Derecho de autor en el ámbito editorial

AZ 3 de septiembre 2013

Alejandro Zenker, Cuarto Seminario Multidisciplinario: El derecho de autor en el ámbito editorial

Si bien el tema de los derechos de autor pareciera corresponder única y exclusivamente al ámbito legal (la teoría), en la práctica cotidiana hay muchos “asegunes” que lo desafían. Sin lugar a dudas, hay editoriales que se atienen lo más que pueden a lo que las legislaciones establecen, pero hay otras tantas que se pasan las leyes por el arco del triunfo porque simple y sencillamente les es imposible acatarlas. Y es que las leyes, así como protegen a quienes poseen* los derechos de autor, también son terriblemente castrantes. Me atrevo a aventurar que si todos los que publican se atuvieran a lo que las leyes establecen, nuestro entorno cultural se empobrecería enormemente. Esto es aún más válido en la medida en que nos encontramos en una época de transición entre el soporte papel y el electrónico por un lado, y el florecimiento de obras destinadas al entorno digital por el otro.

Las leyes generalmente son redactadas con los ojos en la nuca. Quienes legislan miran hacia atrás, porque es el único referente que tienen, el pasado, sin considerar que nos encontramos en una época de rápidos cambios que exigen adecuaciones veloces que no pueden atender.  La realidad, la práctica, rebasa en ese sentido a la teoría, a las leyes. Podríamos hacer una analogía con lo que sucede en el terreno de la lengua. Tenemos academias, como la de la lengua española, que pretenden determinar lo que es correcto y lo que es incorrecto. Desde un punto de vista pedagógico, tener un referente conceptual, un corpus limitado al que podamos remitirnos es, sin duda, necesario. De allí el axioma según el cual, si uno pretende romper las reglas, primero deberá conocerlas, dominarlas. Pasa lo mismo en el terreno poético. Antes de lanzarse a escribir poemas en verso libre, el que se pretenda poeta debería dominar las reglas básicas de la poesía. Sin embargo, en la vida real rompemos a diario las reglas tanto de lo que establece en nuestro caso la Real Academia Española, como las poéticas. La diferencia es que en estos casos no vamos a dar a la cárcel. En cambio, romper las reglas que dictan los legisladores en materia de derechos de autor sí nos puede sacar de circulación por un buen rato.

 

Ahondar un poco en el ejemplo de la lengua nos puede aclarar más la idea que quiero exponer. Google, en colaboración con diversas instituciones académicas, desarrolló un interesante proyecto de investigación cuyos resultados preliminares dio a conocer en el año 2000. Además de referirnos que hasta entonces la humanidad había producido cerca de 130 millones de libros, de los cuales Google ya había digitalizado 15 millones con 5 de los cuales creó un inmenso corpus lingüístico, nos arrojó datos significativos.

El corpus en el año 1500 era de tan sólo unos cientos de miles de palabras. Para 1800 creció a 60 millones, para 1900 a 1.4 mil millones y para el 2000 a más de 8 mil millones. Esto se refleja en el vertiginoso crecimiento del léxico. En inglés, que es la lengua que más datos arroja, en 1900 el léxico sumaba 544 000 palabras. Para 1950 subió a 597 000 y para el 2000 ya arrojaba más de un millón de palabras. Estamos hablando de un aumento anual de unas 8,500 palabras, o un incremento de 70% del léxico en 50 años. Como podremos imaginar, a partir de la propagación del uso de Internet el léxico ha aumentado enormemente en los últimos 12 años. Todo intento de normar el uso de ese léxico es imposible. Ningún diccionario ha podido compendiar ese corpus. La edición 2002 del Webster incluía 348 000 vocablos, y el American Heritage Dictionary 116 161 palabras. Aun si eliminamos palabras compuestas y nombres propios, la brecha entre los registros “oficiales” y la lengua viva (el corpus de Google) es enorme. Hoy, muchos teóricos de la lengua no pretenden ya que se regule el uso del idioma o que se definan los vocablos emergentes: se conforman con que se registre lo que está sucediendo.

 

¿A qué nos lleva todo esto? A crear un símil entre el desarrollo de la lengua y la evolución del entorno en el que los editores y los editados, es decir, los autores, nos movemos. Podríamos decir que los legisladores se han convertido en una especie de Real Academia que pretende regular el uso de las obras. Sin embargo, al igual que en el caso de la lengua, los alcances de esa regulación no abarca y “protege” sino a una muy pequeña porción de creadores. La mayor parte de quienes hoy en día generan contenidos, sin entrar en una discusión sobre la calidad de los mismos, no tienen cabida en el marco de la actual legislación sobre derechos de autor. Si nos rigiéramos por las normas de las reales academias, las lenguas se empobrecerían enormemente. De igual manera, si todos se rigieran rigurosamente por las leyes de derechos de autor vigentes, la bibliodiversidad se vería tremendamente empobrecida.

