Bibliopobreza o bibliodiversidad: del soporte en papel al nativo digital

AZ 21 de septiembre

Alejandro Zenker, artículo para el primer número de la revista Double Ponctuation

1.     El inicio del fin del desenlace que dio lugar a que…

Cuando a finales de la década de 1990 surgió el término “bibliodiversidad”, el escenario parecía muy claro. En el mundo editorial se daba una concentración de capitales sin precedentes que puso en manos de muy pocos no sólo el mercado del libro, sino también el poder para determinar las políticas editoriales y, con ello, lo que se podría leer y lo que no. Conforme fue evolucionando el mercado globalizado, se perfiló con claridad hacia dónde irían las cosas: el mundo mediatizado buscaba cerrar las pinzas culturales mediante el uso de la mancuerna medios masivos de comunicación-industria editorial. Es decir, la industria editorial dejaba, poco a poco, de ser una actividad relativamente independiente, para convertirse en eslabón de la cadena de consumo masivo de contenidos mediáticos, como la tv, la radio, el cine, los periódicos y revistas, etc. Quizá fue la fusión que tuvo lugar en 2001 entre aol y Time-Warner la que puso de manifiesto las nuevas reglas del juego. El enorme poder económico de la naciente industria de internet mostró su músculo… y su estrategia. La compra de editoriales medianas o pequeñas por parte de los grandes conglomerados comenzó a ser noticia cotidiana. Con la concentración vino la disminución relativa de la oferta de títulos y un incremento de la publicación de autores conocidos en detrimento de los desconocidos. La industria editorial globalizada dictó sus reglas: divulgación de libros de venta fácil que garanticen un retorno rápido del capital. Las librerías pronto se apegaron al esquema: presionadas por la creciente falta de liquidez de los lectores, cada vez más selectivos y más influidos por los medios, apostaron por lo que la industria editorial proponía. Se gestó así la “bestsellerización” del mercado y el empobrecimiento de la oferta. La bibliopobreza se apoderó del mundo. La industria editorial tradicional globalizada ganó, pero por poco tiempo. La historia estaba, y está, lejos de concluir.

 

2.     La bibliodiversidad amenazada: el envejecimiento de acervos editoriales basados en las viejas tecnologías de producción

Entendamos por bibliodiversidad no sólo la riqueza de títulos disponibles, sino, sobre todo, nuestra capacidad de acceder a ellos. A mayor riqueza de títulos y mayor facilidad de adquirirlos, mayor bibliodiversidad; a menor cantidad de títulos y mayor dificultad para obtenerlos, mayor bibliopobreza. Esto último, la bibliopobreza, comenzó a ponerse de manifiesto no sólo a raíz de la “bestsellerización” del mercado, sino también de la incapacidad de las empresas editoriales de surtir la totalidad de su acervo. Los libros, al finalizar el milenio —pero antes del surgimiento de la computadora y de los programas de composición tipográfica primero y de diseño gráfico después—, reposaban en los anaqueles de negativos en espera de una reedición. Pero la tecnología imperante, el offset, requería de tirajes largos para justificar una edición. Así, libros que ya habían “agotado” su mercado natural, tenían que esperar muchos años antes de ser reimpresos, cuando “alguien” en la empresa detectaba una nueva oportunidad de venta masiva. Pero tempus fugit, y muchos negativos languidecían, acumulaban hongos, se pegaban, resultaban inutilizables. Así, miles de títulos quedaron condenados a la desaparición. La tecnología que los hizo posibles se convirtió en la que los destruyó.

En la última década del siglo xx, varias editoriales me llamaron para rescatar sus acervos. Yo había incorporado al flujo de trabajo de mi editorial la impresión digital y, con ello, soluciones innovadoras en ese entonces. Una editorial en particular tenía ya un catálogo histórico de 6 500 títulos. De éstos, unos 5 000 pertenecían a la era predigital, es decir, de ellos se conservaban, si acaso, negativos o sólo ejemplares impresos. Al revisar los soportes físicos encontré que gran parte era inservible: negativos terriblemente deteriorados y libros dañados por los efectos del sol. No hubo previsión alguna. La bibliodiversidad moría por ignorancia y falta de perspectiva histórica. Algunas obras podían ser rescatadas vía ocr (Optical Character Recognition), pero eso significaba incurrir nuevamente en el costo de formación y corrección, y las editoriales no podían o no estaban dispuestas a afrontar ese gasto. Quizá se podrían hacer ediciones digitales facsimilares, pero el desastre era previsible. Las viejas tecnologías estaban poniendo de manifiesto sus limitaciones y su incapacidad para garantizar la bibliodiversidad. De esto ya teníamos antecedentes. La destrucción de las grandes bibliotecas con ejemplares únicos ha sido un episodio recurrente a lo largo de la historia. La de Alejandría, fundada por los tolomeos y cuya primera destrucción es atribuida a Julio César, es quizá la más conocida, aunque polémica ante la falta de datos fidedignos de su desaparición. Pero una y otra vez las nuevas tecnologías emergentes (prensa plana, offset) parecían prometer no sólo mayor difusión, sino también longevidad. Pero no cumplían.

