos ni siquiera una librería por municipio. Es más, Tlaxcala y Colima cuentan cada uno con sólo tres librerías en todo el estado, Campeche con cuatro, Nayarit con seis, etc. Si la población no tiene acceso a los libros, ¿cómo vamos a pretender que se acerquen a la lectura? Por otro lado, la mayor parte de las librerías tiene un acervo muy limitado, es decir, exhibe predominantemente lo que puede vender con seguridad, los llamados best sellers, libros de texto, de autoayuda, etc. Por eso vivimos en un entorno bestsellerizado, lo cual atenta contra uno de los elementos más importantes para el desarrollo cultural de una nación: la bibliodiversidad, entendida como el derecho al acceso a toda la riqueza bibliográfica generada a lo largo de la historia de la humanidad.

En un estudio impulsado por Google junto con otras entidades en el año 2000, cuyos resultados fueron publicados en la revista Science, esa bibliodiversidad se estimó en más de 130 millones de libros, de obras producidas a lo largo de la historia, sin contar periódicos ni revistas. De éstas, Google ya había digitalizado para esa fecha más de 15 millones. Pero Google no es la única entidad empeñada en volcar al formato electrónico la riqueza bibliográfica producida hasta ahora. De tal suerte que, mientras en México nos encontramos ante un panorama sombrío en cuanto a acceso a la bibliodiversidad basada en el libro con soporte papel, en el terreno del libro electrónico la diversidad y biblio-disponibilidad son sorprendentes.

Por otro lado, hasta ahora han sido tres los obstáculos principales que han frenado la expansión de la industria editorial en México: la deficiente distribución, la carencia de puntos de venta (librerías) y el tácito monopolio del Estado sobre la producción de libros de texto. El impacto de este último se deduce del análisis del mercado del libro en México. De los 278.2 millones de ejemplares producidos en 2007 en nuestro país, el Estado produjo alrededor de 64%, la mayor parte destinada al sistema educativo. Pero independientemente de esto, la falta de una cultura de la lectura en el país, y por lo tanto de librerías y bibliotecas, condujo a que no se desarrollara un andamiaje adecuado de distribución. Así las cosas, lo que llega a manos de los escasos lectores es poco y caro. Podríamos decir que si bien históricamente fue acertada la política inicial del Estado de impulsar el libro de texto gratuito, a la postre sus beneficios se revirtieron. Hoy, el acceso a la lectura de la población prácticamente se limita, en gran parte, a esos libros de texto. Se lee por obligación, no por placer, no por sed de diversión ni de conocimiento. Y al no darse una clara diferenciación entre cultura y educación —y por ende entre lectura por placer y lectura escolarizada, obligatoria—, se ha vacunado a gran parte de la población contra el “vicio” de la lectura.

Sin embargo, este panorama que parecería ser apabullantemente deprimente podría cambiar de manera radical y dar un vuelco si lográramos hacer jugar a favor de la lectura lo que hoy se opone a ella. Me explico.

Imagino que muchos aquí han escuchado ya los conceptos de “nativo digital” e “inmigrante digital”. Se trata básicamente de términos que identifican como “nativos” a quienes nacieron y crecieron en la época de los dispositivos electrónicos, es decir, consolas de juegos, teléfonos celulares, computadoras, internet, etc. (desde 1980, y específicamente 1990, para acá, más o menos), con cerebros en plena evolución, es decir, casi la totalidad de estudiantes universitarios en el mundo, frente a los “inmigrantes”, que somos todos aquellos que ya teníamos un cerebro adulto, desarrollado, cuando aconteció esta revolución tecnológica.

Inicialmente, partíamos de que el rechazo a los libros electrónicos era sólo una cuestión generacional, es decir, unos estábamos acostumbrados a leer sobre papel y los dispositivos de lectura electrónica eran aún muy primitivos, mientras que los otros, los nativos, nacieron leyendo sobre esos dispositivos, ya más desarrollados, y por lo tanto mostraban menor resistencia a su uso. El problema, sin embargo, va mucho más allá.