 

Si regresamos a la práctica editorial actual, las leyes vigentes constituirían un freno para la creatividad si se acataran en todos los ámbitos. Lo cierto es que no se acatan ni se acatarán. Por ejemplo: es uso común en muchas editoriales la publicación de obras sin contar con un contrato. Durante mucho tiempo, infinidad de editoriales partían de la buena fe para establecer una relación editor-autor. Esto se da, sobre todo, en el marco de las llamadas editoriales independientes, es decir, pequeñas editoriales que impulsan sus proyectos motivadas más por su entusiasmo y vocación, que por la búsqueda de un beneficio económico. Infinidad de autores no perciben regalía alguna. Se conforman con obtener unos ejemplares de la publicación. Y es que muchas ediciones de ese entorno independiente nacen sin posibilidad alguna de ser rentables. Otras ediciones que escapan a toda legislación, o que al menos no la toman en cuenta, son las llamadas “de autor”, es decir, las que el mismo autor financia. Podríamos pensar que ese ámbito no debería preocuparnos mayormente, pues se trata aparentemente de un espacio marginal. Pero no lo es. Gran parte de los contenidos los generan hoy los usuarios a través de blogs y redes sociales como Facebook y Twitter. ¿Debe esto preocupar a los legisladores? En mi opinión sí, porque representan ese futuro muy próximo hacia el cual la industria editorial se dirige. En un estudio realizado y publicado por Rooter por encargo de Google en 2011, se analizó el futuro del derecho de autor y los contenidos generados por los usuarios en la web 2.0. Entre otras muchas cosas afirman lo siguiente:

 

“La figura del usuario de la sociedad de la información ha ido cobrando, progresivamente, una importancia creciente. El usuario siempre ha gozado de un papel central, pero más pasivo, en cuanto a que a él se han destinado habitualmente los servicios, las comunicaciones comerciales o los contenidos transmitidos o compartidos por vía electrónica. Su participación en la generación de información o de contenidos no era tomada apenas en consideración. Fue con la posterior aparición de los foros, de las redes sociales, de las plataformas participativas de contenidos, del entorno de Web 2.0 en general, cuando la participación del usuario ha ido incrementando su trascendencia. Ahora el usuario ostenta una postura muy activa, participativa y relevante en el entorno digital. Aun careciendo de la cobertura total de la normativa vigente en materia de propiedad intelectual, la actividad creadora de los usuarios en el ámbito digital ha provocado el florecimiento de nueva obras y una mayor difusión de las preexistentes por vías y con impacto impensables hace dos décadas. Éste sería el caso de una persona que, desde su casa, utiliza una canción ajena para grabar un video paródico en el que sale él mismo. Esta nueva creación tiene, además, con el desarrollo de las redes sociales y de las páginas web que permiten compartir videos, un grado de difusión entre el público que hace unos años no se podía ni imaginar.”

 

Con miras al futuro próximo… ¿qué significa? Que las obras que las editoriales subirán a la red serán enriquecidas con la contribución de los usuarios. Ese mismo estudio da este ejemplo:

 

“Cualquier persona puede utilizar fragmentos de películas que ha adquirido previamente,  para elaborar su propia grabación audiovisual y compartirla con terceros, sin fines  lucrativos y sin otra ayuda que un programa de ordenador y una conexión a Internet.  Los contenidos generados por esos y otros procedimientos pueden ser creaciones nuevas  de un usuario o transformaciones de obras de terceros que generan nuevas obras.  En todo caso, este proceso de “democratización” en el proceso creador, fomenta la creatividad  e incide positivamente en la riqueza cultural a través del hecho de que cualquier  persona, a un bajo coste y sin necesidad de utilizar muchos recursos técnicos, pueda crear  un contenido y compartirlo en poco tiempo con todo el mundo.”

 

Creo, sinceramente, que es imposible frenar la apropiación que hacen los usuarios de los contenidos para, a partir de ello, generar nuevas obras. Pronto los libros, todos, estarán en internet. Los editores “visionarios” vincularán los lectores a las obras no sólo mediante la incorporación de simples comentarios al pie, sino incitándolos a jugar con las tramas. ¿Cómo te habría gustado ver el desenlace en este capítulo? ¿El villano no es quizás una víctima de sus circunstancias? Reescribe el desenlace. En fin. Quien no involucre al usuario 2.0 y 3.0 y lo que venga, quien no le permita reciclar la obra, estará fuera de mercado. Con eso, las leyes que hoy protegen lo estático, pondrán al universo en la ilegalidad, y a la industria editorial en quiebra.

 

Ayer por la noche publiqué una nota sobre mi participación en este Seminario en mi perfil de Facebook. Entre los comentarios recibidos destaco este, de Adrián Leverkühn:

 

“¿Existiría el Fausto de Goethe o de Marlowe si las ideas fueran propiedad de alguien, o el Tristán de Gottfried, o la Antígona de Sófocles? La sociedad occidental está basada en el plagio, nuestros mitos son constantes reelaboraciones de los mismos principios, de las mismas historias; una y otra vez regresamos a aquellos focos oscuros en que descubrimos la esencia de nuestra naturaleza. Nada ha sido inventado realmente, ni nada ha sido descubierto; incluso el científico más brillante es dominado por fuerzas creativas que le son ajenas, el que intente olvidarlo sólo es muestra de la enajenación de una época, no de su capacidad de autogestación. Así pues, las posesiones nos arrastran al profundo universo de los muertos, las ideas decaen en la rigidez de un sistema que nos limita, el mundo de lo humano pierde algo de sí mismo cuando unos cuantos pretenden poseer la ideas, ¡las ideas! ¿Qué hay más inaprensible que las ideas?, ¿quién ostenta palabras y frases?, ¿quién posee un tono?, ¿quién puede adjudicarse el código genético? Si sólo algunos hombres poseyeran el lenguaje éste dejaría de tener sentido, es propiedad común, es universo que nos permite salir de la cárcel de nuestro ser para interactuar con otros. Si alguien limita el lenguaje, está atentando contra la humanidad entera.”

 

¡Que los “piratas” nos cojan confesados! Son ellos quienes harán negocio. En ellos reside el futuro. A menos que la “industria editorial” recapacite, y los legisladores “relegislen”.