Así las cosas, llegamos a la segunda mitad del siglo xx con una industria editorial boyante y prepotente. Nunca se habían editado tantos títulos. Nunca habían llegado a tantos lectores. Nunca hubo tantas librerías. Sin embargo, estábamos lejos de una genuina democratización de la bibliodiversidad, entendida como el derecho y la posibilidad de todo ciudadano del mundo a acceder a los libros existentes. La marginación, la pobreza, la ignorancia, el analfabetismo, la falta de bibliotecas, de políticas públicas y el centralismo seguían haciendo del libro y de la lectura, como de la cultura en general, privilegio de pocos. La libertad, la democracia, eran prerrogativas de un puñado de mortales. Como en la Grecia antigua. Pero a mayor escala… quizá…

 

3.     Las editoriales independientes: ¿esperanza para garantizar la bibliodiversidad?

Ya para finales del siglo xx, cuando parecía que ante la globalización y el predominio de los grandes conglomerados editoriales nada se podría hacer, emergieron como hongos, por todo el mundo, proyectos editoriales que comenzaron a denominarse “independientes”. Se trataba de un fenómeno complejo, difícil de englobar en un término certero. Algunos retomaron las tecnologías en extinción, como los tipos móviles, el linotipo y la prensa plana, la encuadernación manual europea o japonesa y los tirajes pequeños. Otros se basaron en la impresión offset, cuyos precios bajaban; algunos más iniciaron actividades o migraron a las nuevas tecnologías emergentes, como la digital, que permitía la producción de libros en tirajes cortos, variables. Ya no se trataba de proyectos basados en grandes capitales en búsqueda de la maximización de sus ganancias. Generalmente, eran proyectos personales impulsados por el gusto por los libros en general, o por un proyecto en particular (personal, las más de las veces). Ante la ausencia de profesionalización de quien asumía la labor editora, las cosas se hacían intuitivamente. El resultado era previsible: así como surgían, desaparecían los proyectos. No estaban destinados a brindar un sustento económico al editor. No tenían una visión a largo plazo. Tenían que ver más con una especie de pasión creativa, personal: publicar por gusto. Como quien pinta por pintar, esculpe por esculpir, escribe por una necesidad de dar cauce a su ímpetu creativo.

También surgieron proyectos editoriales encabezados por profesionales de la edición que buscaban una identidad alejada del mainstream que, por lo tanto, representaban genuinas opciones a las ofertas “bestsellerizadas” de la industria. Hubo otros intentos de gran importancia que deseaban romper las ataduras dictatoriales en diversos países, como España ante la dictadura de Franco (Anagrama es un ejemplo). Así, poco a poco, el mundo se pobló de nuevas opciones. Los que defendían la libertad de expresión, más que la bibliodiversidad, en algunos casos persistieron, crecieron y se mantuvieron. Pero la bandera libertaria desapareció como razón de ser para muchos, conforme se establecieron las libertades en Europa y América Latina, por ejemplo. El enemigo natural dejó de serlo. Ahora tenían que luchar por prevalecer ante el mercado “bestsellerizado”.

En no pocos países los gobiernos impulsaron, paulatinamente, políticas de apoyo a proyectos editoriales. En algunos de ellos, las editoriales “independientes”, sobre todo las emergentes, se convirtieron en genuinos zánganos del presupuesto, pero las más articularon proyectos alternos que dieron a conocer voces que, de otra manera, jamás habrían emergido. Por lo tanto, las editoriales y los proyectos editoriales independientes (porque algunas fueron y son editoriales, y otros sólo proyectos) surgieron como genuina esperanza de una bibliodiversidad renovada y complementada con numerosas otras voces que, de no ser así, hubieran permanecido calladas.

No obstante, enfrentaron y siguen enfrentando —y muchas veces tratan de emular— un mercado creado a imagen y semejanza de las grandes editoriales, de los grandes conglomerados, de la “bestsellerización” del mercado.

