La historia de las resistencias a los futuros del libro

 AZ 26 de agosto 2013

Alejandro Zenker, BUAP, Jornadas bibliotecarias

  1. Introducción

Hace poco más de dos años formamos un grupo interdisciplinario de editores, investigadores, libreros y bibliotecarios con el propósito de analizar de manera sistemática los problemas que enfrentamos en el terreno del libro y la lectura.

Cada mes, uno de los integrantes abordaba un tema, que luego era discutido. Las sesiones fueron de una enorme riqueza conceptual, y si bien partíamos de experiencias y enfoques distintos, acabamos generando una gran coincidencia de opiniones. Agotados hasta cierto punto los temas de rigor, recientemente uno de los integrantes[1] propuso un tema que me pareció fascinante por los grandes alcances que tiene: “Historia del futuro del libro”. Relatar el pasado es todo un reto; pero narrar el futuro es toda una odisea. Otro participante asumió un tema complementario: “Historia de las resistencias en el terreno del libro”. Uno no podría entender los futuros del libro, así, en plural, sin abordar las resistencias. Quizá la escritura y la lectura han significado tal reto para el intelecto, que a cada paso el ser humano se ha querido aferrar a lo existente, negando la evolución y, más aún, la revolución.

En su momento, la imprenta significó una herejía frente a la minuciosa labor de los escribas, el linotipo una afrenta a los cajistas y al tipo móvil, el offset un atentado a la prensa plana, y hoy, el libro electrónico, un insulto al amante de lo analógico.

La resistencia al cambio en el terreno del libro constituye una paradoja, pues las ideas contenidas en muchos libros han sido motor de grandes revoluciones. No obstante, la oposición es comprensible: por un lado, cada paso evolutivo ha significado una recomposición de la industria. Oficios que alguna vez existieron, dejaron de requerirse con el paso del tiempo. El cambio fue, en ese sentido, una notificación de desempleo, pero también un reajuste de los capitales de la naciente y creciente industria que llegó a convertirse en un segmento poderoso en muchos países.

Los capitales, sus crecientes intereses, moldearon la industria y comenzaron a determinar qué se producía, qué se leía. El libro se convirtió así en una herramienta de manipulación y dominio, y lo sigue siendo. Por lo tanto, el cambio de paradigmas editoriales no sólo enfrenta los intereses del capital propio de la industria, sino también los políticos. Eso es, en buena medida, lo que está ocurriendo hoy en día.

La industria editorial ha estado cambiando de manos, otros son los capitales que la detentan y, por tanto, otros los intereses. Es decir, la evolución que estamos viviendo hoy no tiene que ver simplemente con la predilección de los lectores por un soporte u otro. Los intereses de las corporaciones tecnológicas y de comunicación son los que están marcando la pauta. Desde ese punto de vista, desde hace tiempo la moneda estaba echada y decidida también la suerte del viejo libro en soporte papel, que tendría que ceder el paso, como lo está haciendo, al libro electrónico. Este aspecto, la fundamentación económica del cambio, es elemental para entender el futuro del libro. Bueno, uno de los futuros, que es el que estamos viviendo, y al que sucederán otros futuros con la misma inevitabilidad con la que se dan los desastres naturales en un planeta vivo como el nuestro.

 

2. La transición

En la actualidad, el libro se encuentra en un complejo y aparentemente caótico proceso de cambio. Vivimos la coexistencia, nada pacífica por cierto, de todos los soportes, y la innovación, experimentación y reinvención están en el orden del día.

Treinta años atrás, la batalla tecnológica comenzó en el terreno de la producción editorial. Fue la época en que surgieron las computadoras personales, los programas de diseño, las impresoras láser y demás dispositivos. Diez años más tarde, llegarían las impresoras digitales que dieron lugar a los tiros cortos, bajo demanda, y luego a la digitalización de la producción tradicional, en offset. El gran giro que se vislumbraba era el de pasar de los tiros largos, a los tiros cortos. Libros producidos en tirajes de tan solo 50 o 100 ejemplares abrían un mar de posibilidades a géneros abandonados, como la poesía, por ejemplo, y posibilitaban el surgimiento de proyectos editoriales independientes, que han ido en aumento internacionalmente, así como la realización de  ediciones de autor.