A lo largo de los años nos hemos acostumbrado a especular con lo que pasa y lo que pasará. La investigación realizada en los terrenos de la transfiguración del lector y la lectura es aún escasa, pero recientemente un equipo de estudiosos de la Universidad de California (ucla) decidió analizar el fenómeno del que hablamos. Con la ayuda de las doctoras Susan Bookheimer y Teena Moody, especialistas en neuropsicología y neuroimagen de la misma institución, y formularon la siguiente hipótesis: “las búsquedas en internet y otras actividades on-line provocan alteraciones apreciables y rápidas en el cableado neuronal del cerebro”. Para comprobarla, usaron imágenes obtenidas por resonancia magnética para medir los caminos neuronales del cerebro durante una tarea habitual con la computadora, específicamente buscar información exacta en Google. En términos generales, los resultados mostraron patrones perfectamente diferenciados de actividad neuronal mientras unos y otros hacían las búsquedas. En síntesis, los estudios demuestran que “el hecho de que el cerebro humano haya tardado tanto en evolucionar hasta alcanzar tal complejidad [como la de los inmigrantes digitales, es decir, nosotros], hace que la actual evolución de la alta tecnología y en una sola generación resulte tan extraordinaria. Hablamos de cambios importantes del cerebro que se producen en sólo unas décadas y no a lo largo de milenios”. Otros autores, como John Palfrey, de Harvard, y Urs Gasser, de la Universidad de St. Gallen, han señalado lo mismo. También Nicholas Carr advierte en sus espléndidos ensayos sobre estos cambios neuronales y los procesos de aprendizaje, reflexión y formas de lectura.  Pero más allá de los hallazgos de estos investigadores que tratan de poner en un lenguaje más comprensible lo que está ocurriendo, poco a poco más universidades se han interesado en el tema desde un punto de vista científico.

Gran parte de la población en México corresponde a esta nueva generación. Y es que México es un país fundamentalmente joven. El mundo, de hecho, se está dividiendo en dos polos: de acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, en 2009 la población en México era de casi 108 millones de habitantes. De éstos —basados en datos de 2003-2004—, alrededor de 28 millones cursaban la educación básica, la media superior, licenciaturas y posgrados. Es decir, casi 30% de la población, con edades que oscilan entre los 3 y los 30 años, realizaba algún tipo de estudios. Por supuesto, hay un grupo aún más numeroso dentro de ese rango que queda fuera de las estadísticas de los educandos. Tenemos datos más recientes, pero me remito a éstos para dar idea de las correspondencias estadísticas.  Por otro lado, mientras que en algunos países la población “rejuvenece”, como es el caso de África, en que 44% tiene menos de 15 años, en otros, la población envejece, como en Europa, donde tan solo 15% entra en ese rango de edad. En un futuro próximo, nos dicen las estadísticas del Population Reference Bureau, la mayoría de la población mundial vivirá en áreas urbanas. La población urbana en 2004 era casi la mitad de la mundial, mientras que en la década de 1960 era de alrededor de una tercera parte. El mundo comienza a dividirse en dos partes: la juvenil y pobre (es decir, los países en vías de desarrollo), y la vieja y rica (Europa, particularmente). Mientras eso sucede, ante nuestros ojos acontece una revolución que va más allá de lo simplemente “tecnológico”. La humanidad se está transformando. Y con ella, el lector. Y con el lector, las perspectivas de un cambio radical en este mundo regido, hasta ahora, por mentes predigitales.