 

4.     Los “teólogos” del libro independiente, del libro con soporte en papel…

Surgieron así los panegiristas de las editoriales “independientes” y del soporte en papel del libro; alabadores de todo lo que oliera a “independiente”, pero en ese mundillo de las falsas ilusiones se cocinaba y se cocina de todo. Libros de excelentes autores maravillosamente producidos con el cuidado del editor artesanal que mira cada detalle, así como esperpentos con una pasmosa carencia de los más elementales conocimientos del oficio. Es verdad que más vale poder leer lo que a uno le interesa por precarias que sean las condiciones de la publicación, pero otra cosa es aprovechar una carencia para arrojar a quien tiene hambre de conocimiento un bodrio, producto, más que nada, de la ignorancia. La edición independiente surgió como alternativa ante el empobrecimiento de la oferta editorial por parte del mercado globalizado. Pero hay que saber discernir entre lo que es resultado del buen oficio, de lo que simplemente es fruto del oportunismo mercantil.

Las críticas, en un inicio, se centraron en las grandes editoriales. Parecía que emergía un frente común contra una práctica comercial universal, pero eso no llevaba a nada. Criticar al contrincante, al competidor, en el terreno comercial, no implicaba que éste cediera parte del mercado. Las reglas son otras. De tal suerte que, poco a poco, los “otros” editores, algunos al menos, comenzaron a percatarse de que, más que criticar al contrario, era necesario crear alternativas comercialmente viables.

 

5.     La distribución y venta: la gran barrera para la bibliodiversificación

Como decíamos, el circuito comercial fue organizado en función de los intereses de las grandes editoriales, que a la postre se convirtieron en necesidades de los propios libreros. Un libro que no llega al lector carece enteramente de valor cultural, o al menos no cumple su cometido, así se trate de un libro de artista con un tiraje de ejemplar único. De este modo, los editores independientes enfrentaron su principal e irresoluble reto: entrar con sus “longsellers”, es decir, libros de lenta y a veces difícil venta, a un circuito comercial diseñado para grandes tirajes y libros de venta fácil y rápida, es decir, los bestsellers. Los libros de las grandes editoriales están diseñados de pe a pa para eso. Son cuidadosamente seleccionados no tanto en función de sus valores literarios, sino mercantiles. Eso no quita que se publiquen excelentes obras. Pero infinidad de textos de igual o mayor valía no es considerada. No todos pueden, a fin de cuentas, gozar del beneplácito, la difusión y mercantilización de los grandes.

Hoy en día, la industria editorial, la gran industria editorial, está indisolublemente ligada a un enorme aparato de mercadotecnia basado en los medios masivos de información (tv, radio, periódicos, revistas, etc.). Las ediciones independientes carecen de esa capacidad de difusión. Las librerías, que dependen de sus ventas, que a su vez dependen de esa difusión, se arriesgan cada vez menos. Destinan sus espacios a lo que les asegura ventas y, por lo tanto, ganancias. Se abren así a las ofertas de los grandes conglomerados. Se cierran a las propuestas marginales. Y si abren espacios a estas últimas, lo hacen para aparentar diversidad de oferta. El editor independiente, en  general, recibe su mercancía de regreso con poca o sin venta alguna, y muchas veces no recibe pago ni siquiera cuando algo de su oferta se vendió.

De eso se desprende que una propuesta realmente independiente tiene que ser integral e incluir no sólo la selección de sus autores y la definición de su estrategia editorial, sino también comercial. En países como México, donde la cantidad de librerías decrece proporcionalmente al aumento de su población, llegar a las pocas que todavía existen supone un enorme esfuerzo comercial. Si una población de más de 100 millones sólo cuenta con menos de un millar de puntos de venta, distribuidos a lo largo de casi dos millones de kilómetros cuadrados, podemos imaginar que una editorial independiente difícilmente llegará a cubrir el escenario.

Por otro lado, y como ejemplo de esto, se sabe (intuye) que hay varios miles de amantes de la poesía entre esos más de cien millones de habitantes en México, ¿cómo llegar a ellos? Quienes convocan a concursos de poesía se sorprenden cuando reciben miles de propuestas, pues a duras penas venden un centenar de libros. ¿Realmente hay más escritores o poetas que lectores? ¿Cómo superar la dispersión? ¿No hay otra forma más que llenar las librerías, los centros comerciales, los Sanborns, de ejemplares, cueste lo que cueste, y vender esos 1 000 que sabemos se desplazarán, pese a que, para lograrlo, tendremos que distribuir 5 000 y asumir la devolución de 4 000 o más y, por lo tanto, las pérdidas?