Así, mientras por un lado los capitales editoriales se concentraban en cada vez menos manos y se globalizaban —propiciando con ello una bibliopobreza endémica (pocas editoriales publicaban relativamente pocos títulos en tirajes muy elevados para minimizar sus costos y maximizar sus ganancias)—, por el otro, florecía la diversidad, la bibliodiversidad. Sin embargo, en los países periféricos un grave problema azotaba a los editores pequeños y a los lectores: la falta de un sistema eficiente de distribución y la carencia de puntos de venta. Las librerías no florecían, y los esfuerzos desesperados por encontrar solución a su lenta condena a muerte, como el precio único, no daban los resultados esperados.

En ese contexto surgió el primer dispositivo de lectura de libros electrónicos: el Kindle, lanzado por Amazon, que se ha convertido ya en uno de los principales distribuidores de libros físicos y de contenidos digitales, al que le seguiría el iPad, de Apple. Ambas empresas llevaban tiempo trabajando en sendos proyectos encaminados a aumentar su oferta de contenidos. Pronto las grandes casas editoriales vieron allí una oportunidad de negocio a largo plazo y comenzaron a apostarle, aunque marginalmente en un principio. Pronto, sin embargo, el nicho fue de tal envergadura que no quedó más que reconocer su tendencia al alza. De tal suerte que nuestra época se ha convertido en una en la que conviven prácticamente todas las tecnologías de producción, todos los soportes y todas las vías de distribución. Esa coexistencia es la que hace que muchos crean que la lucha por la prevalencia aún no está decidida. Se engañan. Quienes tienen en sus manos el poder de decisión ya saben en qué dirección caminarán las cosas. Si bien no sabemos con seguridad cuánto durará este periodo de transición, lo cierto es que será menos de lo pensado.

La tendencia mundial favorece el acceso general a la banda ancha, y los gobiernos y los grandes emporios son los primeros interesados en que toda comunicación y transacción se digitalice. De allí que el escollo representado por la falta de acceso a internet se vaya superando, en primer lugar por el camino de la conexión celular, pero también por conectividad física, vía fibra óptica, conectividad que se irá abaratando conforme aumente la competencia. La propensión al abaratamiento también se dará en el terreno de los dispositivos de lectura, en la medida en que también aumente la competencia y se abarate la producción de los insumos. Así pues, las condiciones para la conectividad y la masificación de los dispositivos de lectura electrónica está mejorando de gradual a rápidamente. ¿Qué faltaría? La adquisición masiva de capacidades (destrezas) digitales.

Actualmente, las autoridades se han inclinado por la introducción paulatina de dispositivos electrónicos en la educación en todos los niveles, lo que propiciará que las nuevas generaciones se familiaricen aún más desde tempranas edades con las nuevas tecnologías. Eso propagará lo que en muchos casos ya es un hecho: el surgimiento de nuevas generaciones de nativos digitales dotados de un recableado cerebral. Esto último es, a fin de cuentas, el elemento definitorio en esta aparente lucha entre lo analógico, el papel, y lo digital, lo electrónico. Para las nuevas generaciones, la lectura sobre dispositivos electrónicos ya no será una elección, sino una imperiosa necesidad. Con la sustitución de los inmigrantes digitales, en vías de extinción, por nativos digitales, en apabullante crecimiento, en relativamente poco tiempo se habrá completado un total cambio generacional. El libro en soporte papel será cosa del pasado.

 

3. Repensar el “libro”

Mientras tanto, ¿qué está pasando con lo que llamamos “libro”? Para quienes lo analizábamos en perspectiva, el concepto mismo de libro ha ido cambiando. Solíamos describirlo por sus características físicas, es decir, páginas impregnadas de tinta, encuadernadas. La relación libro-lector era unidireccional. Pero al cambiar el paradigma, ya no podríamos definir el libro por sus atributos físicos, sino por la manera en que se utiliza.