En esta época de transición, nos encontramos ante una población multigeneracional, es decir, una población predigital que no comprende las nuevas tecnologías, que no las asimila, en parte porque no las entiende y también porque nadie se las acerca; la población inmigrante digital, es decir, quienes crecimos ya con mentes desarrolladas e inventamos o nos incorporamos a las nuevas tecnologías, y finalmente los nativos digitales. El gran reto no sólo consiste en comprender a esta última generación y responder a sus necesidades digitales, sino atender también a las otras, algunas de las cuales están incursionando en este nuevo entorno como verdaderos analfabetas funcionales, aun cuando las nuevas tecnologías tienen todo para acercarlas e incluso ayudarlas a hacer lo que antes les resultaba imposible. Por ejemplo, los nuevos dispositivos de lectura basados en tinta electrónica, como el Kindle, permiten no sólo aumentar el tamaño de la tipografía, de manera que quienes tienen algunas limitaciones visuales puedan leerlo, sino también activar otras características, como la lectura robótica en voz alta, el diccionario incorporado y las búsquedas referenciales en Google, entre otras herramientas de ayuda, además, por supuesto, de la opacidad de la pantalla que hacen de la experiencia lectora algo no sólo similar al soporte papel, sino incluso superior. Para esto debemos romper con el mito de la “superioridad” del papel sobre estas pantallas. Desde un punto de vista romántico, suena bien y en ciertos entornos pregonarlo es políticamente correcto, pero no ayuda a la urgente transición de un soporte al otro.

Hay voces que buscan todo tipo de objeción al uso de las nuevas plataformas digitales. Despejado el tema de la supuesta superioridad del papel como soporte, queda el del precio, el de la dependencia de los nuevos dispositivos de la electricidad y la limitante del costo. Ya hay en este momento dispositivos que se alimentan de energía solar, y cargadores que funcionan a partir de esa fuente de energía. En cuanto al precio, el anuncio que hizo Hewlett-Packard de que se retiraría del mercado masivo de las PC, e incluso de las tabletas electrónicas, hizo que el precio de la computadora que acababan de lanzar bajara a menos de 100 dólares. Las ventas fueron tan exitosas, que HP ordenó nuevas remesas de su tableta a ese precio. Hoy, los analistas estiman que no pasará mucho tiempo (unos cuantos años) para que el precio de algunas tabletas ronde tan sólo los 20 dólares. Está pasando lo que en algún momento sucedió con las calculadoras electrónicas. Hoy su precio ya no es significativo. Pronto, el precio de las tabletas tampoco será gravoso. Lo importante será la conectividad y las aplicaciones.

Sin embargo, el gran cambio en México vendrá cuando se tome una determinación que es vital: la implantación del libro de texto como libro electrónico por medio de tabletas. Porque lo importante no es el soporte, el contenedor, sino los contenidos. Aunque las capacidades del contenedor sí hacen una diferencia. No es lo mismo el texto estático del libro de texto actual, que el dinámico del libro de texto electrónico. Esa medida, que deberá tomarse pronto en nuestro país, dará un vuelco radical en muchos terrenos, e intuyo que dará pie a una verdadera revolución educativa y cultural. El libro de texto electrónico abrirá un enorme campo de desarrollo no sólo de aplicaciones, sino de metodología educativa, como ya lo están haciendo las redes sociales, como Facebook y Twitter, cada vez más usadas en los entornos académicos. De hecho, hay cada vez más universidades trabajando con ese esquema. Pero nos encontramos en los inicios. Ya hay numerosas iniciativas no sólo para el desarrollo de aplicaciones para el campo educativo, sino incluso de tabletas especialmente diseñadas para la vida académica (Kno). La transición del libro de texto con soporte papel al libro de texto digital dará origen a nuevas generaciones de nativos digitales cuyo desempeño académico será muy superior al actual. El libro electrónico permitirá no sólo mejorar la calidad educativa en el aula, sino apuntalar los conocimientos de los educandos a partir de aplicaciones de refuerzo que incorporarán no sólo el juego, sino también otros recursos multimedia que harán del aprendizaje una actividad realmente adictiva.

Todo esto llevará, como de hecho ya sucede, a una redefinición del concepto mismo de “libro”. Hoy nos seguimos refiriendo a las aplicaciones que están emergiendo como “libros” con el epíteto de “electrónicos”, cuando en realidad estamos viendo el desarrollo de funciones que van más allá del “libro” tradicional. Era quizá correcto hablar de “libro electrónico” en la medida en que se trataba simplemente del cambio de soporte, es decir, cuando trasladamos un discurso lineal de texto e imágenes del papel al soporte electrónico. Pero lo que se está desarrollando hoy en día comienza a ser… otra cosa.