Hay, sin duda, opciones. Algunos han explorado novedosas formas de comercializar sus libros con mayor o menor éxito, pero al menos en un país como México, donde el gobierno no ha comprendido el valor tanto de la cultura en general como de la industria editorial en particular, el editor navega a la deriva con pocas posibilidades de hacer de su proyecto una empresa rentable y viable.

 

6.     Las dimensiones físicas del libro con soporte en papel convertidas en principal peligro para su subsistencia

Conforme evolucionó la industria editorial, las características físicas del libro con soporte en papel se fueron convirtiendo en el principal enemigo para su distribución. En países como México, excepto algunas librerías grandes que pueden albergar decenas de miles de títulos, la mayor parte de los puntos de venta son relativamente pequeños, con capacidad de albergar unos cuantos cientos o pocos miles de títulos a la vez. Eso hace que tengan que ser muy selectivos en cuanto a lo que aceptan exhibir. Los libreros subsisten con dificultad. Cada centímetro cuadrado de los espacios de que disponen les cuesta. Por eso no puede reprochárseles que no incorporen a sus existencias cuanto libro se les ofrece a consignación. Eso reduce las posibilidades de venta de infinidad de títulos y empobrece la bibliodiversidad. El lector, al acudir a una librería, encuentra una oferta muy filtrada. Primero, por las decisiones del editor, que también es comercialmente muy selectivo cuando define su línea editorial y los libros que producirá. Luego, por el librero, que sólo incorpora una pequeña parte de lo que le ofrece el editor, dadas las limitaciones físicas de su librería. Para ilustrar nuestro pesimismo, la unesco registra un total de 1 004 725 títulos publicados en 78 países en un solo año, partiendo del registro disponible entre 1990 y 2005. En ese año, en Inglaterra se publicaron 206 000 títulos, y en Estados Unidos, 172 000. Entre enero y abril de 2009 ya habían sido publicados 289 000 nuevos títulos. Y podemos suponer una cantidad igual o incluso mayor de títulos no registrados. ¿Dónde y cómo albergar semejante riqueza científica, técnica y literaria? ¿Cómo tener acceso a ella? Y eso que sólo mencionamos estadísticas de lo “medible”, de las que escapa el inmenso universo de las publicaciones independientes y de los libros de autor, que no entran en la lógica del ISBN.

Para darnos una idea del problema, tomemos como ejemplo la Feria Internacional del Libro en Frankfurt, donde en 2009 se exhibieron más de 400 000 títulos, de los cuales 123 000 fueron nuevas ediciones. Si suponemos un ancho de lomo promedio de tan sólo 2 cm, los 400 000 libros requieren de 8 000 metros lineales de espacio de exhibición, 8 km, y las 123 000 novedades, 2 460 metros, casi 2.5 km. Y estamos considerando sólo los lomos. Si quisiéramos exhibir las portadas y partiéramos sólo de un tamaño promedio, media carta, es decir, de 13.5 cm, estaríamos hablando de 54 km de espacio de exhibición. Y ésta es sólo una fracción de los libros “vivos”. Evidentemente, no hay manera, excepto en esas grandes ferias, de exhibir la bibliodiversidad de la industria comercial. En México, en el año 2010, las editoriales independientes realizaron una pequeña feria del libro auspiciada por el Fondo de Cultura Económica. Sólo participaron 50 sellos que exhibieron más de 1 500 títulos. Y ésa es sólo una fracción de lo producido. Por supuesto, fuera de estas ferias esporádicas, los libros independientes no tienen dónde exhibirse ni venderse en su totalidad. Ninguna librería incorporaría el acervo completo de estas editoriales. El libro con soporte en papel se ha convertido en una limitante para la bibliodiversidad.

 

7.     La bibliodiversidad como derecho humano: el romanticismo absurdo que hace apegarse al soporte en papel y condena a la bibliomiseria

El libro con soporte en papel tiene una larga trayectoria, lo que hace entendible que la mayor parte de los lectores lo considere “insustituible”. Pero, por otro lado, está una gran industria con enormes intereses comerciales en juego. Las opciones de nuevos soportes emergieron hace relativamente poco, y sus limitaciones iniciales eran evidentes. Sin embargo, la tecnología avanzó a pasos muy acelerados, y lo que hasta hace unos años era impensable, de pronto emergió como una verdadera opción para superar las barreras impuestas a la bibliodiversidad. No sólo la existencia de una internet cada vez más extendida, sino también el surgimiento de más puntos de conexión tanto alámbricos como inalámbricos permitieron prever un cambio fundamental en el mundo del libro y la lectura y, en general, en la transmisión de contenidos. Pero a ello se sumó la gigantesca red de teléfonos celulares y la transformación de éstos en dispositivos “inteligentes” con muchas capacidades que van más allá de la simple llamada o el envío de mensajes escritos, así como los nuevos dispositivos de lectura, particularmente el Kindl y el iPad. El cosmos de la palabra escrita y de la imagen cambió casi de la noche a la mañana. El libro electrónico pensado ya como contenido dotado de un contenedor igual de ligero y transportable que el libro con soporte de papel pasó de ficción a realidad en tan solo unos años.