Con el surgimiento de los nuevos medios a finales de los años setenta, se comenzó a vislumbrar la posibilidad de libros que incluyeran audio y video. En ese entonces, Bob Stein, codirector del Instituto para el Futuro del Libro, comenzó a hablar ya no de “tinta sobre papel encuadernado, sino más bien de un medio manipulado por el usuario, donde el usuario tiene un total control sobre sus contenidos”. Esa definición sirvió por un tiempo en la era de los videoláser y cd-roms, pero se vino abajo con el surgimiento de internet. El libro, entonces, fue definido como “un vehículo que usan los humanos para mover ideas alrededor del tiempo y del espacio”. Este concepto es crucial para comprender la magnitud de los cambios. En opinión de Stein, lo más probable es que tengamos que ir redefiniendo la idea de “libro”, ya que es posible que tome décadas, si no es que un siglo, para que madure lo que está en ciernes y encontremos nuevas palabras para definirlo. “Libro” es, pues, un concepto en constante proceso de transformación en esta época de transición.

4. Repensar la “escritura” y la “lectura”

Para entender el cambio en el concepto mismo del “libro”, es necesario entender las transformaciones que están ocurriendo en el terreno de la escritura y la lectura.

El blog nos presenta ya un cambio interesante del paradigma, donde muchas veces el autor es un simple facilitador del diálogo y la interacción con los lectores en función de un tema de interés común. La estructura jerárquica tradicional, donde el autor es el rey y el lector su súbdito, se rompe. Ambos ocupan el mismo espacio. Nuevos tipos de blogs incluso cambian el esquema al prescindir del autor propiamente. Un tema es lo que congrega. El autor es lector y el lector, autor. Se podría objetar que eso no es un “libro”, en el sentido de que, aparentemente, no hay un principio, un desarrollo y un final en la narración. Pero ¿buscamos eso? Cada vez más, el lector quiere intervenir. Es más, hoy en día nuestra “cosmogonía” es tan compleja, que la interacción de los diversos es bienvenida, pues enriquece un tema con muchas visiones.

El nuevo lector es cada vez más propositivo. Desea intervenir, desconfía de un personaje, propone reinterpretaciones de la trama, variaciones, derivaciones de las historias, finales alternativos o continuación infinita de la narración. En ese sentido, el libro es un “lugar” donde suceden cosas. Un “lugar” en el que confluyen diversos lectoautores. Se trata, pues, de una experiencia social de la lectura, en oposición a la tradicional que se lleva a cabo en la soledad, como en la soledad tiene también lugar la escritura. Por supuesto, esto constituye un rompimiento radical de todos los valores tradicionales de autor-libro-lector, pero en ese proceso nos encontramos: en el del rompimiento con lo establecido.

Bob Stein dice que “nuestros nietos asumirán que leer con otros, es decir, la lectura social, es la manera natural de leer. Se sorprenderán al saber que en nuestra época la lectura era algo que uno hacía a solas. Leer en soledad les parecerá tan anticuado como a nosotros ver películas mudas”.

Lo que estamos viviendo es el surgimiento de la ciberliteratura con su enorme caudal de géneros y derivados. Uno de ellos, crucial, es el juego. En los ciberjuegos modernos, los usuarios intervienen activamente en la historia. Su capacidad de incidir en la trama es cada vez mayor y más compleja. “Leen” activamente y “escriben” mientras actúan. Se identifican con los personajes o, mejor dicho, se convierten en ellos, en cuyas caracterizaciones pueden incidir. Los autores ya no crean una historia, sino que generan un entorno donde la historia transcurre. Y en la historia participa no sólo el individuo, sino que intervienen los otros jugadores, que pueden dar un giro a los acontecimientos. Estos juegos constituyen un interesante espacio de experimentación y análisis. Son, probablemente, prototipo de nuevas formas de narrar y vivir la “lectura”, que se vuelve una experiencia más visual, auditiva y participativa.