Estos cambios nos enfrentan a un nuevo reto en materia educativa: enseñar a moverse en el entorno digital. No sólo enseñarle a los alumnos, que en buena medida ya lo hacen, sino particularmente a los maestros, pues es paradójico que éstos, analfabetas digitales, pretendan enseñarles a los ya alfabetizados. Y es que no se trata sólo de saber usar los aparatos y las piezas de software, hoy llamadas aplicaciones. Es imperioso dotar a las distintas generaciones de habilidades para aprovechar al máximo las nuevas herramientas. Las políticas públicas en materia educativa y cultural deberán responder a estos cambios. Tenemos frente a nosotros la enorme tarea de educar y reeducar a la población. La urgencia se deriva de la inserción de México en el ámbito internacional. Cada vez es más evidente que comienzan a desvanecerse las fronteras para crear la aldea global en la que rivalizan competencias intelectuales. Países que por miopía gubernamental queden atrasados, difícilmente recuperarán el paso. Hay ya temor de que el mundo se divida en países digitalmente alfabetizados y países digitalmente analfabetas. Por eso creo que en México, en el actual sistema de libro de texto único y gratuito, la situación puede dar un vuelco y generar un importante cambio cualitativo si el gobierno entiende la urgencia y destina los recursos necesarios para acelerar el cambio, lo que va de la mano con inversión en investigación y desarrollo de novedosas aplicaciones educativas aunada a un cambio en materia de políticas en el terreno de la conectividad. Pero también habrá que invertir en investigación en el terreno de la transfiguración del lector y la lectura. Hoy, la conexión a internet debe ser no sólo una prerrogativa, sino un derecho. Además de la creación de una infraestructura nacional de libre acceso a la banda ancha, es imperioso abrir el mercado a la competencia en materia de servicios conexos. No se trata ya simplemente de servicios de consumo unidireccionales, sino de una transformación en la manera de vincularse de manera interactiva con los conocimientos, con las ciencias, con la tecnología y con las artes.

La industria editorial seguirá enfrentando, por lo tanto, una transformación que llevará a su desaparición tal como la conocemos hasta ahora. Es predecible que las actuales entidades editoriales sean absorbidas por los consorcios de la comunicación digital, y que, por lo tanto, enfrentemos la desaparición de la industria de las artes gráficas para dar lugar a la industria de las artes digitales. Esto, por cierto, es algo que debe atenderse con celeridad, porque decenas de miles de empleos se irán perdiendo paulatinamente, y muchos que hoy ejercen esos oficios no tendrán ya dónde desempeñarse, como antes sucedió con oficios que fueron desapareciendo desde que surgió la computadora y se extendió su uso hasta la fecha. El sector editorial tendrá que adaptarse a las nuevas circunstancias, y los profesionales del libro deberán reaprender en función de las nuevas necesidades. La urgencia de una verdadera profesionalización del sector será más evidente que nunca. La pregunta es si quienes hoy conforman la industria editorial podrán efectuar esa conversión. Los editores suelen ser muy conservadores y se aferran a ideas y mecanismos, como lo han hecho al soporte papel. Hace ya más de 16 años que introdujimos en México las primeras impresoras digitales para atender el mercado editorial. La industria tardó más de 10 años en comenzar a incorporar su uso, a comprender su utilidad, y no ha sido sino a lo largo de los últimos tres años cuando cada vez más editores trabajan haciendo uso de ellas. Actualmente, cerca de 600 editores recurren en México a la impresión bajo demanda (POD) para producir libros con soporte papel en tiros cortos. No obstante, si al medio editorial le tomó 13 años asimilar estas nuevas tecnologías —que ya son viejas—, imaginemos que tardará lo mismo para incorporar el libro electrónico. Sería suicida. Hoy los tiempos transcurren más rápido, es decir, los tiempos para adaptarse a los cambios son menores.