No obstante, el conservadurismo editorial, por un lado, y la criminal miopía gubernamental, por el otro, han impedido que las inmensas posibilidades que emanan de las nuevas tecnologías sean adecuadamente aprovechadas. La bibliodiversidad debería ser considerada un derecho humano fundamental. El apego al libro con soporte en papel condena a millones a la bibliopobreza, y a los países de bajo desarrollo, al retraso. Hoy en día, el conocimiento es un capital humano fundamental, y también un capital nacional y universal. Los países que no lo comprendan estarán condenados al subdesarrollo intelectual y a su transformación en entes subsidiarios de quienes hayan entendido a tiempo la necesidad de impulsar radicales cambios en la administración y diversificación de la cultura, viendo el libro, y por lo tanto la bibliodiversidad, como parte fundamental de ella.

 

8.     Las nuevas tecnologías y el surgimiento de una biblioteca universal con base en el libro electrónico

Mientras arreciaba la discusión sobre la viabilidad del nuevo soporte electrónico, algunos pusieron manos a la obra. Las iniciativas pioneras, como la biblioteca digital Gutenberg, dejaban intuir ya los alcances del nuevo soporte. Los estudiantes, ávidos de conocimiento, buscaban la información que necesitaban independientemente del soporte. Google, con gran visión del futuro, inició su megaproyecto de digitalización del acervo universal con medidas muy polémicas, cuyos alcances y repercusiones aún no se vislumbran por completo. Los grandes conglomerados editoriales, más enfocados al negocio, comprendieron finalmente el cambio inminente e iniciaron una labor titánica de conversión de sus acervos al formato electrónico, mientras sus envejecidos directivos de niveles medios y bajos seguían aferrados a la defensa a ultranza del soporte en papel. De esta suerte, Amazon lanzó su Kindl al mercado dotado de una gran oferta de títulos, base de su éxito junto con otras características, como una moderna gestión de derechos de autor (drm) y una conexión inalámbrica continua a la red, lo que permite la adquisición de libros desde cualquier lugar sin necesidad de contratar un servicio especial. Las bases sobre las que se centra la discusión son hoy, en 2010, diferentes de que las que teníamos dos años atrás. Aparentemente nos acercamos a un escenario en el que la bibliodiversidad podría darse finalmente. Pero no todo es miel sobre hojuelas.

 

9.     La universalización de la conectividad como eje central de la democratización de la lectura

En un principio, cuando la conectividad a la red era lenta y cara, la miopía e ignorancia de las leyes que les son inherentes a los avances tecnológicos (como la progresión geométrica de sus capacidades y alcances) hacían que muchos negaran la posibilidad de la proliferación del uso de internet. Poco a poco, sin embargo, en algunos países más rápido que en otros, la velocidad de conexión fue aumentando y también la comprensión de la importancia de ofrecerla, incluso gratuitamente. Mientras que en un inicio, digamos 15 años atrás, montar una red de voz y datos en una empresa era caro, hoy su costo ya no es significativo. Eso ha conducido a que algunos gobiernos incluso estén creando o ampliando las redes gratuitas de conectividad a internet en parques y lugares públicos. Lo mismo hacen las entidades privadas, como hoteles y restaurantes, que ofrecen una conexión gratuita. Esa capacidad de conexión está pasando de ser un privilegio de unos pocos, a convertirse en una verdadera necesidad. Habrá que trabajar para que esa conectividad no sólo se dé en las grandes ciudades, sino también en los poblados, sobre todo aquéllos alejados de las urbes. Un elemento básico contribuirá a ello: la migración de la televisión tradicional a la televisión digital y, con esto, a la combinación de conexión a la red televisiva y a internet, o a una televisión interactiva, como ya ocurre, y cuyo desarrollo a gran escala está previsto. Quizá peco de optimista, pero pronto veremos cómo esa necesidad se convertirá seguramente en un derecho. No sólo porque ya los negocios no se comprenden sin el uso intensivo de la red, sino también porque es requisito para democratizar el conocimiento y la cultura y, por lo tanto, para lograr no sólo la bibliodiversidad, sino también el acceso a ella. Claro, la “democratización” seria no va de la mano de los propósitos de muchos gobiernos, en particular no de los totalitarios. Pero en la medida en que internet se está convirtiendo cada vez más en vehículo imprescindible para la comercialización de bienes y servicios, la propia economía empujará la modernización de la infraestructura de comunicación y, con ello, el acceso universal a la red. No por afán democratizador, sino meramente comercial. Quizás en este caso uno y otro irán de la mano.