 

Es previsible que la manera de expresarnos cambie radicalmente en el futuro. De eso ya tenemos ejemplos interesantes. Por ejemplo, la transformación de la fotografía. Hasta ahora, se consideraba un recurso para plasmar los recuerdos, eternizar los instantes. Durante una larga época, la fotografía sólo la llevaban a cabo profesionales que dominaban sus intrincados “secretos”. Poco a poco se fue ampliando la base de usuarios. La fotografía estaba allí para ser impresa y para perdurar por los siglos de los siglos. Una manera de lograr la inmortalidad. Pero la masificación llegó con los teléfonos celulares dotados de cámaras fotográficas. Hoy, en un solo día, se toman más fotos que a lo largo de los primeros 100 años de la historia de la fotografía, y las fotos ya no se imprimen: se suben a la nube. Una nueva aplicación llamada SnapChat transforma la foto en un tipo no perdurable de discurso no verbal. Quien toma la foto la envía y la dota de una existencia que fluctúa entre uno y diez segundos, tras los cuales la foto se “autodestruye”. Este esquema de comunicación surgió como respuesta a las limitaciones de los emoticones, es decir, los recursos no verbales comunes en los chats. De igual manera ha surgido el recurso del video con una duración de seis segundos, o menos, llamado Vine, y que está siendo utilizado en las redes para transmitir mensajes con una creatividad sorprendente. El uso de estos programas, sin embargo, apela a generaciones con una capacidad creativa que busca explorar los límites de los nuevos recursos con habilidad para el uso de las herramientas disponibles. No se busca perdurabilidad, sino comunicación.

5. Qué hacer en la época de transición

Quienes estamos en el mundo del libro y la lectura podríamos, o deberíamos, preguntarnos qué hacer en esta época de transición. Dependiendo de la edad que uno tenga, la preocupación puede ser mayor o menor. Me explico: soy editor, impresor y encuadernador. Como editor, sé que tengo que incursionar en la edición electrónica. Por lo tanto, he creado dentro de la editorial, un proyecto para capacitar a un grupo de colaboradores que ya están convirtiendo el acervo de nuestro sello en libros electrónicos. Pero sé que eso simplemente está llevando mi catálogo de un soporte a otro. Le da sin duda a nuestros libros nuevas funcionalidades y, por lo tanto, logro prolongar su previsible existencia. Estoy seguro, sin embargo, de que en algún momento habrá que dotar a esos libros electrónicos de nuevas funciones para que tengan oportunidad en el nuevo mercado del nativo digital, para quien un libro que no esté enriquecido y sea interactivo carecerá cada vez más de interés. No sé si viviré para dar ese segundo paso. Como impresor y encuadernador, sé que mis días están contados, y eso que hoy en día estoy a la vanguardia tecnológica, pues me especialicé en impresión digital. No creo sobrevivir con ese giro más de diez años. Quince si somos creativos y encontramos nuevos nichos. Estoy convencido de que la producción de impresos, de papeles impregnados de tintas o tóner, tiene sus días contados. Para prevalecer en el nuevo mercado emergente de productos digitales, como las apps, se necesitan habilidades que no tengo. Claro, estoy rodeado de jóvenes creadores que pueden generar ideas que respondan a las necesidades del mercado del futuro. La pregunta es si yo, que he sido pionero en el uso de nuevas tecnologías, tendré la capacidad creativa para competir con nativos digitales con una imaginación desbordante.

 

Pero si me planteo una interrogante existencial de esta envergadura, ¿cuántos otros que están en el mundo del libro no deberían hacérsela? Quizá mi visión en cuanto a la relativa inmediatez de transformaciones radicales en el mundo del libro suene exagerada. Espero que así sea, pero más vale no confiarse.

