Postrado y con muletas…

Nunca había necesitado apoyarme en muletas para caminar, como hoy lo estoy haciendo. Quizás lo que hice semanas atrás fue una premonición, cuando compré un bastón de madera. Noemí me preguntó que para qué lo quería. Le conté que una vez, hace muchos años, compré uno en España para apoyarme en mis largas caminatas. También de madera, tenía un anillo de plata. Misteriosamente desapareció un día sin dejar rastro. Me traía buenos recuerdos. No sólo de España. También de mis aventuras en los bosques de los alrededores de la Ciudad de México, particularmente del Ajusco. Hoy estoy recostado en mi cama y miro estas muletas con recelo. Frente a mí está mi nuevo bastón. Hace un año tropecé estrepitosamente y me esguincé el tobillo derecho. Meses pasaron para dejar de sentir molestias. Pero semanas atrás, mi tobillo izquierdo comenzó a dar lata. No hice caso, pese a que la molestia iba en aumento. Cuando fui a Veracruz, al Congreso de Libreros Mexicanos, un pequeño pero constante dolor comenzó a hacerse presente. Al regresar al DF simplemente le di masaje y le deseé pronta recuperación. Traía infinidad de proyectos entre manos como para dedicarle tiempo a esa nimiedad. Sin embargo, el sábado pasado, cuando fui a comprar algunos insumos para el “after” de la obra “Para Eliza” que se presentó nuevamente en nuestra casa, mi tobillo comenzó a manifestarse con siniestro dolor. Para la noche, la molestia me impedía caminar con normalidad. Pensé que para la mañana del domingo, con un buen descanso de por medio, ya ni me acordaría del asunto. Pero gran desilusión: amanecí con un dolor que comenzaba a enojarme, pues ya no podía apoyar el pie en el piso sin que mi expresión cambiara de manera notable. Todo el día lo pasé descansando, pero el dolor iba en aumento. Ya para la noche, era constante. No pude dormir. Traté de leer, de distraerme de mil maneras para dejar de experimentar la punzante molestia. Pasé la noche en vela. Por la mañana le pedí a Margarita que me trajera las muletas que tenía en el estudio de fotografía y que alguna vez usé para una sesión. También las usaron mi hija y mi madre, cuando años atrás se lastimaron. Con esas mismas muletas retraté a Leda, desnuda, acompañada de Hernán Lara Zavala. Hoy, esas muletas han tratado de sostener mi pesado cuerpo. Como no pude ir al doctor precisamente por mi incapacidad de manejar y de moverme, le llamé por teléfono. ¡Tengo un ataque de gota!”, le dije. No obstante, tras explicarle mis síntomas, sentenció: lo que tienes es una flebitis. ¡Sopas, perico! Entonces me enteré que tan pué que no tenga gran importancia, como tan pué que me quede tumbado en la cama listo para ir al velorio, es decir, al mío. Noemí, angustiada, comenzó a leer todo lo que encontró sobre el tema. Me leía partes para, luego, en los párrafos más emocionantes, quedarse callada. Margarita me consiguió las medicinas: un analgésico narcótico como para dormir a un caballo, y píldoras para destruir trombosis. Leer en el Vademecum las indicaciones y contraindicaciones de las medicinas es para angustiar a cualquiera. Si no te mata, pué que te ayude. No sin un poco de terror comencé a tomarme las medicinas apoyado por el Pichicuaz, que ronroneaba a mi lado dispuesto a ingerir conmigo esa cicuta del alivio. Sirva esta breve crónica para explicar mi ausencia esta semana pasada del Facebook. Sé que nadie me extrañó, pero no está de más dejar constancia de las razones de mi silencio. Pero mucho ha ocurrido. De ello escribiré en los próximos días.