 

10. El abaratamiento de los dispositivos de lectura

A la par de la extensión de la red de conexión, se está dando ya un abaratamiento espectacular de los dispositivos de conexión y lectura. Los teléfonos celulares dieron la pauta. Sus precios han bajado espectacularmente, pero también los dispositivos de lectura lo han hecho. Hoy, un Kindl cuesta menos de la mitad que hace sólo un año, y el abaratamiento de las tablets tipo iPad es previsible. Los iPhone que en México costaban casi mil dólares hace un año, hoy los “regalan” al contratar cualquier plan de telefonía. También las televisiones, algunas de las cuales ya cuentan con conexión a internet, y las computadoras han ido bajando de precio. Recordemos lo que sucedió con las calculadoras de bolsillo. De ser muy caras en un inicio, acabaron siendo extremadamente baratas. Eso mismo pasará, inevitablemente, con los dispositivos de lectura. Con eso se están dando las tres condiciones básicas para el cambio que puede llevar de la bibliopobreza a la bibliodiversidad: la existencia de libros digitales, que ya se cuentan por millones, la ampliación y abaratamiento cada vez mayor de la cobertura y acceso a internet alámbrico e inalámbrico, y la popularización y abaratamiento gradual, pero veloz de los dispositivos de lectura. Para completar, ya hay nuevos dispositivos de lectura que funcionan con energía solar, de manera que incluso el impedimento representado por la necesidad de conexión eléctrica o duración de la batería irá desapareciendo.

 

11. Una nueva generación de lectores: los nativos digitales

Hasta aquí hemos analizado los factores técnicos, tecnológicos y comerciales del problema. Sin embargo, hay un elemento que viene a rematar la reflexión: la transfiguración del lector y, por lo tanto, de la lectura en las nuevas generaciones. En el pasado reciente hablábamos de que tanto la aceptación como el rechazo de las nuevas tecnologías era una cuestión meramente generacional. Es decir, que quienes habían nacido y crecido en contacto con los nuevos dispositivos electrónicos los aceptarían con mayor facilidad, mientras que, quienes habían crecido con las publicaciones con soporte en papel tendrían mayores dificultades para adaptarse a los nuevos recursos. Sin embargo, nuevas investigaciones indican que no se trata sólo de que las nuevas generaciones tengan una mayor capacidad para aceptar las nuevas tecnologías —y particularmente los nuevos dispositivos— por su familiaridad con ellos, sino que incluso sus procesos mentales, sus conexiones neuronales, han tenido transformaciones sustantivas, al grado de que ya se habla de los nacidos a partir de los años ochenta como “nativos digitales”, a diferencia del resto de nosotros, a quienes las nuevas tecnologías nos llegaron con nuestros cerebros ya maduros y que, por ende, somos considerados “inmigrantes digitales”. Es imperioso comprenderlo para entender que no podemos abordar el tema de la bibliodiversidad haciendo caso omiso de esto. ¿Por qué? Porque la nueva generación de nativos digitales procesa la información de manera distinta que los inmigrantes digitales. Y hablamos apenas de la primera generación. Es previsible que dichos cambios generen mutaciones en el adn que se transmitan de una generación a otra. Las implicaciones de esto sólo las podemos intuir, pero no podemos establecer estrategias para la bibliodiversidad partiendo sólo de los mismos trillados elementos que hemos manejado hasta ahora.

Nos enfrentamos a un panorama de enorme complejidad, ya que estamos en un proceso de transición en el que hay una gran diversidad de lectores y no lectores de distintas generaciones y capacidades. No cabe duda de que hay que atender los requerimientos de todos, por complejo que parezca. Pero nuestra atención debería estar, desde ahora, orientada a la satisfacción de las necesidades de las nuevas generaciones. Crear “soluciones” para generaciones que “van de salida” y que pronto serán obsoletas, habla de una gran miopía estratégica. Como hemos visto, crear condiciones para una genuina bibliodiversidad es poco menos que imposible si pretendemos que ésta ocurra basada en el libro con soporte en papel. Haríamos mejor si enfocamos nuestros esfuerzos en: a) capacitar a las nuevas generaciones de “nativos digitales” para que hagan uso de las enormes ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías, b) impulsar una labor sistemática de investigación científica que nos dé luz sobre lo que está aconteciendo y nos permita trabajar en los diversos niveles (sociológicos, políticos, económicos, culturales, educativos, etc.), con miras a adecuar la educación y formación cultural de manera que responda a las nuevas características y capacidades, inéditas, de los “nativos digitales”, y c) educar a los “inmigrantes digitales” para que aprendan el uso de las nuevas tecnologías y les saquen el mayor provecho posible.