Es previsible que se abrirá, con todo esto, un nuevo panorama para los editores independientes en la medida en que abracen las nuevas tecnologías. Como ya ni la distribución ni los puntos de venta serán limitantes, podrán competir con imaginación y creatividad como nunca antes. Para esto, dominar las redes sociales, reinventarlas, usarlas para vincularse con sus lectores y para que éstos, a su vez, se vinculen con los autores, será una de las grandes diferencias entre un proyecto editorial y otro, amén de los contenidos. Los mismos autores podrán o no recurrir a un editor. Es más, el concepto de “autoría” está cambiando y dará lugar a nuevas figuras legales, donde cada vez habrá más obras en las que habrán intervenido numerosas manos, como sucede en la industria cinematográfica más que en la editorial. En ese sentido, es interesante observar el desarrollo que han tenido las apps, es decir, las aplicaciones. Un contenido gratuito puede dar lugar a elementos secundarios que constituyan el verdadero negocio para los autores y editores. En ellas uno encuentra aplicados, cada vez más, los conceptos multimedia: texto, ilustraciones, foto, video, sonido, animación. Por otro lado, es previsible el florecimiento de un creciente sector que buscará que haya contenidos libres de derechos, de suerte que nos acerquemos a una verdadera sociedad de la información y del conocimiento. Hoy en día tenemos acceso a más contenidos gratuitos a través de la red de lo que jamás en la historia se tuvo, y todo con sólo una tableta o un teléfono celular con conexión a internet. Semanas atrás hacía el cálculo de que al comprar una iPad 2, que hoy vale menos de $7 000 pesos, uno puede tener acceso a libros gratuitos de literatura universal y de muy buena calidad con un valor de más de $800 000 pesos en su equivalente a valor soporte papel, tan sólo a partir de la tienda de Apple (iTunes). Y es que el libro electrónico puede regalarse como gancho: el libro con soporte papel, difícilmente.

Con esta transformación habrá que reimaginar la cadena del libro. Las bibliotecas como espacios físicos, tal como hoy las conocemos, dejarán de tener sentido. Deberán, quizá, convertirse en espacios a los que los usuarios acudan no sólo a hacer uso de dispositivos electrónicos de consulta, sino para explorar nuevos dispositivos e incluso consolas de juego; donde encuentren recursos de experimentación y desarrollo, donde se les capacite para un mejor uso de las nuevas tecnologías. De igual manera, habrá que preguntarse si seguirán teniendo sentido las librerías como espacios físicos. Librerías y bibliotecas migrarán, como lo han estado haciendo, hacia internet. La función orientadora de bibliotecarios y libreros cobrará nueva fuerza. La vez pasada hacía un símil entre éstos y una gps (Global Positioning System). Un usuario puede saber a dónde quiere llegar, pero sin la labor orientadora del bibliotecario o del librero, puede desviarse fácilmente del camino y tardar más en llegar, o abandonar cansado el intento, como sucede cuando nos lanzamos a buscar una dirección en esta ciudad sin la guía apropiada.

Nos ha tocado vivir una época de revolución y, en medio de ésta, una época de transición fascinante. Ante nosotros se abre un mundo de peligros y un universo de posibilidades. Hoy podemos imaginar el futuro e incidir en lo que vendrá. Llorarle al libro con soporte papel es cosa vana. Seguirá existiendo un buen rato y después quedará como objeto de culto, de arte. Lo que es vital es abrirnos a las oportunidades únicas que tenemos frente a nosotros. No podemos simplemente ver pasivamente cómo el mercado determina el desenlace. Sería no sólo peligroso, sino política, social y culturalmente criminal. Hoy, los diversos actores del libro y la lectura tenemos que trabajar en mancuerna. Para migrar contenidos a los nuevos soportes, para enriquecer la oferta con nuevas creaciones literarias basadas en ese mundo digital en el que nos desenvolvemos, pero también para impulsar esa tan necesaria revolución educativa y cultural sin la que México podría quedarse no sólo en el atraso, sino también en la periferia del mundo desarrollado.

 

*azh/19/9/2011

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