No hace mucho desaparecieron oficios enteros: tipógrafos, linotipistas, peistoperos, capturistas, transcriptores, fotolitotipistas… todos ellos se desvanecieron a lo largo de los últimos treinta años. El panorama que contemplo implica, lamentablemente, la desaparición de otros más en los próximos lustros. La industria de las artes gráficas seguirá su camino para convertirse en las artes trágicas. Ya hoy en día infinidad de empresas de offset están cerrando, consecuencia de la digitalización en marcha. Aún no se percibe tanto en el terreno del libro, pero no tardará.

¿Qué sucederá con libreros y bibliotecarios? Son dos segmentos que tendrán que reinventarse en esta época de transición. Su conservación está asegurada hasta cierto punto, en la medida en que sobrevivan inmigrantes digitales, es decir, fauna que aún dependa del libro en soporte papel. Pero si ya hoy en día los libreros se la ven cada vez más difícil para sobrevivir dadas las carencias congénitas del mercado, imaginemos cuánto más difícil será mantener las librerías conforme el mercado digital y sus condiciones, como conectividad general a banda ancha y abaratamiento de los dispositivos de lectura, maduren. Temo que la situación de bibliotecas y bibliotecarios no será mucho mejor, si bien cuentan con una ventaja: es el Estado quien deberá garantizar su subsistencia en tanto haya quienes demanden sus servicios. Pero las instituciones educativas serán las primeras en migrar al soporte electrónico. Hay un mundo de oportunidades para libreros y bibliotecarios. Pero deberá ser explorado con imaginación y creatividad.

6. El principio de la esperanza

Sin duda esto no es más que un brevísimo análisis de lo que estamos viviendo y de las interrogantes que por fuerza afloran. ¿Qué será del libro y la lectura dentro de 50, 100 o 150 años? Sin duda, elucubrar al respecto es una de las partes más divertidas y apasionantes del problema. Los muchos nuevos futuros del libro y la lectura están por venir, están por verse. Intuyo que veremos transformarse el lenguaje, la manera de comunicarnos, la manera y los recursos para transmitir creativamente ideas. Hay un enorme espacio para la ciencia ficción, pero la realidad no pocas veces ha superado la más delirante fantasía.

Perderemos mucho de lo que hoy conocemos, pero es más lo que ganaremos. La humanidad ha creado más de 130 millones de libros a lo largo de su historia, gran parte de los cuales provienen de los últimos 100 años de existencia. En los últimos 50 años, la lengua inglesa ha duplicado su corpus, y en esas andan otras lenguas. Hace diez años dábamos por perdidas lenguas y dialectos que hoy vemos resurgir gracias a las redes sociales. La bibliopobreza en la que los grandes conglomerados editoriales nos tenían sumidos está desapareciendo gracias a la digitalización de los acervos, lo que ha dado lugar a una bibliodiversidad inédita en la historia de la humanidad. La imposibilidad de llegar a los lectores debido a la deficiencia de los sistemas de distribución y la falta de puntos de venta está llegando a su fin gracias a las librerías y bibliotecas virtuales.

 

Hay muchos aspectos del mundo conocido que están acercándose a su término, pero sin duda es una muerte merecida. El libro en soporte papel llegó a su límite, y sus ventajas se han convertido en sus desventajas y limitaciones. Estoy convencido de que el mundo del libro electrónico que emerge traerá muchas cosas infinitamente mejores para la humanidad que el libro en papel al que sustituye, de carácter profundamente elitista y antiecológico.

La desaparición del libro en papel acarrea la desaparición de oficios y profesiones, de íconos y costumbres, de espacios y místicas. En un país donde muchos no gozaremos jamás de seguridad social, seguro contra el desempleo y derecho a jubilación, este proceso abrirá una pléyade de tragedias personales y colectivas, pero a la vez abrirá, para quienes tengan el don de la imaginación, un universo de posibilidades. Siempre y cuando, claro, sea la sociedad civil, los individuos organizados en redes, la rebeldía de los indignados, lo que haga de la cultura el elemento fundamental de desarrollo.

 

*azh/16/7/2013


[1] César Augusto Pérez Gamboa