Pronto, el quehacer editorial ya no será lo mismo ni toda la cadena del libro. Con el cambio, con la transfiguración del lector y la lectura, los autores trabajarán de manera distinta e irán produciendo obras que se adaptarán a los nuevos medios. Con eso, los editores tendrán que adaptarse y transfigurarse.

 

12. La época de la transición hacia un mundo digital: complejidades y oportunidades

Al tratarse de una época de transición, enfrentamos una paradoja fundamental: son aún los “inmigrantes digitales” quienes tienen el poder en sus manos, y éstos todavía no comprenden cabalmente lo que sucede con las nuevas generaciones. Es más, en buena medida no tienen la capacidad de hacerlo. Por eso se aferran a las fórmulas que funcionan para sí mismos, critican los hábitos de los “nativos” y los abordan como si fueran “enfermos” y no como seres con otras capacidades que hay que saber aprovechar. Pero estamos a sólo 10 años, quizá, de que las cosas cambien de manos, si no es que ya está sucediendo. Lamentablemente, las capacidades multitarea de estos nuevos cerebros digitales están siendo desaprovechadas, y los editores de hoy, que no serán los editores del mañana, centran su atención en quejarse de las condiciones que prevalecen y que no permiten una diversificación del mercado del libro con soporte en papel. Ciertamente, no podemos evadir esa tarea: hoy por hoy, el libro con soporte en papel es el que prevalece y el que genera la mayor parte del negocio, aunque esto esté cambiando. Los editores independientes que usan procesos tradicionales de producción son quienes más sufren, y quizá quienes más amenazados están ante el cambio, si bien, por sus características, podrían adaptarse con relativa facilidad a las nuevas condiciones. Pero hay un mundo de oportunidades que se abren gracias, precisamente, a las nuevas tecnologías.

Hasta ahora, el lector no tenía otra posibilidad más que leer los libros según las decisiones (muchas veces erróneas) de quien tuvo en sus manos el diseño. Los libros con tipografía muy pequeña, una elección de familia tipográfica inadecuada, y una interlínea apretada son comunes. Y en el mundo se ha confundido a quien tiene discapacidad visual con un “no lector”. ¿Cuántos no han dejado la lectura no porque no les interese sino porque les resulta tan cansada que terminan por abandonarla? Las investigaciones en el terreno de la “lectotipografía” (Lesetypographie) son pocas, y la incursión en el mundo digital, así como abre puertas presenta un sinfín de retos. Bibliodiversidad no sólo es existencia de títulos, sino también acceso a ellos y facilidad de lectura. En ese sentido, los libros que incluyen la lectura humana o robótica en voz alta, adicional a la capacidad de incrementar el tamaño de la tipografía, representan un avance significativo en el terreno de la facilidad de lectura.

 

13. ¿Es imprescindible el editor?

El mundo de los blogs, la facilidad de subir textos a la red, los programas cada vez más sofisticados que permiten fácilmente darle formato a los textos, las nuevas políticas de algunas empresas, como Amazon por ejemplo, que invitan a subir ya no sólo libros, sino también documentos sueltos, hacen florecer la pregunta: ¿será imprescindible el editor en el futuro? A esto hay dos respuestas: sí y no. Sin lugar a dudas, fluirán cada vez más textos libremente, sin un editor de por medio, como ya sucede. De hecho, son previsibles dos movimientos antagónicos: el que detenta, defiende y se beneficia económicamente de los derechos de autor, y el que los trasgrede, ya sea creando sin afanes de lucro, de manera personal o colectiva, o el que por la vía de la “piratería” se apropia y difunde obras protegidas legalmente. Hay una larga discusión sobre si deben o no persistir los derechos de autor. De hecho, su defensa pareciera atentar, desde algunos puntos de vista, contra la bibliodiversidad, al limitar el libre flujo de información. No obstante, podemos esperar que, al pasar del soporte en papel al electrónico, el libro se abaratará progresivamente, pues sus oportunidades de venta aumentarán al llegar a un público más amplio; un precio menor lo hará más accesible y crecerá la posibilidad de que lo compre un público más amplio.

Por otro lado, nos acercamos a la transmutación de una obra hacia lo que se conoce como “ciberliteratura”, es decir, piezas multimedia cuya complejidad de producción irá en aumento en la medida en que se le integren nuevos elementos, como música, foto y video, así como la capacidad de interactuar, de intervenir en diversos aspectos de la obra. Mientras podemos prever que la producción de obras con simple texto lineal se simplificará cada vez más, las otras, las multimedia, requerirán de un editor que quizá se parecerá cada vez más a un director de películas, en las que son muchos los que intervienen en su creación.

Como decíamos antes, es probable que la función editora, con el tiempo, cambie radicalmente de manos, y que las editoriales como las conocemos habrán desaparecido o habrán sido compradas por otras empresas, precisamente aquellas que detentan hoy el poder sobre los medios de comunicación, incluida, por supuesto, la internet. Pero, por el otro lado, la tecnología nos depara aún tantas cosas en el futuro inmediato, que también podemos imaginar que, así como hoy infinidad de individuos crea libremente aplicaciones que van de sencillas a relativamente complejas para diversos dispositivos (como el iPad, el iPhone, la iPod, etc.), pronto también generarán “libros multimedia” (ciberliteratura) de gran interés y éxito comercial con herramientas cada vez más simples de usar.

 

14. La profesionalización del editor en la época de la transición

Lo que es seguro es que los editores de hoy tienen que profesionalizarse con urgencia. Hay algunos que ya no podrán engancharse en esta nueva era digital. Hay nuevas generaciones de editores en proceso de formación que están emergiendo de diplomados o maestrías y, quizá, en un futuro próximo, en países hasta ahora atrasados en ese terreno, incluso de licenciaturas. Esos editores tienen que mirar, sobre todo, hacia el futuro inmediato, pues generalmente los estudios que están cursando parten de una premisa falsa: la perdurabilidad, per secula seculorum, del libro con soporte en papel. Hoy, el editor debe estar preparado para hacerle frente a los retos tradicionales del mercado “bestsellerizado” descrito al inicio, y a la transición a la digitalización del mercado, y a la exploración y competencia una vez incorporado de lleno a él. Producir la obra y llevarla al “estante”, a la librería virtual, ya no será el problema, sino competir desde un punto de vista mercadotécnico entre millones de otras obras. La bibliodiversificación enfrentará a editores y autores al reto de destacar para vender o, simplemente, darse a conocer. Desarrollar los programas de capacitación para un futuro aún incierto es todo un reto. No obstante, quienes, a fin de cuentas, moldearán y se moverán en ese mercado serán, sin lugar a dudas, los mismos nativos digitales.

 

15. A manera de conclusión…

La industria editorial, en general, y las editoriales independientes, en particular, enfrentan una situación sumamente compleja. Mientras hoy sigue prevaleciendo el mercado dominado por unos cuantos conglomerados editoriales, por otro lado hay una expansión inédita de las nuevas empresas que dominan internet y se han ido apropiando de los diversos medios de comunicación y generación de contenidos. Es previsible que sigan comprando las empresas editoriales que aún no pertenecen a sus consorcios, con lo que la industria editorial cambiará de manos. Con eso continuará el proceso encaminado a la digitalización de los acervos y a la transformación del libro en uno más de los recursos digitales a su servicio. Todo esto pareciera indicar, sin embargo, que la bibliodiversidad se verá beneficiada, si bien preocupa el enorme poder que se está concentrando nuevamente en pocas manos. Las editoriales independientes perderán banderas, pero ganarán espacios y oportunidades. El reto ahora es que se logre impulsar la expansión de la red de conectividad y el uso de los dispositivos digitales multitarea y de lectura. Habrá que redefinir la función de los que hoy están involucrados en el quehacer editorial. Por otro lado, las decisiones gubernamentales de incentivo o desaceleración de este proceso serán cruciales para definir el grado de competitividad de los países en esta nueva carrera. También viviremos batallas en las que la censura totalitaria tratará de cerrar los ductos de información, como ya ha sucedido en países como China y Cuba. En este proceso, los guerrilleros de la libertad de expresión cobrarán cada vez más importancia ante las tendencias hipócritamente moralistas de algunos de los principales dueños de los medios, como Google, Facebook y otros. Quizá viviremos en los próximos años una etapa de libertad y bibliodiversidad nunca antes vista en la historia de la humanidad, pero también seremos testigos de grandes debates en torno a la libertad de expresión y del flujo indiscriminado de la información ante previsibles medidas que tomarán algunos gobiernos o empresas para controlar la información. Dará gusto vivir lo uno, y terror lo otro.

 

Noviembre 2010

*azh/7-11-2010